El debate alrededor de la legalización del aborto tuvo dos colores: de un lado los verdes, en favor de la iniciativa y del otro los celestes, los que nos expresamos en favor de la vida del niño por nacer. Aunque la iglesia y la izquierda estuvieron en su totalidad de un lado y del otro, la mayoría de los argentinos estuvimos (y estamos) divididos entre ambos bandos. Un corte transversal donde del lado verde y celeste hay peronistas, radicales, liberales, kirchneristas, religiosos, agnósticos y ateos.
Sin embargo, ante la conformación de un nuevo partido político, parece que el celeste deja de representar a la amplia mayoría de los argentinos que estamos en contra del aborto. Un nuevo proyecto partidario, que adoptó el color como imagen y el nombre como bandera, pasa a representar exclusivamente a un espacio: a los religiosos que buscan utilizar al Estado como herramienta de imposición para sus dogmas. Básicamente, lo mismo que hace la izquierda, aunque el nuevo Partido Celeste se denomine de “centro derecha”.
Aunque sus bases partidarias indican que “el Partido Celeste adopta un carácter aconfesional, por lo que todo ciudadano argentino está invitado a participar del Partido con la única intención de impulsar la defensa y promoción de la vida, independientemente de su credo, culto o creencia”, también dicen que la defensa de la vida debe transcurrir “desde la concepción”, hasta la “muerte natural”.
Respecto del primer punto no hay nada que objetar dentro de un espacio antiabortista, claro. El problema aparece con relación a la “muerte natural” como única causa posible de deceso. Una posición no dogmática y consecuente en contra del aborto tiene que ver con que el niño por nacer no es consultado sobre si desea o no vivir. Todos vimos alguna vez las desgarradoras imágenes de un bebé en formación que busca defenderse ante los ataques hostiles dentro del vientre materno. Incluso hay documentos registrados de pequeñas criaturitas que se desesperan por la supervivencia luego de ser extraídos de manera prematura con la única finalidad de extinguirle la vida.
No hace falta tener una posición religiosa para estar en contra de todo lo que el aborto significa. Claro que se puede tenerla, pero no es necesario. Sin embargo, cuando se discuten proyectos referidos a la muerte asistida, con consentimiento del interesado, las cosas son muy distintas. A diferencia del aborto, una persona que desea no continuar con su vida, sea por cualquier motivo, debe tener posibilidades de tomar esta decisión.
Claro que alguien, por motivos de fe o lo que sea, tiene todo el derecho del mundo en extender su existencia hasta una muerte natural, inclusive en las situaciones más adversas y extremas. Todos recordamos el caso de Juan Pablo II que siguió en su rol pastoral hasta el último momento, en consecuencia con sus principios personales y religiosos, cosa que no merece más que respeto por parte de los demás.
Pero esto no puede imponérsele a todos. Si consideramos que una persona en el vientre materno ya es digna de respeto, debe seguir siéndolo si desea terminar con su vida en alguna circunstancia. Por motivos de enfermedad e imposibilidad física de hacerlo por sus propios medios, o por las razones que el interesado considere. El mismo respeto por la vida y la integridad del individuo que aparecen en la oposición al aborto surge en el debate por la eutanasia. Si una empresa decide crear un fármaco indoloro para terminar con la vida, si un médico o especialista desea aplicarlo ante la solicitud y una persona quiere adquirir el servicio, ni el Partido Celeste ni nadie puede intervenir para que el intercambio no se lleve a cabo.
Claro que los médicos e instituciones deben tener objeción de conciencia y que el procedimiento debería ser 100 % privado, sin achacarlo a los contribuyentes, ya que muchos pueden no compartir la cuestión. Permitir que de esta manera una cosa así sea permitida no viola derechos de terceros, como sí lo hace el aborto.
No es coherente pedir libertad de perecer cuando se aboga por la eliminación del niño por nacer, al que nadie le pregunta si desea ser descartado. Pero tampoco lo es si se está a favor del derecho a la vida, pero también a la obligación de esta. O hablamos de un derecho o de una obligación.
Ante los documentos fundacionales del Partido Celeste, que ya manifestó que con relación a los proyectos que no se relacione con la “defensa de la vida” generará una plataforma para consultar a sus miembros, la agrupación debería tomar una decisión: o limitar sus principios a los denominadores comunes de todos los argentinos que nos embanderamos con ese color en contra del aborto, o utilizar una simbología que les pertenezca, sin las impúdicas usurpaciones de banderas a la que nos tiene acostumbrados la izquierda.