El capitalismo no es ideología o modelo, no es un producto imaginario (a diferencia del socialismo, que se crea en la ilusa mente de una arrogante y envidiosa ignorancia, una y otra vez) sino que es resultado de la evolución natural e involuntaria de las civilizaciones más avanzadas. Resulta de la acción, pero no la voluntad del hombre. Se le nombra y estudia tras emerger donde quiera que las creencias adecuadas se institucionalizan, permitiendo una economía competitiva de libre mercado, con un amplio desarrollo de la propiedad plural en el marco de un Estado de derecho y una moral civilizada, lo que reconcilia pacíficamente la diversidad de escalas de valores subjetivos en la cooperación voluntaria y reduce a su mínima expresión indispensable la coacción legítima en el orden social.
Capitalismo es civilización avanzando hacia más civilización. Socialismo es barbarie retrocediendo al salvajismo ancestral. Únicamente hay dos tipos de socialismo, los que han colapsado y los que colapsarán. La pregunta no es si caerá eventualmente el socialismo que hoy padecemos en Venezuela. Es cuándo, cómo y cuáles serán sus costos materiales y humanos. La pregunta es, sobre todo, qué lo sustituirá. Acaso otro socialismo, como este socialismo revolucionario sustituyó al socialismo moderado que colapsó en los últimos 15 años del siglo pasado. ¿Otra barbarie más o menos moderada, incapaz de restablecer la paz en medio de la destrucción material producto del actual eje de marxismo y crimen organizado internacional que somete a Venezuela? ¿O un desesperado giro hacia la civilización, en una sociedad cuya cultura política la rechazó enérgicamente cada vez que se aproximó involuntariamente a ella?
Venezuela es una economía petrolera paradójicamente empobrecida en abundancia de un recurso valioso, resultado de los mitos de nuestra cultura política. Nuestra descapitalización y desindustrialización no las explica una necedad como la teoría de la dependencia, sino el que creyéndola, adoptara una sustitución de importaciones –junto al avance al socialismo moderado– que no podía sino desconectar de la economía global y hacer incompetente un hiper-regulado sector privado forzado a la captura de renta en torno al núcleo central de la estratégica economía socialista estatal. Tampoco fue la enfermedad holandesa, que como patología económica, es simplemente una variante específica y periférica de las distorsiones en la estructura inter-temporal del capital por malas inversiones, ampliamente estudiada en la teoría austríaca del ciclo económico. Únicamente las economías socialistas sufren caídas sostenidas del producto a largo plazo.
La transición del mercantilismo al socialismo es la clave de nuestros males. Un mercantilismo que llegó, casi a pesar de sí mismo, a insertarse en la economía global con algunas prácticas capitalistas competitivas muy contra su naturaleza, y de aquello obtuvo un crecimiento económico gigantesco que su propia cultura política tenía que estatizar para ir casi sin resistencia hacia otra variante de sí misma – todavía más estatista-. Fue esta última la que logró desacelerar primero y detener finalmente el crecimiento para iniciar una caída de décadas, indetenible hasta hoy. Nuestra larga marcha a la miseria mediante cada vez más socialismo.
El socialismo es la clave de la paradoja del empobrecimiento venezolano con momentos de aparente prosperidad –por destrucción de capital y reparto artificial de renta circunstancial– que sus ilusos o malignos defensores pretenden pasar por grandes éxitos, fueron espejismos insostenibles. Espejismos repetidos, con resultados cada vez peores producto de daño previo acumulado y jamás resuelto, en el socialismo de ayer y hoy.
Una transición al capitalismo sería la única vía al desarrollo. Pero una transición al capitalismo es ante todo un asunto de incentivos. Si la destrucción material y moral no fuera tan profunda y extensa como es, sería más simple regresar del socialismo al mercantilismo. Algo menos socialista que aquel socialismo moderado que precedió en su lenta decadencia al infierno actual. A fin de cuentas, por improductivo que sea, incluso el mercantilismo es muy superior al socialismo. Y es tan parte de nuestra cultura política como el socialismo.
Pero la destrucción material y moral es demasiado profunda. Sería inevitable deslizarse casi inadvertidamente de regreso al socialismo desde ese sistema mediocre que, aunque propio de nuestra cultura política, estaría inmerso en un consenso que seguiría anhelando “otro” socialismo. Una receta para otro fracaso.
Es difícil e incierta cualquier transición exitosa al capitalismo. No solo por la voluntad política y el consenso cultural necesarios (que no están a la vista hoy en Venezuela) sino porque implica poner en marcha intencionalmente lo que naturalmente emerge como orden espontaneo involuntario y cuya complejidad inherente hace imposible someterlo a planificación central. Hay demasiados imponderables. Pero sabemos algunas cosas, entre ellas que sin Derecho, legislación y moral que garanticen la dinámica de incentivos adecuada, el capitalismo no será tal. Sabemos que las claves del capitalismo, además de la propiedad privada y la libertad de precios, están en el descubrimiento empresarial de oportunidades y que el dinero no es ni puede ser un factor neutral sujeto de planificación central.
Sabemos, asimismo, que aunque siempre emergerán consecuencias no intencionadas, no es imposible corregirlas en su momento. Lo sabemos, siempre lo hemos sabido intuitivamente, aunque el grueso de nuestra irresponsable intelectualidad lo niegue. Casi todos nuestros políticos se aferran al mito esperando medrar de él. Parte de nuestro empresariado mercantilista todavía teme más a la competencia que al comunismo totalitario. La mayor parte de la empobrecida población se aferra a la magia imposible de una riqueza sin esfuerzo. Sabemos que al final, no hay otra alternativa que capitalismo o barbarie. Pero como sociedad, hemos optado una y otra vez por la segunda ante las puertas del primero. Ya va siendo hora de que, como sociedad, dejemos de hacerlo. O que, como sociedad, terminaremos por desaparecer.