“…aquello que nos llevamos del mercado a nuestras casas y vidas privadas, es lo que realmente cuenta. El dinero hasta que no se gasta no tiene utilidad. El salario, en último término, no se paga en términos de dinero sino de satisfacción o goce. El dinero con el que nos pagan solo se convierten en renta, en sentido propio, cuando nos comemos los alimentos, nos ponemos los vestidos o montamos en los automóviles comprados con ese dinero”
(Irving Fisher, Teoría del Interés, 1930)
El objeto de la producción es el consumo. En esa sencilla afirmación reposa la defensa liberal del sistema de mercado, porque el capitalismo, la expresión más acabada del orden espontáneo de mercado, no puede subsistir sin expandir permanentemente la variedad y cantidad de los bienes y servicios de consumo, que constituyen la verdadera sustancia de la riqueza individual y social. Y esa expansión se hace mediante su abaratamiento en términos monetarios que los pone al alcance de más y más personas.
El capitalismo —que ciertamente produce desigualdad en los ingresos, aunque mucho menos que cualquier otro sistema económico conocido— es el gran igualador del consumo tanto en términos cualitativos como cuantitativos. Pero también el capitalismo es el gran desigualador de los consumos, porque siempre está produciendo cosas nuevas —los lujos— que inicialmente, por obvias razones, solo están al alcance de unos pocos, antes de que la competencia reduzca sus costos y los ponga al alcance de todo el mundo. Por sí mismo, sin la intervención benevolente de los gobiernos, el capitalismo iguala y desiguala y vuelve a igualar, haciendo que los antiguos lujos se vuelvan necesidades y creando nuevos lujos que serán después necesidades.
La igualación de los ingresos monetarios es la gran obsesión de nuestra época, invadiendo incluso los dominios de la economía académica, que muchos han convertido en una rama menor de la contabilidad, olvidando la teoría del consumo que es su fundamento. Esa obsesión, además de ser nociva, carece de todo sentido, porque incluso, si por la acción deliberada del estado, lográramos, más que la del ingreso, la igualación del consumo en términos monetarios, aún faltaría igualarlo en términos de los bienes en los que cada cual gasta su ingreso, pues es del consumo de estos, como sabe cualquier estudiante de economía, de donde el consumidor obtiene esa satisfacción, bienestar o utilidad que busca maximizar. Pero aun igualando esos consumos, en términos de la cantidad y diversidad de los bienes que cada quien consume, tampoco podríamos estar seguros de haber logrado la maximización del bienestar social por la simple razón de que no podemos medir las utilidades de cada cual y mucho menos sumarlas. En todos los lugares donde se ha ensayado imponer la igualación total, se ha hecho a expensas de las más elementales libertades sin que la gente que se ha beneficiado de esa igualación se haya mostrado particularmente feliz de ajustar su vida a la idea que de su bienestar tiene el dictador iluminado. A la gente se le pueden igualar los ingresos y los consumos, pero no se le pueden igualar los deseos.
La ideología igualitarista ha opacado casi por completo esa forma de ver las cosas, desplazando la atención de políticos, empresarios y economistas hacia la desigual distribución de ingreso, generando entre la gente un ambiente de opinión contrario a las instituciones del capitalismo liberal en las que reposa su bienestar. Es tal el dominio de esta ideología que la World Inequality Database solo reporta información sobre las distribuciones del ingreso y la riqueza y nada sobre el consumo. El Banco Mundial muestra series de Ginis de ingreso de todos los países del mundo sin que se les haya ocurrido calcular los del consumo. Inútil esculcar los montones de estadísticas de la CEPAL buscando un dato sobre el gasto de las familias: allí solo se habla del “gasto social”. Ni que decir de la afamadísima OXFAM, que escandaliza al mundo cada año hablando de la riqueza del 1 %. Economistas laureados con el Premio Nobel como Stiglitz y los laureados en 2019 hacen eco de esas ideas compitiendo con personajes como Piketty. En todas partes, y Colombia no es la excepción, la gente está obsesionada con la desigual distribución del ingreso, pues poco se le habla de la diversificación y la distribución del consumo, que es lo que realmente importa.
