Una de las noticias de este día tuvo que haber generado un revuelo en los medios de comunicación y en los periodistas, ya que se trató de una inaceptable violación a la libertad de expresión. Sin embargo, los que trabajan en el área informativa decidieron mirar para otro lado. Este suceso, por demás desdeñable, es un pésimo antecedente que, tarde o temprano, por cualquier motivo, puede volverse en contra de los comunicadores.
La justicia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires condenó al conocido influencer argentino Emmanuel Danann a resarcir a una persona transexual, que se sintió vulnerada en su “derecho de autopercepción” y “discriminada”. Se trata de alguien nacido biológicamente varón (condición que en realidad no se puede cambiar a lo largo de la vida, ya que se trata de algo no electivo como ser alto o bajo), pero que se “autopercibe” como una “mujer lesbiana con pene”. Luego de unos comentarios en las redes sociales, se realizó una denuncia en la justicia porteña y el acusado deberá pagar 300.000 pesos de multa. Es decir, alrededor de 300 dólares. Seguramente, el proceso judicial nos salió más caro a los contribuyentes que esta suma que, más allá que sea simbólica, es una muestra de cómo este fallo deja el camino a futuro para que quien, bajo el paraguas de la “autopercepción” y la victimización, aluda que fue vulnerado por alguien más que apele a la biología, en lugar de las apreciaciones personales.
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Ante esta insólita condena, que lógicamente será apelada, hay que dejar de lado algunos temas. El primero es la cuestión irrelevante sobre si se está de acuerdo o no con lo que dijo esta persona. La libertad de expresión no es para los que manifiestan lo que nos gusta o lo que estamos de acuerdo, sino para todos. El hecho que sea universal es la garantía que tenemos, cuando seamos nosotros los señalados con el dedo. No poder denunciar a otros por lo que nos dicen, es nuestra garantía de decir lo que nosotros queramos. Parece increíble a esta altura del partido tener que volver a repetir los inapelables argumentos de John Stuart Mill en su libro On Liberty de 1859.
Tampoco podemos dejar de lado los pésimos incentivos que esto crea a futuro. Comenzará una caza de brujas por el mero hecho de opinar (derecho garantizado por la Constitución) y no faltará mucho para que esta posibilidad sea interpretada, no solamente para silenciar voces, sino para hacer algún dinero. ¿Cuánto tiempo hace falta para que los tribunales estén plagados de estas pseudocausas, complicando las resoluciones de conflicto necesarias?
Hoy el tema central debería ser que ocurrió un hecho que pavimenta un camino de persecución a quienes tengan opiniones que, por muy lógicas que sean, si hieren sensibilidades serán exterminadas. En cambio, los medios argentinos titulan los artículos decantándose por la demanda de una “mujer transexual”, además de explicar el fallo judicial en formato neutral informativo, como si fuera el de un lógico reclamo de alguien al que le chocaron el auto sin seguro.
Es acá cuando nuestro cuestionamiento cobra fuerza y no se enfoca en el escenario que haya quienes quieran incluso sumarse a la locura de decir que un hombre vestido de mujer es una mujer (no cuenten conmigo para eso) y hasta repudiar al insólito condenado por su manifestación. Los dardos van para aquellos que callaron sobre lo que implica este fallo en la justicia, los que tuvieron la oportunidad de hablar ante las pantallas y no lo hicieron. Esa… esa es la noticia del día, realmente: la complicidad de los medios con la aniquilación de la libertad de expresión. Algunos lo hacen por ignorantes, otros por cobardes y un puñado más por las dos cosas juntas.