
Antes de llegar a la Presidencia, Javier Milei explicaba la necesidad del cierre del banco central con una analogía. A los periodistas, que solían argumentar en favor del monopolio monetario argentino, el libertario les hacía una pregunta: “¿Vos estás a favor del robo?”. Todos contestaban que, lógicamente, no. Sin embargo, pocos comprendían la tesis (bastante evidente) que el economista ponía sobre la mesa: la emisión permanente para financiar un Estado quebrado, generaba una transferencia forzosa de recursos de los tenedores de pesos de ingresos fijos (jubilados y trabajadores) hacia el gobierno, que disponía de los nuevos billetes recién impresos. Ante la misma cantidad de bienes y servicios en la economía argentina y la caída en la demanda de pesos, los salarios y jubilaciones tenían cada vez menos poder de compra, a causa de los recursos ilícitos con los que se hacía el kirchnerismo para sacar las papas del fuego mes a mes.
Mientras el gobierno anterior mantenía e incrementaba el modelo estatista, deficitario e inflacionario, se limitaba a ofrecer productos a “precios cuidados” en las góndolas, como política de Estado. Sin embargo, esto no aliviaba los sacrificados bolsillos de los argentinos. Los espacios dedicados en los supermercados a los pocos productos “cuidados” solían estar vacíos, mientras que el resto de la compra subía por encima de los salarios.
La campaña de Sergio Massa para presidente lo único que hizo fue hipotecar más el futuro. Como sabemos, el sindicalismo que ahora anuncia su primer paro y movilización ante un gobierno de otro signo político, no iba a plantear ningún reclamo ante una administración peronista, como sucedió con Alberto Fernández, que aniquiló el poder de compra de los salarios. Durante el mandato del Frente de Todos, Argentina conoció por primera vez en su historia el fenómeno de trabajadores formales pobres.
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El que piense que todo sería como un cuento de hadas de haber permanecido el peronismo en la Casa Rosada es un ingenuo con serios problemas cognitivos. Según lo que se desprendía de la misma plataforma del exministro de Economía, no se iba a recortar el déficit fiscal ni a terminar con la emisión indiscriminada. En todas las entrevistas que le preguntaron al excandidato presidencial sobre la necesidad de recuperar el salario, Massa insistía con la “revalorización del peso a base de un crecimiento en las exportaciones”. Esa novela tenía como próximo capítulo la continuación en la caída del poder de compra de los argentinos, con la perpetuidad de los precios controlados, que finalizarían con las góndolas vacías, como en todos los experimentos que han llevado hasta las últimas consecuencias este dislate.
A diferencia de otras experiencias en el pasado, la gestión de Milei decidió implementar un plan de shock para revertir la situación. No es otro que el puesto en práctica en la Alemania de la posguerra, cuando las mejoras económicas hicieron que los analistas internacionales hablaran de un verdadero “milagro”. Claro que no lo fue. Se trató del mercado corrigiendo las restricciones que generan escasez.
La necesaria liberación de los precios no hizo otra cosa que permitir que se exprese la inflación reprimida. Guste o no, es el primer paso para una recuperación real y sustentable. Como era de esperar, para el kirchnerismo esto es “la inflación de Milei” y no los efectos residuales de casi dos décadas de oscurantismo económico.
Desde el panfleto kirchnerista Página/12 se hizo referencia al impacto de la inflación en los salarios, utilizando la vieja analogía de Milei sobre el robo. En el espacio de caricaturas cómicas se presentó la historia de una persona que acude a la policía para denunciar el robo del poder adquisitivo de su salario. El oficial exclamó que el ladrón había sido “la mano invisible del mercado”. Lo que no dicen, pero dejan implícito, es que aceptaron la tesis con la que Milei llegó a la Presidencia. La que subyace detrás de cada vez que pregunta a los defensores del monopolio monetario sobre si están a favor del robo.
Ante este permanente bombardeo comunicacional de los medios opositores, la opinión pública tiene que encontrar las herramientas para discernir entre el proceso de corrección que llevará la economía a buen puerto y la permanencia de las políticas nocivas. Como explicación de este fenómeno transitorio, el economista argentino Iván Carrino compartió en sus redes un gráfico muy ilustrativo.
En 1992, ante la liberalización de los precios en Rusia tras la caída de la Unión Soviética, Estonia sufrió una inflación de más de 1000 % en el lapso de un año. Lo que plantearía el kirchnerismo en una circunstancia semejante es el retorno al antiguo régimen, argumentando la situación “peor” del corto plazo. Afortunadamente, el camino elegido por el país europeo fue el del libre mercado. Decidieron tener una moneda sana, atada a la cotización del marco alemán, lo que los llevó a solucionar el problema y a tener estabilidad monetaria hasta la implementación del euro. Soluciones mágicas no hay.
🇪🇪 En 1992 Rusia liberó los precios regulados que tenía el esquema soviético. Estonia, que usaba el Rublo ruso por haber sido ex URSS, sufre 1076% de inflación ese año.
Luego decide lanzar moneda propia con tipo de cambio fijo con el marco 🇩🇪. 3 años después, chau inflación. pic.twitter.com/vylwDvVTBo
— Iván Carrino (@ivancarrino) January 8, 2024
Detrás del parcial análisis de los humoristas y caricaturistas de Página/12 solamente hay una cuestión para rescatar en el debate actual: la necesidad urgente de recomponer los salarios. Claro que para esto tampoco hay soluciones mágicas. Es necesario incrementar las tasas de capitalización, lo que solamente llegará de la mano de un shock en materia de inversión. Lo que resulta cómico, más que las caricaturas del diario en cuestión, es que el kirchnerismo se opone a las dos herramientas que persiguen ese shock, para generar un considerable aumento en materias de inversiones: el decreto de necesidad y urgencia (DNU) y la “ley Bases”.
La conclusión de todo esto es que estos medios “progresistas” (que fomentan el atraso en lugar del progreso), no son más que panfletos corporativos, que solamente buscan su propio beneficio. En lugar de lo que ocurre con “la mano invisible del libre mercado”, donde el beneficio de uno colabora directa o indirectamente con el de los demás, en el caso de las corporaciones (como el sindicato de encargados de edificios que posee el medio), el beneficio es a costa de los demás. Proyección freudiana si las hay…