La novela La religión de los Hanksis, de Carlos Sabino es una de las mejores obras de ciencia ficción que se ha escrito en español. Lo que es curioso, pues el autor no tenía interés en el género. Fue su única obra de ciencia-ficción.
Sabino, un sociólogo liberal argentino, residenciado en Venezuela cuando escribió esa novela —1988 para ser exactos— escribía una serie de cuentos como reflexión literaria sobre temas de relevancia sociológica, antropológica, económica y política. Y decidió abordar el de la religión ¿Cómo y por qué surge una nueva religión? ¿Cómo funciona la necesidad del hombre de creer en algo trascendente a través de lo cual definirse a sí mismo, a su relación con el mundo y con algo que estaría más allá? ¿Qué mueve en el tablero de la cultura y el poder la aparición de una exitosa nueva religión? Y pronto lo ambicioso del planteamiento excedió las dimensiones del cuento. El autor aclaró más de una vez que una nueva religión, examinada a través de la literatura, tenía que situarse en el futuro. Únicamente por eso escribió una novela de ciencia-ficción.
Y sin embargo, logró una gran novela de ciencia-ficción. Las causas, aparte del talento literario y el oficio de escribir, están en el respaldo teórico de su especulación literaria. La ciencia-ficción, cuando es algo más que mero entretenimiento, especula sobre una probable o improbable, posible o imposible, evolución del orden espontáneo de la civilización humana.
Incluso cuando los personajes no son humanos, las únicas referencias teóricas del autor para especular sobre el funcionamiento de los mundos que imagina, son teorías sobre el funcionamiento del mundo del hombre. Y aquí es donde el género suele cojear; buen ejemplo es que desde principios del siglo XX —a poco el establecimiento del poder soviético sobre Rusia— Ludwig von Mises presentó una irrefutable teoría de la inviabilidad del socialismo como sistema económico de una sociedad a gran escala. La ciencia-ficción, sin embargo, jamás especuló con el escenario del colapso del imperio soviético bajo el peso de su propia inviabilidad económica. Los autores del género desconocían la teoría por la que debieron hacerlo.
Sabino la conocía, como conocía la teoría del orden espontáneo de Friedrich Hayek, y mucho más, de teóricos liberales o anti liberales. Pero su intención no era especular sobre el futuro en ese sentido. Lo hizo, a grandes pinceladas porque debía dibujar un boceto del futuro en que situaría los eventos de su historia. Y como decidió situarla a mediados del siglo XXI —recordemos que escribía en 1988— nos insinuó un mundo en que la política, la geopolítica, la tecnología y la cultura habrían cambiado mucho y en direcciones sorprendentes.
Sabino entendía al escribir que sus pinceladas pintaban un futuro que únicamente podía ser resultado de la acción humana, en la evolución de un orden espontaneo, signado por consecuencias no intencionadas. La novela se publicó en 1989 y en 1991 desapareció la Unión Soviética, cualquier novela de ciencia-ficción que imaginarse el mundo de mediados del siglo veintiuno en 1988, habría incluido a la URSS, de una u otra manera.
Pero en el futuro de Sabino parecía no existir algo como el poder soviético. Pero si nuevas instituciones políticas, nuevas y viejas potencias geopolíticas, poderes e influencias difusas, importantes cambios en la religión y su relación con la política, la ciencia y la tecnología, pero nuevamente, son pinceladas, pinceladas brillantes pero rápidas, que dejan mucho a la interpretación —e imaginación— del lector.
Aunque nuestro autor sí que apuesta por un mundo en que la exploración espacial ha avanzado, e incluso parece ser un negocio privado. Al menos en parte. Y un detalle curioso de la novela es que la relación de los habitantes de ese futuro con los grandes avances tecnológicos que los rodean es mayormente, darlos por hecho. No es algo tomado de la época en que fue escrita, aunque siempre ha habido algo de eso en la relación del hombre con la nueva tecnología, las décadas de los años 80 y 90 del siglo pasado fueron de fascinación y admiración por las nuevas tecnologías. Pero es algo que vemos hoy. También hay formas de rechazo a la tecnología, las de esperarse, han sido frecuentes en la historia y son casi un cliché indispensable en ciencia ficción.
La historia es la de un astronauta que producto de un accidente termina en una cápsula de supervivencia diseñada para mantenerlo vivo hasta un rescate, más o menos próximo. Pero nuestro personaje no sería rescatado en poco tiempo, y en su larga permanencia solitaria en el espacio, limitando el máximo el soporte de vida para prolongarla, lleva a su mente a estados alterados en los que la alucinación y la revelación le resultan indistinguibles. Cuando finalmente es rescatado, y se recupera, debe enfrentar las que considera revelaciones transcendentes, las que otros considerarán alucinaciones, y que sus primeros seguidores aceptarán efectivamente como las revelaciones transcendentes de su nueva fe. Así se inicia una nueva religión. El resto de la historia es una serie de fascinantes especulaciones, sobre la relación entre religión, política, poder, geopolítica, influencia, opinión y creencia.
Lo anterior era suficiente motivo para recomendarla. Pero tengo otro. Lo importante de La religión de los Hanksis, para el lector contemporáneo es que reflexiona sobre poder y religión en un mundo muy similar al nuestro. La fe y el poder son temas de actualidad urgente. El marxismo es una religión que se proclama ciencia última y definitiva con dogmático fanatismo. La religión de los peores totalitarismos de la historia humana y de los mayores genocidios del último siglo. Una en la que en una nueva ortodoxia desplazó ya la del colapsado imperio soviético. Y es la religión que más crece en occidente. Pero no la vemos como tal. Por eso no entendemos el atractivo con que supera la realidad de sus criminales fracasos. Fe, religión, poder, geopolítica, totalitarismo y consecuencias no intencionadas, son los grandes temas de hoy.