El día de Reyes magos de 2018 en Venezuela fue día de saqueo legalizado de supermercados. Esto arrancó el 8 de noviembre de 2013 como asalto revolucionario al comercio. Empezó por la cadena de tiendas Dakka, y “Dakazo” se denominó a la primera embestida. Ocupación militar y venta forzada a precios muy inferiores a los fijados por desesperados comerciantes para su propiedad. Largas filas del saqueo “legalizado” –algunos saqueos violentos– señalaron el fin del 2013. Empezaba la nueva tradición navideña revolucionara de saqueos legalizados en un país que se hundía en la miseria.
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En 2013, poco más de una década de revolución ya reducía la economía a poco menos de la mitad, destruyendo la escasa producción, entorpeciendo la comercialización y empujando a la pobreza y dependencia del gobierno a millones. Hoy es más de lo mismo, pero mucho más. Más escasez, miseria, desnutrición y hambre. Más destrucción material y moral. Hoy la economía venezolana es mucho menos de la mitad de lo que fue antes del socialismo radical. No vemos saqueos legalizados de electrodomésticos, sino de supermercados. Quienes a finales del 2013 eran cómplices del saqueo legalizado, se han empobrecido tanto –por efecto de lo que aplaudían y aplauden– que los blancos del saqueo legalizado de fin de año decayeron de electrodomésticos a juguetes, ropa y zapatos y finalmente comida.
En medio de la mayor hiperinflación del planeta, el socialismo revolucionario celebró el día de Reyes del 2018 con un saqueo legalizado de supermercados. Los revolucionarios reyes del saqueo legalizado no se limitan a cadenas de supermercados. Extienden rápidamente el ataque a infinidad de comercios medianos y pequeños. Lo de costumbre, pero cada vez más miserable. Quienes esperaban horas en fila al sol para tomar su parte del botín en electrodomésticos en 2013, pronto se conformaron con zapatos. Y hoy con galletas. Su tragedia es que ni entienden, ni quieren entender, que su miseria es producto de una ideología totalitaria criminal que apoyan por resentida envidia y orgullosa ignorancia.
Son condición sine qua non de su propia tragedia. Sin su apoyo activo y pasivo. Sin su envidioso resentimiento. Sin su incalificable ignorancia económica. Y sin su inquebrantable convicción en el mito y la mentira. El socialismo jamás habría llegado al poder democráticamente en Venezuela ni establecido poco a poco la dictadura. No habríamos sufrido esta hiperinflación que empieza a superar el 4.000 % anualizado. Ni estaríamos al borde de una hambruna. Venezuela nunca fue mágicamente rica, como sueñan quienes reclaman “su parte”. Pero fue un país próspero que llegó por poco tiempo al estadio de economía desarrollada a mediados del siglo pasado. Para caer de eso a la miseria del saqueo legalizado que vemos hoy, había que destruir mucho. Destruir una de las divisas más solidas del planeta. Torcer incentivos de la producción industrial competitiva a la dependencia proteccionista. Crear las bases de una economía socialista mediante estatización de los sectores estratégicos, planificación central y regulación que forzaron una economía improductiva dependiente de la exportación petrolera. Pero también del asalto a las mentes. La destrucción del tejido institucional de una economía de mercado empieza debilitando las costumbres morales que la hacen posible. A eso se había adelantado en Venezuela antes del chavismo. Los chavistas obtuvieron del socialismo moderado y democrático las bases de su socialismo radical y revolucionario. En las fronteras se vieron eventualmente los efectos.
Del golpe mortal al comercio a finales del 2013 buena parte de las empresas afectadas no se recuperaron jamás. Muchos comerciantes ni lo intentaron. Emigraron sabiamente del 2014 en adelante. Los que se empeñaron en permanecen y recuperarse son víctimas permanentes de una política de Estado para la expolición de la propiedad privada. Y de frecuentes embestidas al comercio. Hoy finalmente se ensañan con la distribución privada de comida. Es lógico. La “revuelta de los perniles” escandalizó y ofendió profundamente a la nomenklatura tropical. Les ofende que sus miserables seguidores pretendan las migajas que les prometen. Por reclamarlas les reprimen brutalmente. Algunos protestaron por perniles y dinero clientelar incumplidos. Más por escasez de comida, agua potable y medicinas. La creciente desnutrición presente arroja ya la sobra de una futura hambruna.
Asumir la dictadura para neutralizar al poder legislativo de mayoría opositora mediante subterfugios judiciales y “electorales” colocándole finalmente encima un seudo-legislativo inconstitucional que presume de supraconstitucional y omnipotente –Constituyente al rastrero servicio del ejecutivo– porque no podía recuperar con reparto populista una mayoría para elecciones realmente competitivas en medio de escasez e hiperinflación, al borde del default y la hambruna. Ya no tienen los recursos para sostener un populismo clientelar masivo. La destrucción económica y moral que ocasionaron les obliga a sostenerse por la fuerza, manipulando “elecciones” que ya no son elecciones.
No es error, torpeza o incapacidad. Miseria material y moral es su objetivo. Para pasar de la dictadura al totalitarismo necesitan que la abrumadora mayoría de la población dependa en todo y para todo del Estado. El totalitarismo reina sobre la miseria porque en la miseria totalitaria el que no obedece no come. Ya más la mitad de la población de Venezuela recibe, o no, alimentos casi exclusivamente de los CLAP, creados como un cerrado y politizado –y corrupto– esquema de racionamiento manejado por cuadros políticos del PSUV cuyo objetivo final aspira a ser que el que no se someta no coma. El resto del racionamiento, implementado mediante controles de precios y regulaciones omnipresentes a la decreciente producción y limitado comercio privado de alimento es el blanco al que se dirige ahora directamente la arremetida. El objetivo inmediato es el de costumbre. Escándalo, propaganda y chivos expiatorios para la resentida envidia. Pero también apuntan a incrementar, paso a paso, el control totalitario mediante el racionamiento politizado de alimentos. Ni más ni menos.