Un grupo de niños de Chascomús, provincia de Buenos Aires, partició de un insólito taller donde tenían que pintar a un Pedro con pollera. También dibujaban a una Vera que jugaba con autitos. La idea era “repensar las infancias”, con la finalidad que los chicos que tengan orientaciones sexuales alternativas sientan que no están a contramano del mundo.
Sin embargo, además de intervenir en cuestiones donde nada tiene que hacer el Estado, lo que en el fondo se hace es contribuir a una confusión que resta más de lo que suma.
¿Si un niño descubre que, en lugar de sentirse atraído por las niñas, lo hace por los chicos de su mismo sexo, necesariamente tiene que tener una inclinación hacia la transexualidad para querer usar polleras? ¿Hace falta una currícula gubernamental que diga que hay que dibujar niñas que juegan con autitos?
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En lugar de buscar reemplazar supuestos estereotipos con otros nuevos, lo que las autoridades educativas deberían, antes que nada, es brindar un ámbito descentralizado. Es decir, generar el marco más adecuado para acompañar a los niños en sus individualidades y personalidades. Todo en compañía de padres presentes, que comprendan que la escolarización es solamente una parte de la educación. “Tercerizar” la educación en las autoridades políticas y escolares es un gravísimo error.
Cuando el Estado municipal, provincial o nacional imparte programas de estudio de manera centralizada, es inevitable la injerencia ideológica de los burócratas de turno. Por lo tanto, lo más importante a cuestionar no es el contenido en particular, sino la potestad de impartirlo. Si fue un error que durante mucho tiempo no se haya contemplado la posibilidad que los niños con orientaciones sexuales diferentes se sientan contenidos y libres de expresarse, también lo es el intento de corrección centralizado e ideologizado.
Aunque es válida la crítica conservadora, estos programas también tienen que ser cuestionados desde ámbitos más “crematísticos” como el económico. Si bien hay funcionarios mal llamados “progresistas”, que consideran que estos contenidos son parte de su revolución imaginaria, lo cierto es que detrás de todo esto hay mucho dinero estatal. Honorarios, materiales, impresiones de materiales, proveedores, toda una serie de gastos que no tendrían financiación en el sector privado. Si varias secretarías, como la de “políticas de género” de Chascomús, quedan expuestas ante la opinión pública, con lo que les cuestan a los contribuyentes argentinos, seguramente las críticas tengan mayor impacto que si se las cuestiona exclusivamente desde lo moral.