Argentina se encuentra en una senda de recuperación de actividad económica. Desde luego, esto es una buena noticia, ya que en la medida que esta se sostenga, el impacto positivo irá aumentando. Más aún, es posible que el crecimiento se perpetúe en 2018 y 2019. De esta manera se rompería “la maldición de los años pares” en donde Argentina (en los últimos años) crecía en los años impares (los electorales) y caía en los años pares (los no electorales). Ahora las perspectivas indican (por ahora) que este estancamiento se quebraría y habría un crecimiento sostenido. Sin embargo, sería un crecimiento muy modesto y amarrete (2 o 3 % anual).
Para que una economía crezca a una mayor velocidad es importante desarrollar el capital. Este puede ser tangible o intangible. Dentro del capital tangible podemos ubicar las maquinarias, inmuebles, etc. En cuanto al capital intangible podemos relacionarlo con el capital humano. Y es en este último punto donde Argentina presenta una falencia grave. Cabe aclarar que no se trata exclusivamente de generar desarrollo del capital, este también debe ir acompañado de la inversión que con reglas de juego claras (rule of law) sientan las bases del crecimiento. Para desarrollar el capital humano es menester una adecuada educación. En el presente artículo se intentará mostrar por qué Argentina está lejos de ir por el camino correcto debido a sus fallas en la educación.
En cierta forma, la educación tiene relación con el tipo y calidad de empleo que podrá ofrecerse en un futuro. Aquellas personas con mejor nivel educativo poseen mayores probabilidades de obtener mejores trabajos y mayores remuneraciones. Por supuesto que siempre habrá excepciones. Por otra parte, es importante observar también los puestos vacantes de empleo para la Población Económicamente Activa (PEA). Según revelan las cifras del Ministerio de Trabajo, se puede observar un desequilibrio estructural entre niveles educativos y puestos vacantes de trabajo:
Ambos gráficos guardan relación. En el gráfico de la izquierda se observa la PEA por nivel educativo, mientras que el gráfico de la derecha muestra los puestos de trabajo que ocuparían los integrantes de la PEA. Las formas observadas en cada círculo se corresponden; es decir, los integrantes de la PEA con secundaria incompleta ofrecerán trabajo para el sector “no calificado”; los trabajadores con secundaria completa tenderán a realizar trabajos “operativos”; quienes tengan un terciario o universitario incompleto ofrecerán un trabajo “técnico” y por último, aquellos que hayan finalizado sus estudios terciarios y universitarios ocuparán los puestos denominados “profesionales”.
Entendido esto, la estructura Argentina presenta un grave problema. Hay un 37 % de la PEA que no terminó el secundario, sin embargo, el mercado solo demanda 16 % de trabajo “no calificado”. En concreto, si la PEA es de 1.000 personas, 370 no finalizaron sus estudios secundarios y solo 160 de ellos encontrarán un trabajo, mientras que el resto difícilmente pueda insertarse en el mercado laboral. La situación en verdad es aún más grave de lo que estas cifras muestran, dado que el fenómeno “ni-ni” (ni trabajan ni estudian) se incrementó, lo que hace que el 37 % subestime la cantidad de personas que no finalizaron el secundario. Más aún, esta cifra en el 2008 rondaba en el 46 %. Si Argentina no logra mejorar sus niveles de educación y que los chicos terminen la secundaria, nunca se logrará un despegue del crecimiento potente y sostenido.
En la contrapunta puede observarse que solo el 14 % de la PEA han finalizado el terciario/universitario, mientras que el mercado demanda un 32 % de puestos “profesionales”. No obstante, esto es mucho menos grave, ya que lo que termina ocurriendo en varios casos es que se tome personal que aún no es profesional, pero que probablemente lo sea en un futuro cercano. En cambio, la barrera de no haber terminado la secundaria es mucho más determinante y difícil de quebrar.
Como si esto fuera poco, el deterioro de los resultados de Argentina en las evaluaciones PISA se ha incrementado en los últimos años. Es decir, no solo hay un alto nivel de personas que no terminan el secundario, sino que la calidad del sistema educativo empeora. En este punto vale la pena analizar aquellos sistemas que fomentan la competencia en la educación. Un excelente ejemplo son los vouchers educativos.
No es rol del Estado elegir la educación que deben tener los chicos, sino que le corresponde a los padres saber qué es lo mejor para sus hijos. Lo que brinda el sistema de vouchers es abrir el abanico de posibilidades subsidiando la demanda en lugar de la oferta. De esta manera, aquellas familias con escasos recursos no tendrán que elegir solo entre las universidades públicas como opciones, sino que el voucher les permite evaluar la posibilidad de que sus hijos puedan acceder a una educación privada.
Después de todo, eso es lo mejor que brinda el mercado, ampliar la cantidad de oportunidades (sobre todo para los más necesitados). No es la igualdad de oportunidades, es ampliar las opciones, aumentar la cantidad de oportunidades lo que el mercado puede ofrecer. Generando nuevas oportunidades serán más las personas que puedan acceder a una educación con la que se sientan más identificados y obtener mejores resultados, lo que en el mediano y largo plazo es lo que termina impactando en mayores niveles de crecimiento y del PIB per cápita.