EnglishCon una ideología desacreditada y un liderazgo histórico octogenario, la revolución cubana podría entrar pronto en un escenario postotalitario. Algunos señalan eso —la nueva política EE.UU.-Cuba y los cambios minimalistas introducidos por el General Raúl Castro—, para argumentar que Cuba ha entrado en un camino predemocrático.
Lo que Alexis de Tocqueville destacó en El Antiguo Régimen y la Revolución (1856), de que “la experiencia enseña que el momento más crítico para los malos Gobiernos es cuando toman el primer paso hacia la reforma” lo sabe perfectamente Raúl Castro, y el postcomunismo no será predemocracia.
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El libro de Tocqueville analiza la sociedad de Francia antes de la Revolución Francesa (1789-1799). En él desarrolla una teoría de continuidad argumentando que, aun cuando los franceses intentaron apartarse del pasado y del régimen autocrático, finalmente regresaron a un poderoso Gobierno central. Yo he expresado preocupaciones similares en mi libro Mañana en Cuba y otros escritos.
Aun cuando los participantes estén realmente comprometidos con un Gobierno democrático, contener las tendencias hacia poderosos Gobiernos centrales es una tarea desafiante; más aun en Cuba, con tradición de autoritarismo y con una élite gobernante sin cultura democrática.
En Estados Unidos registramos las mismas tensiones cuando nacía la nueva nación. Esos impulsos fueron elocuentemente articulados por la amistad, destruida por rivalidades políticas, y nuevamente recuperada, de dos de los más destacados Padres Fundadores: John Adams y Thomas Jefferson.
Durante el Segundo Congreso Continental en 1776, fue el elocuente John Adams quien defendió la Declaración de Independencia de Thomas Jefferson. Ambos eran arquitectos de ese documento que dio vida a la nueva nación. Adams era el mejor orador y Jefferson el mejor escritor. Esa fue probablemente la última vez que estuvieron de acuerdo en algo político.
El irascible Adams era un acérrimo federalista, y creyente en un Gobierno centralizado fuerte. El gentil erudito Jefferson creía que los Gobiernos centrales deberían ser estrictamente limitados en sus poderes. Adams y Jefferson personificaban impulsos políticos opuestos de su generación revolucionaria.
Jefferson veía su lucha como un claro rompimiento con el pasado y como un rechazo a las viejas disciplinas políticas. Jefferson era hostil a la extensiva autoridad gubernamental. Consideraba los privilegios arraigados como influencias asfixiantes del pasado que debían descartarse para permitir el flujo de libertades y energías individuales. Veía el bienestar político y económico de la nueva nación inversamente proporcional al poder del Gobierno central.
Adams vinculaba el éxito de la Revolución Americana a las tradiciones establecidas en las asambleas coloniales. La correspondencia entre ambos creó el más extraordinario intercambio intelectual entre estadistas en toda la historia americana; un debate sin fin entre Jefferson, el virginiano elegante, y Adams, el polemista de Nueva Inglaterra.
Independientemente de sus desacuerdos Adams y Jefferson coincidían en el principio liberal de que la soberanía reside en el individuo y no en una autoridad designada antidemocráticamente
Sin embargo, independientemente de sus desacuerdos, Adams y Jefferson coincidían en el principio liberal fundamental de que la soberanía reside en el individuo y no en alguna autoridad designada antidemocráticamente. Creían en el principio capitalista de que la productividad económica depende de mercados libres y no de una economía controlada por el Estado. Compartían el principio de que todos los ciudadanos son iguales ante la ley, y la convicción de que el individuo, y no el Estado, es la unidad moral central en la sociedad.
Su correspondencia permitió conocer las contradicciones que habían sido reprimidas durante la lucha por la libertad. Adams, que se acerco a Jefferson después de décadas de abierta enemistad, lo expresó así: “Nosotros no deberíamos morir antes de habernos dado explicaciones uno al otro”. Como quiso el destino, ambos murieron con horas de diferencia el 4 de julio de 1826, quincuagésimo aniversario del día que firmaron la Declaración de Independencia.
Saltemos al futuro cuando el totalitarismo llegue a su final en Cuba y el impulso de anclar el futuro en el pasado inmediato se enfrente al deseo de un nuevo y fresco comienzo. Entonces, la esencia del conflicto Adams-Jefferson emergerá. Lamentablemente, estadistas como Adams y Jefferson no estarán presentes; ni siquiera acuerdos sobre valores democráticos básicos.
Lamentablemente, en Cuba es improbable que el postcomunismo ceda el paso a un entorno predemocrático donde pueda fundarse una nueva nación sustentada en principios democráticos.