Cada diez años el DANE realiza la Encuesta Nacional de Presupuesto de los Hogares (ENPH) que tiene por objeto establecer los bienes y servicios que deben integrar la canasta de consumo que sirve para calcular las variaciones del Índice de Precios al Consumidor (IPC). La última ENPH es la realizada en 2016/17. Las distribuciones de ingreso y gasto monetarios que aquí se utilizan para construir las curvas de Lorenz y sus Gini respectivos, son tomadas del Boletín Técnico del DANE[1]. La revisión de los rubros consumo incluidos en esta encuesta y en las de hace 10, 20 o más años daría una imagen espléndida de la impresionante diversificación de los bienes y servicios asequibles hoy a los colombianos. Aquí nos limitamos al aspecto puramente cuantitativo dejando para otra oportunidad el aspecto cualitativo, probablemente mucho más enriquecedor.
Existen muchas medidas de desigualdad, de las cuales la más popular es el Coeficiente de Gini que puede calcularse para cualquier distribución, no solo la del ingreso, como mucha gente cree. Como este artículo está dirigido al público en general, quizás no sea ocioso explicar, brevemente, el significado del Coeficiente de Gini de la Curva de Lorenz, que es su nombre técnico preciso.
La distribución porcentual de una variable cualquiera entre una población, se puede representar gráficamente mediante la llamada curva de Lorenz. En el eje vertical está el ingreso y en el eje horizontal la población, ambas variables en términos de porcentajes acumulados a lo largo de cada eje. En el origen, el 0 % de la población acumula, obviamente, el 0 % del ingreso. En el extremo de la línea azul, el 100 % de la población acumula el 100 % del ingreso. A lo largo de la línea que une esos dos puntos, a un porcentaje acumulado cualquiera de la población corresponde exactamente el mismo porcentaje acumulado del ingreso. Esa línea representa la igualdad total.
El eje horizontal y la línea vertical que se levanta en el 100 %, representa la situación en la que la totalidad el ingreso la recibe una sola persona. Al interior del triángulo conformado por las líneas de igualdad total y de desigualdad total, aparece, en rojo, la curva de Lorenz. Cada uno de sus puntos representa el porcentaje ingreso acumulado por el respectivo porcentaje acumulado de la población. En el punto P1, por ejemplo, el 40 % de la población recibe el 10 % del ingreso; en el P2, el 43 % del ingreso es recibido por el 80 % de la población.
Mientras más se aleje la curva de Lorenz de la línea de distribución igualitaria y más se acerque a las líneas de desigualdad absoluta, mayor es la desigualdad de la distribución. En la gráfica esto lo representa el área marcada con la letra A. La relación de esta área con el área total del triángulo formado por las líneas de distribución igualitaria y de desigualdad absoluta es el coeficiente de Gini.
GINI = A/(A+B)
Por simple inspección de esta expresión se concluye que cuando A es igual a cero el Gini es cero y que es igual a 1 cuando B es igual a cero. El valor numérico de la infinidad de casos intermedios se puede calcular a partir de una fórmula, un tanto pesada, que no es necesario reproducir aquí.
De la misma forma como se calcula el Gini de la distribución del ingreso puede calcularse el Gini de la distribución del gasto monetario. Además de la cita de Fisher y lo ya expuesto, una pequeña historia puede ayudar a entender por qué este último es el verdaderamente importante cuando se habla de desigualdad.
En mi hogar paterno, como seguramente ocurre aún en muchos hogares, el único ingreso era el de mi padre, razón por la cual el Gini del ingreso familiar era igual a 1: desigualdad absoluta. Como mi padre era un hombre generoso y buen proveedor, distribuía todo su ingreso en la más equitativa atención de las necesidades de todos los miembros de la familia, haciendo que el Gini del gasto familiar se situara, muy probablemente, en las cercanías de 0: igualdad total. Más tarde mis dos hermanas mayores empezaron a trabajar, elevando el ingreso familiar y reduciendo el Gini respectivo. Sin embargo, si mis hermanas, en lugar de contribuir, como lo hicieron, al sostenimiento de toda la familia, hubieran decidido mecatearse ellas solitas su dinerito, el Gini del gasto familiar podría haber aumentado a pesar de la reducción del Gini del ingreso. Gracias por tanta generosidad, queridas hermanas.
