Una pandemia con espejismos, dudas e imprecisiones prevalece a más de un año de la propagación mundial del coronavirus. Aunque la enfermedad acumula más de 3,8 millones de muertes en el mundo, su letalidad desigual en cada territorio expone los intereses políticos que prevalecen en el manejo de las estadísticas. China, Rusia, Venezuela y Nicaragua encajan por la falta de transparencia en la divulgación de su realidad sanitaria.
Si bien Estados Unidos, Brasil e India acumulan el mayor número de fallecidos en términos absolutos con 599.000, 486.000 y 370.000 respectivamente, la mayoría de los diez primeros territorios con mayor tasa de mortalidad por cada 100.000 habitantes son europeos y en la clasificación no figura ningún país asiático ni africano, revela RTVe.
Los números traducen la disposición por divulgar la realidad sanitaria y epidemiológica. En la primera oleada del virus, Bélgica, Reino Unido e Italia reflejaron algunas de las tasas más altas en esta clasificación, pero el foco se fue desplazando hacia el centro y el este del continente europeo con la República Checa, Hungría, Bosnia Herzegovina y Macedonia del Norte, alternándose los primeros puestos.
Pero en la actualidad es Perú –tras corregir al alza su cifra de muertos– la nación que lidera el conteo, doblando casi la tasa del siguiente país en la lista, al reportar 589 decesos por cada 100.000 habitantes frente a Brasil que registra 232.
España, que llegó a ocupar el segundo lugar, ha descendido hasta las últimas posiciones de entre los 20 países más afectados.
Las cifras están, en parte, condicionadas por la forma que tiene cada gobierno de contar los fallecimientos y el número de test de detección de coronavirus realizados a la población.
Absurdas y poco creíbles
Contabilizar datos, especialmente de contagios y muertes parece una tarea que en algunas naciones dejan un sinsabor porque carecen de especificidad en las cifras y solo se ofrecen descripciones generales que indican si la situación en cuanto a casos y fallecidos por coronavirus mejora o no. De esa forma es muy poco probable determinar cuál es el avance real de la pandemia en el país.
Para mayo de 2020, según France 24, la organización no gubernamental Human Rights Watch (HRW) y la Universidad Johns Hopkins señalaron, por ejemplo, que las cifras reportadas por Venezuela respecto al coronavirus eran “absurdas” y “no creíbles”.
En esa misma época, la agencia EFE informó que las autoridades nicaragüenses, después de reportar solo 8 muertos y 25 casos durante tres semanas, anunciaron un número mayor que llegaba a los 254 contagiados y los 17 fallecidos.
“Pero sigue siendo una estadística baja particularmente para un país donde el gobierno sigue sin ordenar mayores medidas de aislamiento e incluso promueve actividades masivas”, escribió la BBC respecto al cambio en las cifras.
La pregunta es si los gobiernos buscan ocultar el verdadero impacto del COVID-19 en sus países o si el aparente desface en las cifras se debe a otros factores como la capacidad para hacer pruebas, sobre todo cuando se compara, por ejemplo, a Venezuela con Chile. Mientras la nación bolivariana tiene cerca de 29 millones de habitantes y Chile unos 10 millones menos, la realidad es muy distinta.
Chile registra 1.400.000 casos y 30000 muertes, y el chavismo, desde Miraflores cuenta 176.000 contagios y 3800 muertes. ¿Cómo es posible esto? es una interrogante inmediata considerando que la nación austral lidera en América Latina la vacunación y los confinamientos y en Venezuela los hospitales carecen de insumos, agua y aún no hay un calendario de vacunación oficial. Según el mapa interactivo de la vacunación en el continente elaborado por Infobae, en Chile se ha inoculado a 59,72 % de la población, mientras que en Venezuela apenas roza el 11 %.
Criterios sin credibilidad
El problema es que los datos publicados sobre el COVID-19 son engañosos, asegura The Conversation, porque los instrumentos de medir son útiles cuando además de ser baratos, claros y comprensibles, cumplen con dos cualidades imprescindibles: que sean válidos y fiables.
Pero el gigante asiático gobernado con mano de hierro por Xi Jinping ha conseguido borrar prácticamente el virus de su territorio, ha recuperado el ritmo habitual de su economía y ha permitido a sus ciudadanos volver a hacer vida normal.
Y ahí, en China –donde todo comenzó– los números de contagios y víctimas mortales suenan poco creíbles. Su población que asciende a 1.400.050.000 de habitantes duplica a América Latina completa, que se sitúa con 629 millones de habitantes, pero solo 4.640 chinos han muerto por coronavirus, mientras que en América Latina ya supera el millón de decesos.
Asombra además que a Hubei –la provincia natal del coronavirus– se atribuyen la mayoría de las muertes, mientras que Pekín destaca por supuestamente haber contenido la propagación dentro de su territorio, cuando se esparcía por todo el planeta. Desde el inicio del brote, el 30 de diciembre de 2019, pasaron ya 531 días. Aunque no llega a ser una práctica milenaria, “el Partido Comunista Chino (PCCh)” tiene una aceitada tradición en adulteración de estadísticas, según una publicación de Infoabe.
Tan aceitada que esquiva las investigaciones internacionales y evita mostrar sus documentos y transparentar lo que ocurrió. “Con esa actitud, sólo consigue multiplicar las sospechas”.
Rusia, por su parte, aunque con una situación menos extrema, también muestra cifras bastante bajas para su cantidad de habitantes, en comparación con naciones con una población similar. Por ejemplo, México, con 128 millones de habitantes ha registrado más de 230.000 muertes, mientras que Rusia con 145 millones de habitantes ha reportado 124.000 fallecidos.
Un problema de raíz
El problema es que “no se están contabilizando correctamente todas las muertes por coronavirus. Y eso es algo que tienen en común todos los países”, divulgó El País en el inicio de la pandemia.
La polémica en Francia se centró en los fallecimientos sin ingreso a las estadísticas por ocurrir fuera de los hospitales. En España, según responsables sanitarios de comunidades autónomas, tampoco se contabilizó a quienes fallecieron en residencias o en domicilios sin haberse hecho una prueba de detección.
“Esas diferencias, sumadas a las dificultades de cada país para dibujar un panorama preciso, hacen que las tasas de letalidad no sean fiables. Con el problema añadido de que cuando se diagnostica una parte muy pequeña de los contagios reales, el porcentaje de fallecidos sobre el total de infectados sale más alto. “A posteriori, se podrá hacer una aproximación más o menos exacta, pero siempre aproximación”, explicó al respecto, Ildefonso Hernández, portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública (Sespas).
Italia, por su parte, incluyó en el registro de víctimas de coronavirus a todos los pacientes que habían dado positivo en las pruebas y que habían fallecido, independientemente del resto de aspectos de su historial clínico, siguiendo el criterio del Instituto Superior de Sanidad. Este ente se ocupa, a posteriori, de hacer un estudio epidemiológico para profundizar en las causas de la muerte de los enfermos de COVID-19 y publica un informe dos veces a la semana en el que incluye si estas personas padecían además otras enfermedades. Ajuste que otros, repelen.