Las maneras de suprimir a la libertad de pensamiento y opinión van mutando a lo largo del tiempo. En épocas pasadas se hacía a lo bruto, simplemente practicando la censura y persiguiendo a los que se atrevían a dar a conocer una idea contraria a la del poder dominante. Sin embargo, actualmente el ataque a la libertad de expresión y prensa ha ido adquiriendo formas más sutiles, hasta llegar al absurdo de coartarla con el sofisma de preservarla. Es decir, se puede decir lo que “uno quiera” siempre y cuando no se aparte del discurso de lo políticamente correcto. Los que se atreven a hacerlo son silenciados, exiliados del mundo social, difamados y perseguidos, tal como hacían los monarcas absolutos.
Uno de los casos más sonados fue el protagonizado por la escritora J. K. Rowling —autora de la saga literaria de Harry Potter— que fue vilipendiada a raíz de unas declaraciones que hizo en Twitter sobre la transexualidad. El tweet en cuestión fue para respaldar a Maya Forstater, una investigadora británica que perdió su trabajo por decir que las personas no pueden cambiar su sexo biológico. Forstater fue despedida del think thank Centro para el Desarrollo Global después de publicar una serie de tuits en los que cuestionaba los planes del Gobierno británico para permitir que las personas determinen cuál es su género.
O sea, la investigadora británica ponía en cuestión a la teoría queer, según la cual no hay tan solo dos sexos sino una infinita serie de sexualidades. En ese contexto, Rowling afirmó que negar el sexo biológico que diferencia al varón de la mujer, acarrea la consecuencia de eliminar la legitimidad de la lucha contra la desigualdad de la mujer y además niega la existencia de la homosexualidad porque no tendría sentido hablar de atracción hacia personas del mismo sexo.
Esas lúcidas declaraciones le valieron a Rowling el escarnio público y el feroz ataque de los dictadores que buscan imponer al pensamiento único.
Increíblemente, esta movida a favor del pensamiento único que se quiere implantar en nombre del “respeto hacia los diferentes puntos de vista”, comenzó en Estados Unidos, más específicamente dentro se las universidades, y de ahí se extendió al resto del mundo occidental.
Es tan brutal esta arremetida contra la libertad de expresión del pensamiento —baluarte de la vida digna— y se están realizando acciones tan obscenas en su nombre, que un grupo de 150 intelectuales, escritores, músicos y periodistas anglosajones —de las más diversas ideologías— publicaron un manifiesto en Harper´s Magazine al que titularon “Una carta sobre justicia y debate abierto”. Entre los firmantes están Noam Chomsky (lingüista), Francis Fukuyama (académico), Margaret Atwood (feminista), Salman Rushdie (escritor), Malcolm Gladwell (periodista y sociólogo), Steven Pinker (psicólogo y escritor) y Garry Kasparov (ajedrecista).
Estas personalidades denuncian que hay una tendencia a debilitar las normas del debate abierto y la tolerancia, que son fundamentales para las sociedades democráticas. Protestan contra la cancel culture o «cultura de la cancelación» y otros fenómenos que limitan la libertad de expresión. Por ejemplo, en muchas universidades norteamericanas se exige que se les retire la invitación a personalidades cuyo pensamiento es controversial y van en contra de la dictadura de lo políticamente correcto. Destacan que se está produciendo una evolución del lenguaje, introduciendo neologismos que funcionan como eufemismos para evitar decir ciertas palabras que se han convertido en tabú, por haberse asociado a una determinada ideología. Lo concreto es que “el derecho de disentir del pensamiento generalizado o dominante es, en la práctica, eliminado por el acoso mediático de una masa social a la que se ha dado voz (y fuerza, que no argumentos, para presionar hasta la destrucción) con las redes sociales”.
Los dictadores del pensamiento único aducen que ellos lo que hacen es combatir los “discursos del odio”. Pero la verdad es que lo fomentan.
Quince días después del manifiesto en Harper’s, una centena de intelectuales españoles adhieren a lo dicho por sus pares de Estados Unidos. Entre los firmantes están Mario Vargas Llosa, Fernando Savater, Mercedes Monmany, Adela Cortina y Carmen Posadas.
Monmany explica que “la radicalización de la censura, que cada vez es mayor y limita la libertad de expresión […] Estamos llegando a unos niveles de histeria exagerados, copiando los métodos totalitarios de las dictaduras. En éstas, la censura se hacía a las claras, y en las democracias es encubierta, la mordaza es sutil. A ello se suma el problema de las redes sociales, donde todo es muy agresivo, blanco o negro. El insulto es lo primero que se utiliza, en vez del argumento. Son sociedades que han perdido la capacidad de argumentar, de debatir, de intercambiar opiniones… y produce la autocensura, gente acobardada, una sociedad que baja la cabeza. Se pide partido único, pensamiento único, tendencia única”.
También Monmany denuncia la existencia de listas negras en Europa con nombres contra los que se actúa de muchas formas: “Demonización, no aparición en medios de comunicación… Se ha llegado a un punto de delirio: derribar y pintar estatuas, la petición de que Colón no descubra América… Un proceso que nos lleva directos al analfabetismo cultural, volver a las cavernas y a las dictaduras”.
Afortunadamente, en el ámbito universitario estadounidense se está empezando a reaccionar contra esta embestida contra el valor máximo en Occidente que es la libertad de expresión. Una de las que ha comprendido la gravedad de la situación es la Universidad de Cambridge. La dirección de ese instituto, por amplia mayoría, decidió un cambio de política. A partir de ahora, el valor a defender será la “tolerancia” ante las diferentes visiones sobre un tema en vez de “ser respetuosos” con ellas, que era la norma que regía anteriormente. Con esa excusa, se aniquilaba el debate vigoroso porque se silenciaban las voces disidentes, lo que paulatinamente iba introduciendo el pensamiento único sobre asuntos controversiales.
Las autoridades de Cambridge decidieron que el único freno para desistir de escuchar a un profesor/ académico visitante es que hubiera infringido la ley, pero no porque expresara ideas que molestaran a algunos grupos.
Es de esperar que esta auspiciosa reacción se contagié a otras universidades norteamericanas, y de ahí, al resto del mundo.