Hay una razón elemental para esperar que el Gini de gasto asociado a un Gini de ingreso dado sea mucho menor: la gente ahorra y a medida que su ingreso es mayor la gente ahorra más. Este es, particularmente, el caso de las personas más acaudaladas, el famoso 1 % del que tanto se habla, que no se gastan su ingreso en construir mausoleos ni en hamburguesas y papas fritas, sino que lo invierten en capacidad productiva. Pero la gente también se endeuda, lo que le permite un mayor consumo, especialmente en bienes durables, que el que puede obtener con su ingreso corriente. También está el efecto de las trasferencias y donaciones recibidas por los más pobres que elevan su gasto por encima de lo que permite el ingreso propio.
La gráfica 2 muestra las curvas de Lorenz de las distribuciones del ingreso y el gasto monetarios de las familias colombianas, calculadas a partir de las cifras del Boletín Técnico de la ENPH de 2016/17. Se observa, claramente, que el área comprendida entre la línea de igualdad y la curva de Lorenz de gasto es inferior al área entre aquella y la curva de Lorenz de ingreso. O, dicho de otra forma, el Gini del gasto monetario 35,8 es notablemente inferior al del de ingreso monetario 51,6.
La información de la ENPH se presenta desagregada entre “Cabeceras” y “Centro Poblados y rural disperso”. La gráfica 3 presenta las curvas de Lorenz de ingreso y gasto monetario para ambas categorías. Los Gini de ingreso y gasto monetarios de las Cabeceras son 50,1 y 30,2, respectivamente. Para los “Centros poblados y rural disperso” son 46,5 y 25,1. El hecho de que los Gini del sector rural sean más reducidos, no es necesariamente una buena noticia: la desigualdad es menor porque todos son igualmente pobres.
Quien solo ha visto su propio ombligo no sabe nada de ombligos. Lo mismo ocurre con el Gini del consumo, como con cualquier variable económica. El problema es que, a diferencia del Gini del ingreso, que aparece hasta en la sopa, el Gini del consumo es más inusual. Ya vimos que importantes organismos multilaterales no lo calculan, aunque podrían hacerlo. No obstante, pude obtener algunos y calcular otros, que se muestran en la tabla única.
Tabla única
Con sus Ginis de consumo de 2017, Colombia no luce mal frente a los países de nuestra pequeña muestra. Nos comparamos bien con Chile, y mucho mejor con Costa Rica, y no desmerecemos frente a los países desarrollados incluidos.
El Gini del gasto o del consumo es sustancialmente menor que el Gini del ingreso y ambos se han reducido en los últimos diez años, mucho más el primero que el segundo. Los Gini del sector rural son menores que los de los cascos urbanos. El Gini calculado aquí se refiere al gasto monetario total. Sería conveniente que se hicieran cálculos por agrupaciones de gasto (educación, salud, servicios públicos, alimentos, etc.) que seguramente arrojarían coeficientes Gini sustancialmente inferiores a los de ingreso y gasto agregados.
En conclusión, contrariamente a lo que se afirma, con un Gini de gasto de 36, Colombia es un país muy igualitario en el consumo, que es lo que en verdad importa. Pero, por supuesto, no hay ninguna razón para sacar mucho el pecho con ese dato. Somos aún un país de ingreso mediano. Nos falta más ahorro, más inversión, más crecimiento para hacernos más ricos. Es de esto de lo que deberíamos hablar y abandonar las tóxicas discusiones sobre la desigualdad social.
[1] https://www.dane.gov.co/files/investigaciones/boletines/enph/boletin-enph-2017.pdf