El gobierno argentino enfrenta una serie de recortes inéditos en el gasto público. Sin embargo, lo importante es que, a diferencia de otras épocas, ahora se están cerrando dependencias en lugar de simplemente quitarles parte del presupuesto. Se trata de organismos “públicos”, que nada tienen que ver con el rol del Estado y que debían haber sido cerrados hace décadas, sin mencionar que lo ideal era que no se hubiesen creado nunca.
Por estos días, la opinión pública empatiza con la idea de liquidar organismos que se han convertido en bolsas de trabajo para la militancia kirchnerista. Abunda la evidencia documental que así ha sucedido, como por ejemplo en el caso de la agencia de noticias estatal Télam. Ahora, lo que también es evidente es cómo una serie funcionarios del gobierno actual apelan al argumento utilitario, que se enmarca en el amplio recorte que hace el Ejecutivo debido al déficit fiscal, para justificar estas medidas.
Hoy señalan que las funciones de estas instituciones se han pervertido, por lo tanto es pertinente cerrarlas, de modo que se puedan utilizar los recursos en asuntos más necesarios y urgentes. Acá es donde debemos detenernos a refutar tal razonamiento, porque, en realidad, la cuestión es que la decisión de la clausura pasa por algo más complejo, en lo que debemos ser reiterativos: partidas presupuestarias para artistas, pautas para los medios y periodistas, así como empresas estatales que no nutran el desempeño del Estado deben ser liquidadas.
Esto debe hacerse sin importar si generan ganancias o no, porque al final, en este contexto, no se trata de acabar con un déficit o no, sino de terminar con una perversión que viene desde el génesis de estos organismos, contaminados hasta la médula con ese tufo militante. Así lo viene señalando hace décadas Alberto Benegas Lynch (h), uno de los intelectuales que más ha influenciado al presidente Javier Milei.
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Sí, también es cierto y genera una mayor indignación saber que mientras el Estado está quebrado y se apela a la emisión monetaria inflacionaria para cubrir el rojo, una cantante cobre fortunas por un show o un canal reciba pauta estatal que no tendría que recibir, pero si no existiera tal déficit (o aunque se esté bajo una circunstancia de superávit), lo cierto es que los ciudadanos tampoco tendrían que financiar estas cuestiones. Si Argentina no tuviese problemas fiscales, habría que hacer exactamente lo mismo para reducir los impuestos.
El presidente argentino llegó a la Casa Rosada de la mano de un discurso moral. Uno de los ejemplos más claros fue su posición sobre la banca central. Para él, la emisión monetaria equivale al robo, ya que le quita poder de compra a los salarios. Claro que también complementa el argumento con la explicación técnica relativa a la imposibilidad que tiene el monopolio monetario para abastecer al mercado con una base monetaria óptima, que satisfaga exactamente las necesidades del público. Por lo tanto, en lugar de pedir por un “banco central independiente”, apela a su eliminación.
Desafortunadamente, varios funcionarios del gobierno y aliados a la gestión libertaria manifiestan ante las cámaras que se debe cerrar Télam porque se convirtió en una agencia kirchnerista o que se debe terminar con el Inadi porque no ha hecho bien su trabajo. Las entidades públicas que no tienen que ver con la función del Estado no se pervierten, sino que, por el contrario, evolucionan. Mutar hasta llegar a ser una agencia militante era el único destino posible para Télam, algo que estaba impreso en ella, de manera implícita, incluso desde su creación. Pasa lo mismo con el Inadi, cuya finalidad no era otra que la persecución ideológica, con ínfulas de “policía de la moral”, dos entes que fueron tan innecesarios desde sus inicios hasta estos días.
Entonces, sabiendo estas razones, el final de este par era cuestión de tiempo y, para abordar lo evidente que era la necesidad de cerrarlos, no hay que apelar a una justificación ligada a lo económico. Es simplemente “ir al hueso” y hablar con honestidad de esta cuestión de cara a la opinión pública. Atrás quedaron los candidatos a presidente que optaban por un proceder más superficial y gradualista, para atender los grandes problemas que corroen al país. El hombre que fue a fondo y habló sin medias tintas terminó con la banda celeste y blanca en el pecho. Aprendamos esa lección.