En la jornada del lunes 18 de diciembre, Buenos Aires vivió, literalmente, una batalla campal. El gobierno de Mauricio Macri había conseguido un acuerdo con varios gobernadores peronistas para poder aprobar la reforma previsional, que modifica el cálculo de jubilaciones, pensiones y Asignaciones Universales por Hijo (subsidio implementado durante el kirchnerismo), y la izquierda, junto al espacio de la expresidente Cristina Fernández, apostaron al caos ante la imposibilidad de revertir el resultado legislativo.
Ante la obtención del quorum a las 2:00 p. m. (hora local), con 130 legisladores en sus bancas, el macrismo comenzaba a revertir la situación del último jueves, cuando se levantó la sesión donde se buscaba aprobar la reforma. Si bien ya era de público conocimiento que mediante el apoyo de los diputados que responden a los gobernadores peronistas, Macri iba a conseguir los votos necesarios para aprobar la ley, ya el costo político era alto: en las afueras del Congreso se libraba una batalla sin tregua entre grupos kirchneristas y de izquierda que destruyeron todo lo que encontraron al alcance para apedrear a la policía que buscaba impedir el acceso de los delincuentes al recinto legislativo.
Antes de recibir apoyos de la Policía Federal, la fuerza metropolitana de la Ciudad de Buenos Aires, al mando del intendente local, Horacio Rodríguez Larreta, dio la orden de resistir lo máximo posible antes de cualquier intento de represión y quedó expuesta a un apedreamiento de índole bíblica. Vale aclarar que, lamentablemente, el término “represión” en Argentina se convirtió en mala palabra, ya que la izquierda logró imponer la idea de que, prácticamente, un policía debe dejarse matar antes de defenderse.
Las cámaras de televisión captaron las imágenes donde quedó en evidencia que no sólo las fuerzas policiales eran víctimas de los violentos ataques, sino también los periodistas de los medios críticos al kirchnerismo. El veterano cronista de Canal 13 Julio Bazán recibió patadas, piedrazos y escupitajos. En búsqueda de un refugio para cuidar su integridad, tuvo que esconderse en una estación del subterráneo de Buenos Aires (metro). Varios locales de la zona de Congreso también fueron destruidos y saqueados, por los delincuentes que muchos periodistas argentinos, al día de hoy, siguen llamando “manifestantes”. La situación se replicó en la Ciudad de Rosario (Santa Fe) donde un supermercado fue también saqueado.
Los desmanes del día de ayer dejaron en evidencia que nada tuvo que ver el supuesto reclamo con las intenciones de los delincuentes que convirtieron Buenos Aires en un campo de guerra. Es claro que un espacio político comprendió que no tiene posibilidades electorales y decidió emprender el camino de la violencia para desgastar al gobierno.
Es evidente que la gestión de Mauricio Macri tiene varios puntos débiles, y la comunicación es sin duda uno de ellos. Pero, más allá de las falencias que tiene el actual gobierno, sin duda los grupos de izquierda que apuntan al conflicto no están en condiciones de ofrecer ninguna solución real y ésto es lo que tiene que entender la sociedad argentina, que en más de una oportunidad buscó soluciones mágicas (lógicamente sin éxito) a los graves problemas de fondo que aquejan al país.