El período comprendido entre las décadas de 1960 y 1980 se caracterizó por la violencia en el Cono Sur. Surgieron asociaciones radicales de izquierda y de derecha, con sus respectivos brazos armados.
Por el lado de la izquierda, ese radicalismo se materializó en grupos guerrilleros que asolaron a sangre y fuego la región. Con respecto a la derecha, en las respectivas dictaduras militares de Argentina, Chile y Uruguay.
Fueron tiempos tormentosos y sombríos. Tanto el accionar guerrillero como el de las dictaduras sembraron terror y muerte.
Ninguno de los dos bandos demostró empatía hacia los demás y mucho menos humanidad. Fueron tan repudiables las acciones de unos como de los otros.
Lo que pasó durante esa época ha sido ampliamente estudiado, pero no con el mismo rigor. La conducta de los militares fue cubierta de ignominia mientras que la de los guerrilleros, muchas veces, se acercó más a la ficción que a la realidad.
Se les retrató como “héroes” que lucharon contra la injusticia —aun cuando sus supuestos “defendidos” no se lo habían pedido y los rechazaban— y a favor de la democracia.
La verdad es que los guerrilleros tomaron las armas para imponer su propia versión de la dictadura. Sus métodos de lucha eran muy parecidos a los que utilizaron los militares para derrotarlos y luego mientras que gobernaron.
En cuanto a la violación de los derechos humanos, no hubo mayor diferencia entre el accionar de ambas colectividades: secuestraron, torturaron y asesinaron a sangre fría.
Con el retorno de la democracia en las naciones mencionadas se les pidió cuentas a los militares y se les exigió que pidieran perdón por lo que habían hecho.
Nada parecido sucedió con respecto a los guerrilleros; cuando algunas voces aisladas lo solicitaron, recibieron por repuesta el silencio y la actitud altanera.
Justamente, una de las cosas más indignantes sobre los miembros de los grupos guerrilleros, es que nunca se arrepintieron por el dolor que habían provocado en tantas personas y/o familias. Tratan ese tema con una liviandad que asusta.
Desde ese punto de vista, un ejemplo paradigmático son los tupamaros uruguayos y especialmente uno de sus líderes: el expresidente José “Pepe” Mujica.
Los tupamaros se jactan de una de sus sangrientas acciones a la que pomposamente denominan “La toma de Pando”, al punto que anualmente —con total desparpajo— en la fecha conmemorativa celebran ese acontecimiento.
Este año no fue la excepción y convocaron al púbico a asistir a la ceremonia a realizarse en la sede central de su partido político, el Movimiento de Participación Popular (MPP).
En un volante de difusión se expresa que se trata de un acto “por el Che y los compañeros caídos en Pando”.
Estaba previsto que hicieron discursos aludiendo a ese “memorable” hecho los diputados Alejandro Sánchez, Daniel Caggiani y la dirigente Rocío Martínez. Además, habría un show musical.
Pues bien, vayamos a los hechos.
La denominada “Toma de Pando” (pueblo cercano a Montevideo) fue una acción de los tupamaros realizada el 8 de octubre de 1969, en la que intervinieron unos cuarenta guerrilleros.
Las instalaciones “tomadas” fueron la comisaria, el cuartelito de bomberos, la central telefónica y asaltaron dos bancos llevándose casi 400 000 dólares. Toda la operación duró unos 20 minutos.
Los tupamaros fueron interceptados por la policía mientras estaban huyendo.
El resultado fue la muerte de tres tupamaros muy jóvenes (Jorge Salerno, Alfredo Cultelli y Ricardo Zabalza), un policía (Enrique Fernández Díaz) y Carlos Burgueño, un hombre que pasaba por el lugar y fue víctima de la balacera que se entabló entre los agentes del orden y los tupamaros.
No parecería que fuera un acontecimiento digno de celebración y mucho menos heroico. Sin embargo, el cineasta serbio Emir Kusturica en el documental que hizo sobre la vida de Mujica, al que tituló “El Pepe: una vida suprema”, lo presenta como si lo fuera.
En el momento en que Mujica hace referencia a ese hecho, expresa lo siguiente: “La acción terminó para unos tomando cerveza y los otros presos, con algún herido que se curó. Pero lo más importante es que a los días estábamos en la calle operando”.
Sus palabras indignaron a Jorge Zabalza, un exguerrillero cuyo hermano —de tan solo 18 años— murió abatido en esa ocasión. A raíz de ello, un periodista le preguntó si le dolió la frívola referencia de Mujica a la “toma” de Pando.
Zabala le respondió: “¿Por qué recuerda que tomó una cerveza y no recuerda las muertes? Me genera una gran bronca, una indignación muy grande”. “Me da mucha bronca. Rabia me da. Porque él no tiene ningún derecho a referirse de esa manera. Él hizo un nuevo relato porque los compañeros que murieron eran unos gurises”, agregó.
El periodista comenta que frecuentemente las referencias a Pando son épicas, como si hubiera sido una aventura, casi festivas, desprovistas de todo dolor. A lo que Zabalza añade, “Y después fui y me tomé una cerveza”.
Otro que decidió reaccionar en forma contundente fue Diego Burgueño, hijo de Carlos Burgueño, el civil asesinado en esa ocasión. En consecuencia, denunció ante la policía la conmemoración del episodio que anualmente realizan los tupamaros.
En su denuncia penal, Burgueño señala que la convocatoria a la conmemoración de aquella violenta jornada en la que murieron cinco uruguayos tiene apariencia delictiva.
El escrito sostiene que “la ‘toma de Pando’ es el nombre que se le dio una serie de hechos delictivos”. “El propio nombre ‘Toma de Pando’ es parte de una modificación y readecuación de la historia a los intereses del grupo aquí denunciado”.
Fundamenta su denuncia citando los dichos de Mujica en el documental mencionado, donde afirma que los hechos de Pando fueron un “homenaje armado” al Che Guevara y menciona lo bien que se sentía al entrar armado a robar un banco.
“Simplemente pretendían seguir reuniendo dinero para sus fines y en ese objetivo todos los medios eran válidos, no hubo ningún acto heroico”, dice la denuncia.
Burgueño manifiesta que “estamos ante un mensaje sumamente peligroso. Si lo despoblamos de todo el romanticismo con el que se le quiere envolver, estamos dando por válido que un grupo cualquiera sea este puedan decidir por ‘homenajear’ a una persona cometiendo delitos violentos, involucrando inocentes, violando bienes jurídicos tutelados, y veladamente quieran esgrimirse como héroes contando una leyenda que no se apega a la realidad”.
El denunciante pregunta: “¿Dónde está el sentido de festejar que un asaltante dispare contra una multitud y mate a un civil que simplemente tuvo la mala suerte de encontrarse con este grupo?”
Burgueño recuerda que aquel día su padre se encontraba parado en la puerta de un bar, cerca de una parada de ómnibus porque iba a viajar a Montevideo para acompañar a su esposa internada que acababa de tener un hijo.
Ese bebé era Diego, el denunciante.
Para Burgueño, “la falta de empatía y autocritica hace que año a año este movimiento sigue conmemorando esa fecha como una hazaña y se jactan de actos que causaron tanto mal y dolor a tantas familias. En nuestro caso se destrozó una familia. Se privó a mi madre de un esposo y a mi hermano y a mí de un padre y a mi padre se le privó de disfrutar de una familia y de conocer y criar a su hijo recién nacido”.
Los tupamaros no se arrepintieron de los hechos sangrientos que efectuaron, tal como demuestra la celebración anual de uno de ellos.
Pero parecería que aquello que no pudo lograr la moral, lo realizará la justicia.