Hace poco más de cinco meses, en noviembre de 2018, publicamos un artículo que titulamos “Nicaragua en el espejo traágico de Venezuela”, en el que hacíamos un paralelismo entre las situaciones que vivían ambas naciones y de cómo la Nicaragua de Ortega y Murillo se deslizaba peligrosamente por la adolorida y caótica ruta a la que Maduro sometió a Venezuela, hasta llevarla a la parodia triste que es hoy la patria de Bolívar. Lamentablemente, ese es el camino que lleva un tiempo transitando el pueblo nica.
A un año de la crisis de 2018, cuando Nicaragua vivió un período de protestas antigubernamentales enfrentadas con una sangrienta represión por parte del régimen, que produjo más de 300 fallecidos y cerca de 600 personas aún encarceladas, el país centroamericano enfrenta la peor crisis política de varias décadas, con miles de exiliados – principalmente en la vecina Costa Rica – y millones de dólares en pérdidas económicas, tanto para el país como para los países vecinos.
Duro es constatar que en este primer aniversario del alzamiento popular, ahogado en sangre por el gobierno de Ortega, la represión sigue rampante, por lo que el actual diálogo que ha iniciado el régimen, acompañado por el Vaticano y la Organización de Estados Americanos (OEA), no deja de ser, como en el caso venezolano, otro intento de Ortega por ganar tiempo, una táctica dilatoria en la que no cede ni un centímetro de espacio a las peticiones de la oposición representada en la Alianza Cívica.
Ortega ha negado reiteradamente una de las principales propuestas del lado opositor, el adelanto de los comicios presidenciales como fórmula para iniciar la democratización del país, argumentando que constitucionalmente su mandato termina en 2021. De igual forma, no cede ante las peticiones de liberar a los más de 600 presos políticos, toda vez que, si bien algunos privados de libertad fueron excarcelados, no se ha podido comprobar que en las listas estén aquellos que fueron apresados a partir de la revuelta de 2018.
Por otra parte, desde hace un año se ha registrado más de 700 agresiones a periodistas y medios de comunicación, como lo comprobó la Sociedad Interamericana de Prensa, SIP, la mayoría de ellos cometidos por la policía o por turbas y civiles armados adeptos al régimen, como en el caso de los llamados “colectivos” de Nicolás Maduro. Esta persecución llevó a más de 66 periodistas a exiliarse, lo que fue corroborado por la comisión de la ONU que preside Michelle Bachelet.
Dada la posición geográfica estratégica de Nicaragua, la crisis que vive alcanza también a sus países vecinos. En primer término, el bloqueo de las rutas incidió en una merma del comercio interregional que afectó no solo al país sino a las naciones colindantes. De igual forma, los problemas económicos de la nación centroamericana representaron un creciente incremento del desempleo para la mayor parte de la región, sin dejar de mencionar los problemas creados por los cientos de miles de exiliados nicaragüenses en los países limítrofes, que ya están en condiciones económicas no muy favorables. Acnur calcula que más de 60 mil nicaragüenses han dejado el país en el último año, como dijimos anteriormente, principalmente en Costa Rica.
La situación nicaragüense también ha generado tensión en las relaciones diplomáticas en la región, que lleva años intentando consolidar su unión en todos los ámbitos con el llamado Sistema de la Integración Centroamericana (Sica). Incluso el próximo presidente de El Salvador, Nagib Bukele, quien tomará posesión el próximo 1 de junio, ya declaró que ni Ortega ni Maduro están invitados a su investidura, lo que es un indicador del grado de tirantez que se está produciendo en los países centroamericanos frente al líder sandinista y su accionar abusivo y antidemocrático.
Ante todo este oscuro panorama, no cabe duda de que la crisis venezolana ha servido, para bien o para mal, para poner de manifiesto la crítica situación de Nicaragua, por sus semejanzas y por el claro y evidente apoyo entre los dos gobernantes, Nicolás Maduro y Daniel Ortega, quienes llevaron a sus respectivos países al despeñadero, por sus análogas y desmedidas ansias ilimitadas de poder, en nombre de un fracasado socialismo que solo ha servido para empobrecer a sus poblaciones.
Ante Nicaragua, como en el caso de Venezuela, la comunidad internacional no puede mantenerse al margen y simplemente expectante. Es necesario que las presiones y sanciones se activen también contra el genocida régimen de Ortega y Murillo, para que la nación centroamericana vuelva al cauce democrático y sus pobladores superen la miseria a la que se han visto sometidos. Nicaragua debe dejar de ser la triste parodia del drama venezolano.