En menos de medio año, el presidente argentino parece haber dilapidado gran parte de su caudal político. Si ponemos la lupa dentro del breve período en cuestión vemos que la caída libre se da en un lapso mucho menor. Más precisamente en las últimas semanas. La negociación de un default heredado y las complicaciones de la pandemia por el COVID-19 son reales, pero lo cierto es que Alberto Fernández se encontró absolutamente superado por la situación y derrapó.
El hombre de perfil moderado y crítico del kirchnerismo duro, al que Cristina Fernández tuvo que recurrir para vencer a Mauricio Macri, se encuentra desbordado y ahora maltrata a los periodistas y a los argentinos en general. El estilo de las últimas horas no se le vio ni siquiera a Néstor y a Cristina en los momentos más oscuros del primer kirchnerismo. Prepotente, brabucón y agresivo, Alberto está sorprendiendo a propios y extraños.
Lo curioso de todo esto es que el primer perjudicado es él mismo. Mejor dicho, el único perjudicado por su actitud es él mismo. La oposición, que sigue a los tumbos y carece de liderazgo y sus socios del kirchnerismo, no piensan interrumpir a Alberto cuando se está equivocando.
El día negro del presidente argentino
Por estas horas, Fernández debe estar arrepentido de haber brindado la entrevista de anoche a Telefé Noticias. Pero la equivocación no fue la nota, sino su actitud. La periodista Cristina Pérez sorprendió a todos. Incluso al mandatario. Lo que se esperaba fuese un mano a mano cordial, en un canal masivo, en el marco de un momento oficialista, mediáticamente hablando, fue una entrevista en serio. La conductora hizo su trabajo, preguntó, incomodó y Fernández, de pocas pulgas, reaccionó mal.
“¿Querían salir a correr, a caminar? Bueno, acá están las consecuencias”, se quejó Alberto mientras confirmaba los 1 393 contagios de ayer. El reto paternalista a los deportistas que salieron a correr por las noches en Ciudad de Buenos Aires fue una locura. Argentina está llegando a su pico, como ocurrió en otras partes del mundo, pero el problema no es culpa de los runners. Es la circulación natural y esperable del virus y nada hubiera cambiado si las personas que hoy pueden salir a correr a media noche se quedaban en sus casas.
Alberto está frustrado porque ve que la economía se derrumba, y que, como le pasó a Macri, el plan económico equivocado no aporta soluciones, sino que agrava el problema. Entonces está nervioso y se la agarra con cualquiera. Con los deportistas y con una periodista que solamente hace su trabajo.
“La pregunta funcionaría mucho mejor si Cristina deja de lado los adjetivos”, señaló ofuscado el presidente, luego de la consulta de Pérez por la expropiación de Vicentin. Pero la comunicadora, lejos de bajar el tono se mantuvo, “La periodista soy yo y tengo el derecho de expresarla como me parezca”, retrucó en lo que ya era un momento incómodo. Fernández, molesto, mandó a la periodista a leer la Constitución.
“Por momentos parece que no me escucha”, fue uno de los tantos comentarios desacertados de anoche del presidente argentino, en lo que sin dudas fue el traspié comunicacional más duro en lo que lleva de su mandato.
Fernández tiene dos posibilidades. Puede meditar sobre su actitud, disculparse con la periodista y retomar el estilo que lo llevó a la Presidencia o seguir enojado y resentido.
Los cuervos que le revuelan alrededor, y forman parte del mismo espacio político, serían los primeros beneficiados de un suicidio político inútil, sin ningún sentido lógico. A Alberto le quedan tres años y medio. Por su bien, y por el de todos nosotros, lo mejor que puede hacer es cambiar el rumbo y evitar la ruleta rusa. Ya suficiente riesgo es tener a la vicepresidente que tiene en la línea directa de sucesión.