Luego del tercer lugar en las elecciones generales, los referentes de Juntos por el Cambio siguen divididos, tanto por sus posiciones a futuro, como en la interpretación de los motivos de lo sucedido. Alejado de los que respaldarán a Javier Milei en el balotaje como Mauricio Macri y Patricia Bullrich, está Pablo Avelluto, exministro de Cultura de la gestión de Cambiemos. En su autocrítica al espacio, el exfuncionario considera que la idea de “terminar con el kirchnerismo para siempre”, que fue uno de los lemas de la última campaña, es autoritaria y antidemocrática.
Haciendo una lectura superficial de la cuestión, uno podría considerar que en el debate democrático no sería prudente manifestarse por la eliminación del rival. Sonaría más compatible con el juego de la democracia ofrecerle al electorado una propuesta superadora, para que las ideas más virtuosas se impongan sobre las más contraproducentes en beneficio de los votantes en su conjunto. Claro que para esto hay que dar por hecho dos premisas que en este caso no aplican: que el kirchnerismo represente un conjunto de ideas políticas y que tenga la intención de ejercerlas desde el poder en beneficio de los argentinos. Avelluto, sin tenerlo en cuenta, da por sentadas dos cuestiones que se alejan de la realidad. El kirchnerismo no es un partido político ni una ideología, ni tampoco tiene ninguna intención de aplicar políticas en favor del país.
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Veamos lo que sería una situación normal de un debate democrático. Imaginemos una pequeña isla, administrada por un concejo deliberante honesto. Un sitio civilizado, con una presión impositiva razonable, sin déficit fiscal y políticos transitorios que no desean perpetuarse en sus cargos. Supongamos que en este lugar se filma una película que resulta muy exitosa y este rincón del mundo se convierte en un inesperado destino turístico internacional de un momento a otro. Producto de este hecho, miles de personas van de visita todos los años, por lo que se incrementa considerablemente la recaudación fiscal y la isla pasa a tener un superávit importante.
Ante este nuevo escenario, el cuerpo legislativo se enfrenta a un interesante debate. La bancada socialdemócrata propone crear un hospital público y ofrecer un subsidio a los habitantes más necesitados. El espacio conservador solicita que se cree una nueva estación de policía, ante el incremento del flujo de personas en la calle. Los representantes liberales dicen que se aproveche para ahorrar e invertir la bonanza para futuras eventualidades y que se bajen los impuestos a los ciudadanos. Este podría ser un debate político honesto, donde los representados y los representantes discutan las alternativas para la vida en sociedad. Por la conclusión de Avelluto, el exministro parece confundir al kirchnerismo con un espacio político más, con ideas respetables dentro del debate democrático. Pero el kirchnerismo no es esto.
¿Qué es el kirchnerismo entonces?
Esto es una pregunta difícil (sino imposible) de responder. Pero lo que sí podemos encontrar para el análisis son ciertas características. Para empezar, en el ámbito ideológico conceptual, es una estafa. Se promueve un relato ficticio, mientras que la dirigencia nada tiene que ver con esto. Por eso lo conforman exmenemistas privatizadores, exmontoneros, radicales disidentes y personas que provienen de los lugares más insólitos y antagónicos. Pero el relato no se limita a la cuestión histórica, donde se defiende un pasado imaginario que empieza con un peronismo de fantasía y culmina en una épica setentista contradictoria y ficticia. Se trata de una camada de dirigentes multimillonarios, que promueven la virtud de la pobreza como el chavismo venezolano, mientras ellos están forrados de dineros provenientes de su usurpación del Estado.
Producto de esa utilización del aparato burocrático, el kirchnerismo compró todo lo que pudo para perpetuarse en el poder: a los empresarios, industriales y hasta a los medios y sectores de la “oposición” que se lo permitieron. Mientras que el peronismo tradicional hizo uso de los planes sociales para los más necesitados históricamente, el kirchnerismo actual avanzó hacia un corte transversal en toda la sociedad: hizo dependiente hasta la clase media, que ya carece de recursos para pagar por las tarifas de servicios y transporte sin subsidios. Después de cuatro períodos en el poder, dependen del Estado desde los argentinos de mayores recursos (que buscan mantener lo que ya son privilegios) hasta los que tienen poco y nada y no saben si mañana podrán tener un plato de comida en la mesa.
Repasando estas cuestiones, uno podría asociar al kirchnerismo más con una práctica antidemocrática, autoritaria y populista, que con una idea política determinada y respetable. Claro que hay que superarlo electoralmente y en el debate público, pero es necesario saber a lo que uno se enfrenta. Hasta hay que multiplicar los esfuerzos desde el llano, ya que cuando se compite contra el kirchnerismo en las urnas se lo hace contra el clientelismo, el fraude y la corrupción de los funcionarios del Estado, que buscan beneficiar a la maquinaria del poder, que empobrece a la ciudadanía.
¿Hay que terminar con esta práctica para siempre? Claro que sí. Esto no es una idea antidemocrática o autoritaria. Todo lo contrario.