El término “enfermedad holandesa” se usó por primera vez en la revista The Economist en 1977. A poco de eso, ya era tema de estudio académico. La idea es que si un sector exportador introduce un nuevo ingreso importante de divisas, la competitividad relativa entre sectores cambiaría como resultado de la variación del tipo de cambio real. Inicialmente, se supuso que el ingreso de divisas del sector favorecido causaría la declinación de sectores de menor competitividad. Crecerían las importaciones de ciertos bienes transables y parte del ingreso externo se transformaría en moneda local incrementando el circulante. La demanda nueva de bienes no transables ocasionaría un incremento de las importaciones y crecería la demanda interna de no transables.
Típicamente, sería el impacto de corto plazo del ingreso de divisas por algo cuya demanda externa crece repentinamente –o cuya oferta global se restringe repentinamente– sobre economías especializadas por ventajas competitivas en la exportación de alguna materia prima, algo que se ha considerado negativo para el crecimiento a largo plazo en estudios académicos como los de Rajan y Subramanian en 2005, e Ismail en 2010.
También se ha argumentado que no hay tal “enfermedad”, que la transición de un equilibrio a otro no afectaría negativamente el crecimiento a largo plazo en estudios académicos como el de Magud y Sosa en 2010. Incluso, que sería positivo para el crecimiento a largo plazo fortalecer el ingreso real de la población alineando el tipo de cambio con la competitividad relativa del sector exportador más eficiente evitando la emisión inflacionaria.
Quienes consideran que cualquier desalineación de la tasa de cambio de su equilibrio de largo plazo –sea por subvaluación o sobrevaluación– rara vez rechazan alguna subvaluación moderada para “mejorar” la competitividad de sectores transables poco competitivos. Pero es una idea peligrosa la de usar la devaluación para diversificar exportaciones en una economía especializada en una materia prima con una competitividad comparativa muy alta; y consecuentemente un gran peso relativo en la producción de bienes transables.
Pero fuera de tal manipulación cambiaria no habría tal enfermedad. O tal vez sí. Cuando se considera al tipo de cambio de mercado la expresión del equilibrio dinámico de las competitividades relativas de los sectores productores de bienes transables, la enfermedad holandesa sí pudiera ser un problema estructural cuando una enorme diferencia de competitividad relativa de un sector se sume a su desmesurado peso relativo y escasa inserción en la estructura de producción interna.
Pero es a la luz de la teoría austríaca del capital que la enfermedad holandesa –al menos en el caso de economías especializadas en la exportación de materias primas– se revelaría como una variante particular de la distorsión de información que conduce al desperdicio de capital por malas inversiones en ciclos económicos inducidos desde el lado monetario por la ampliación de inversiones sin ahorro previo. También es una variante de transferencia del ciclo de unas economías a otras.
Está de sobra la percepción negativa –por razones equivocadas– del desplazamiento del capital hacia la actividad transable de mayor ventaja competitiva –y a la producción de bienes no transables– típicas del escenario en que hablamos de enfermedad holandesa. Es falso el problema de la declinación de la producción de ciertos bienes transables que afecta la industrialización como objetivo de la planificación económica del Estado, sea por la sustitución ineficiente de importaciones –crecimiento hacia adentro– o subsidio inflacionario a exportaciones –crecimiento hacia afuera–. Toda planificación centralizada de la actividad económica terminara desperdiciando capital en una industrialización artificiosa y precaria al desalinearse inevitablemente de la dinámica orientación del capital hacia las ventajas competitivas de una economía abierta.
Pero otro asunto conexo es que, sin considerar la teoría austríaca del capital, resulta imposible relacionar el desajuste macroeconómico con causas y efectos microeconómicos que den cuenta teórica de si el desajuste por el choque que la enfermedad holandesa causara en el circulante producirá reorientaciones eficientes o distorsiones ineficientes en la asignación del capital a corto o mediano plazo. Sin una fundamentación teórica adecuada, poco aportarían los estudios empíricos, pues en la medida que las distorsiones se saldasen a largo plazo con algún crecimiento, un marco teórico inadecuado impediría identificar errores en la asignación de recursos a la producción de bienes de diferentes órdenes en la estructura inter-temporal del capital.
La enfermedad holandesa será enfermedad únicamente en la medida que sea un desequilibrio dinámico significativo en la estructura del capital. De hecho, si reconsiderársenos las grandes distorsiones de la economía petrolera venezolana desde mediados de la década de 70 –cuando se inicia la caída sostenida a largo plazo del PIB per cápita, todavía en curso– a esta luz –y no a la de la interpretación y discusión tradicional de la enfermedad holandesa– encontraríamos una explicación adecuada de una importante paradojas del socialismo en el poder en Venezuela.
La acelerada e indetenible declinación de la producción del petróleo del que literalmente vive el socialismo en el poder en Venezuela no tiene explicación clara en la destrucción y empobrecimiento que la inviable economía socialista impone sobre todo el resto. Y no lo explica porque la capacidad de concentrar –incluso con sus inherentes ineficiencias y distorsiones– todos los recursos posibles en el único gran sector estratégico es típica de economías socialistas. La miseria era predecible. La gran declinación acelerada de ese sector vital no tanto.
Las sanciones más que explicación son excusa. Pero lo que sería un primer paso hacia la explicación es considerar que la acumulación de malas inversiones y distorsiones en el sector hubiera empezado mucho antes de la declinación actual. Con las distorsiones del socialismo moderado precedente y su modelo de sustitución de importaciones. Las citadas ineficiencias y distorsiones exacerbadas de la actualidad alcanzaran por ello, rápida e inevitablemente una escala que resulte ya imposible contrarrestar por la voluntariosa concentración socialista de recursos escasamente eficaces a cualquier costo.