La defensa ingeniosa y tenaz de Ucrania ha puesto cuesta arriba las posibilidades de que Rusia gane la guerra de manera holgada y ha obligado a ceder a las partes. Vladímir Putin comienza a comprender que las opciones más viables que le quedan son cómo perder: rápido y poco —por medio de una desescalada que se plantee en la mesa de negociaciones— o tarde y mucho, en caso de no querer ceder ante las peticiones de Kiev. De alguna u otra forma, sus tropas siguen sumando fracasos.
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Ucrania derribó en las últimas horas 17 objetivos aéreos rusos, ocho aviones, cuatro vehículos aéreos no tripulados, tres helicópteros y dos misiles. El saldo en las regiones de Donetsk y Lugansk tampoco es positivo para el Kremlin. En ambas las fuerzas de Volodímir Zelenski repelieron siete ataques enemigos, destruyeron 12 tanques, diez vehículos de combate de infantería y tres vehículos, reveló NEXTA en Twitter.
The Armed Forces of #Ukraine in the #Donetsk and #Luhansk regions repulsed 7 enemy attacks in 24 hours. Its soldiers destroyed 12 tanks, 10 infantry fighting vehicles and three vehicles. #Russian occupiers also suffered losses in manpower, report the Armed Forces of Ukraine.
— NEXTA (@nexta_tv) March 29, 2022
Mientras, en las afueras de Kiev, el ejército ucraniano incautó un módulo ruso Krasukha-4, capaz de rastrear aviones de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), detectar y bloquear varios tipos de radares, incluidos los de vigilancia, los sensores de imágenes de radares aerotransportados y los altímetros que se encuentran en los misiles.
Este sistema, que tiene un alcance máximo declarado contra objetivos terrestres y aéreos de entre 150 y 300 kilómetros en cualquier dirección, es una de las bajas más significativas para los escuadrones de combate de Moscú.
Con presión
Las bajas y las pérdidas doblegan la radicalidad de Putin. Ya no puede ocultarlo. En los próximos días reducirá la actividad militar “radicalmente” en el norte de Ucrania, incluso cerca de la capital, Kiev, después de conversaciones “significativas” en Estambul. Allí, hasta su aliado, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, pide que “pongan fin a la tragedia”, porque “la continuación de la guerra no es del agrado de ninguna de las partes y un alto el fuego inmediato beneficiaría a todos”.
El objetivo de Rusia al retirar sus tropas es incrementar la confianza mutua y crear las condiciones necesarias para proseguir las negociaciones, así como lograr el objetivo de consensuar y firmar un acuerdo con Ucrania. Al menos eso dice su viceministro de Defensa, Alexandr Fomin. Incluso, un cara a cara entre Putin y Zelenski estaría sobre la mesa.
Putin parece haber hecho memoria. Si así fue, debió recordar que su aliado Bashar al Asad aún no sofoca la rebelión de Siria a casi siete años de la intervención de Rusia a pesar de (o debido a) todas las atrocidades del régimen y que Leningrado (que ahora se llama San Petersburgo) resistió un asedio alemán de casi 900 días —desde 1941 hasta 1944— y aunque la población pasó hambre, nunca se rindió. La historia él la conoce bien porque Leningrado es su ciudad natal y su hermano murió en esa persecución.
Además, demoler una ciudad con artillería y cohetes en teoría es más fácil que ocuparla. Entrar es más complicado. Los escombros crean posiciones de combate para los defensores e impiden el movimiento de vehículos blindados. A las tropas iraquíes, apoyadas por las fuerzas militares estadounidenses, les tomó nueve meses, de 2016 a 2017, recuperar Mosul del control de solo unos 6000 combatientes del Estado Islámico.
Progreso perverso
¿Está Putin dispuesto a esperar por un asedio prolongado a Kiev mientras las sanciones continúan azotando la economía rusa y la cifra de fallecidos rusos sigue creciendo? Quizá no y eso también explica el repliegue de sus fuerzas, que hasta ahora tampoco demuestran tener la capacidad de abastecer con consistencia a sus columnas blindadas o coordinar operaciones aéreas y terrestres.
Si bien el mayor progreso de los uniformados de Putin es en el sur, este avance está actualmente estancado, sin contar que todavía no han podido dominar los cielos. De ahí las maniobras perversas del ejército ruso, que intentan compensar la falta de habilidad militar con salvajismo al reducir a escombros a Mariúpol y Járkov mientras ataca de forma deliberada a civiles como lo hizo en el pasado en la ciudad de Alepo, ubicada en Siria, y en Grozni, la capital de Chechenia.
Para Max Boot, columnista de Washington Post y becario principal en el Consejo de Relaciones Exteriores, si Putin quiere evitar un lodazal interminable, tarde o temprano tendrá que moderar sus objetivos maximalistas y ponerle fin a esta guerra maligna.
“La única salida sensata es aceptar la derrota y al mismo tiempo calificarla de victoria. Afortunadamente para él, es un prevaricador experimentado. El gran peligro es que podría no ser del todo racional en cuanto a Ucrania y seguiría intentando ganar una guerra imposible con un costo terrible para ambos bandos”, agregó el experto.
Sin embargo, hay que mantener vigente la máxima de Napoleón: “En la guerra, el poder moral constituye tres cuartas partes del éxito, y el físico solo es el cuarto restante”. Es cierto que los rusos podrán tener más materiales bélicos, pero los ucranianos tienen una ventaja moral —y una motivación— crucial: la lucha desesperada por su patria.