EnglishImagina que estás disfrutando de tu nuevo hogar; no solo es el mejor en el que jamás hayas vivido, sino que no pagaste nada por él, fue un regalo de la revolución. Estás descansando tranquilamente, pensando lo bueno que es vivir en socialismo… y de repente alguien entra en tu casa y te saca por la fuerza porque según este intruso, tu casa es ahora su casa.
Bienvenido al socialismo de Venezuela, donde la propiedad privada es solo un recuerdo de antaño, y el fracaso de las instituciones y el debilitamiento del estado de derecho se ha apoderado de un país donde prevalece la ley del más fuerte.
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La escasez de vivienda no es un problema nuevo en Venezuela. Incluso antes de 2011, cuando Hugo Chávez creó el programa social “Misión Vivienda” para otorgar viviendas gratis a los necesitados, la situación ya era bastante crítica. Con más de dos millones de personas viviendo en favelas sobrepobladas, no es una sorpresa que el Estado no haya podido satisfacer la demanda habitacional.
Sin embargo, tras años sin recibir una solución a sus problemas, muchas de estas personas se cansaron de esperar y decidieron lanzarse a arrebatar lo que el Estado no les proporcionaba. Así, las invasiones de propiedad privada se han hecho cada vez más comunes en Venezuela.
En marzo, el gobierno estaba por culminar la segunda etapa de la construcción de un complejo habitacional llamado “Ciudad Betania”, ubicado en Ocumare del Tuy, en el estado Miranda, zona que se caracteriza por altos índices de pobreza extrema y de criminalidad. Los apartamentos de la primera fase fueron entregados a beneficiarios de la Misión Vivienda, y los de la segunda fase, serían entregados a oficiales de la policía y funcionarios militares.
Las comunidades adyacentes comenzaron a protestar y demandar nuevos apartamentos, alegando que ellos también eran prioridad. Dada la ausencia de una respuesta del Estado, muchos de ellos decidieron convertir estos apartamentos sin estrenar en su nuevo hogar. Sin ni siquiera importar que los edificios todavía no tuviesen escaleras, mucho menos un ascensor, los invasores escalaron las paredes y tomaron el primer apartamento que pudieron.
El mes pasado, Aporrea, una página web donde seguidores del chavismo comparten artículos alabando la revolución pero también denunciando “irregularidades” internas del proceso, publicó una carta abierta a las autoridades, escrita por empleados de “Mercal”, el programa de distribución de alimentos del Estado. Según la carta, estos empleados eran los beneficiarios de la primera etapa del mencionado complejo habitacional, y los oficiales de policía y militares debían mudarse a la segunda etapa. Sin embargo, un día, mientras disfrutaban de las maravillas del socialismo en sus nuevos apartamentos gratuitos, fueron literalmente expulsados de sus hogares por grupos que entraron ilegalmente y reclamaban que ellos “estaban primero” en la larga lista de espera para recibir una casa gratis del Estado.
Los oficiales de la Guardia Nacional y la policía que intervinieron en el conflicto trataron de controlar a los grupos rebeldes, pero no lo lograron. Así que se retiraron y dejaron que los habitantes legales solucionaran sus problemas con los “nuevos vecinos” por sus propios medios. Horas después, los dueños de los apartamentos tuvieron que abandonar sus hogares por miedo a ser atacados físicamente por los invasores.
“Repudiamos los actos vandálicos de grupos escudados en una supuesta figura organizativa popular, que con la intención de controlar espacios construidos por la revolución para dignificar al pueblo venezolano distorsionan la lucha, basados en la anarquía y actitudes delictivas,” denuncia la carta.
Es importante recordar que cuando Chávez confiscaba terrenos, fábricas y edificios a personas que se ganaron lo que tenían a través de su trabajo, todo se hacía en nombre de la “justicia”. La noción de propiedad privada quedó enterrada bajo el nuevo concepto de Chávez de “redistribución social”. Pero cuando son los mismos chavistas los que son despojados de su propiedad, lamentablemente por los mismos que fueron engañados por promesas populistas, entonces se trata de “actitudes delictivas”.
Cuando los invasores se dispongan a descansar tranquilamente en sus nuevos apartamentos, también pensarán en lo bueno que es vivir en el paraíso socialista. Seguramente pensarán, como suele decirse por aquí, que “lo que es igual no es trampa”.