Mucho se habla por estos días de la “siembra del comandante” para referirse a todo el desastre, la miseria y el hambre que ha ocasionado el chavismo en Venezuela, pero muy poco se habla de la siembra de AD y COPEI en el país, cuya cosecha fue precisamente el chavismo.
El mundo entero conoce la desgracia que ha significado para el país la tiranía socialista fecundada por Hugo Chávez y continuada por Nicolás Maduro, sin embargo, pocas personas, dentro y fuera de Venezuela conocen a profundidad las razones por las que llegó al poder un grupo político tan nefasto como el chavismo. De hecho, el desconocimiento es tan grande, que se tiende a hablar de la nación que existió antes de la “revolución bolivariana”, como un ejemplo a seguir, o como algo radicalmente distinto al país chavista, ambos mitos, completamente falsos.
De los legados más catastróficos que nos dejó la era democrática en Venezuela, más allá de las nocivas políticas económicas que contaminaron por completo las relaciones comerciales en el país, fue la estructuración social y mental de los ciudadanos en torno a un Estado sobreprotector, que a su vez posicionó al socialismo y las dádivas estatales como la “única vía” para el progreso. A partir de allí se da inicio a la formación de élites corporativistas alrededor del Estado que propiciaron el facilismo en el país y la limitación de un verdadero apalancamiento social; la meritocracia desapareció y la forma de enriquecerse en Venezuela era ser amigo del poder, esto trastocó por completo el sistema de incentivos económicos, ya no se buscaba la eficiencia, se buscaba era tener los “amigos adecuados” para recibir los favores y contratos estatales que permitieran acumular riqueza a esa pequeña élite.
Gracias a esto y a que AD, Copei y URD excluyeron del Pacto de Puntofijo al Partido Comunista de Venezuela, se crea esta falsa ilusión que ha dominado el mundo en el último siglo, donde se plantea todo cambio social dirigido a estatizar la economía como una lucha entre derecha e izquierda, cuando lo cierto es que, lo que ha habido siempre en Venezuela y la mayor parte de América Latina, es una lucha entre izquierdas más o menos radicales, entorpeciendo la comprensión de nociones ideológicas y creando ese mito absurdo que establecía que la economía de mercado y el capitalismo fracasaron en Venezuela, cuando lo cierto es que “la economía de mercado nunca ha sido ensayada en el país”, tal como lo afirmara el gran intelectual que fue Carlos Rangel, y al que los venezolanos hechizados por élites políticas populistas, no escucharon.
A partir de aquí nace, no solo el resentimiento que daría pie al discurso del chavismo, sino también las confusiones ideológicas que hoy en día gobiernan el país; no en vano, en la actualidad, una gran parte de la población considera que la llegada del chavismo se originó debido al fracaso de las políticas derecha, y precisamente no por la falta de las mismas.
El socialismo democrático practicado por AD y Copei derrochó durante 40 años las riquezas del petróleo, centralizó la economía en torno a ese recurso, descuidó por completo el resto de áreas de producción, y por si fuera poco, instauró en las mentes de los venezolanos la tóxica premisa de que el Estado se hará cargo de todo y que el empresario es un vil ladrón. El descalabro de valores, principios, nociones de trabajo y la corrupción fue obra y gracia de AD y Copei, el chavismo lo que hizo fue profundizar la tragedia y radicalizar el socialismo que heredaron de sus padres adecos y copeyanos.
La economía venezolana antes de la era democrática
Venezuela llegó a ser el país más rico de América Latina y estar entre las cinco economías más fuertes del planeta tierra. Si bien la era de hegemonía tachirense había producido un nivel bajo de libertades civiles, en materia económica el balance era positivo.
A un par de años de haber culminado la Segunda Guerra Mundial, el país latinoamericano era cuatro veces más rico que Japón y doce veces más rico que China.
Muchos alegan que la dictadura de Pérez Jiménez fue el período histórico más exitoso en Venezuela en el apartado económico, pues claro está que, en cuanto a derechos civiles, humanos y políticos, la gestión dictatorial fue una completa tragedia. Pero más allá de ello, los números que dejó la jefatura de Pérez Jiménez en el apartado económico son irrefutables.
En América Latina había iniciado una ola de intervencionismo estatal a partir de la década de 1930. En ese entonces se comenzó a aplicar la política de Industrialización por sustitución de importaciones (ISI), esto, aunque pueda sonar muy bien en el papel, trajo considerables problemas debido a la falta de preparación de los ciudadanos locales en temas industriales.
Venezuela no fue la excepción, el petróleo ya era una de las principales industrias en el país, pero era en su mayoría manejada por empresas transnacionales, esto fue generando al Estado vía tributación ingresos para el financiamiento de obras públicas, permitió ensanchar sus nóminas, pero respetando siempre el funcionamiento de la empresa privada y alentando la inversión extranjera, por lo que en el año 1955 la producción de petróleo en Venezuela superó los dos millones de barriles diarios (65 años después en Venezuela, se producen tan solo 700.000 barriles diarios); en ese sentido el gobierno de Pérez Jiménez logró mantener un gran equilibrio macroeconómico que se vio reflejado con un sostenido crecimiento, el Producto Interno Bruto (PIB) creció a un ritmo promedio del 9,4% anual durante su gestión y la inflación fue tan solo del 0,7% en ese mismo espacio de tiempo.
Más allá de las grandes obras construidas bajo su gestión, como la Autopista Regional del Centro, avenida Los Próceres, los tramos de la autopista Caracas—La Guaira, diversas carreteras en la geografía nacional, el Hospital general de Maracaibo y San Cristóbal, el hospital de los Niños en Caracas, La Planta Siderúrgica del Orinoco, El Centro Simón Bolívar y las Torres del Silencio, la Ciudad Universitaria de Caracas, entre otras, lo más destacado que legó Pérez Jiménez fue una economía en crecimiento, con el añadido de un valor de trabajo, responsabilidad ciudadana, competitividad y desarrollo sostenido; obra ideológica que sería destruida por completo en los amaneceres de la democracia venezolana.
Los crímenes de Pérez Jiménez y falta de valores democráticos no están en tela de juicio, pero sus sucesores lejos de cambiar lo malo y tomar lo bueno, hicieron todo lo contrario, destruyeron la estructura económica que tan bien funcionaba en Venezuela (una tasa de crecimiento anual de casi el 10 % es impensado en casi cualquier país en la actualidad), y constituyeron una democracia imperfecta basada no en el desarrollo y progreso de una sociedad, sino en la acumulación de riquezas y el proteccionismo de una clase gobernante, sostenida con una lamentable repartición de miserias para los ciudadanos.
La burbuja económica de las élites y el conflicto árabe que cambiaría la historia de Venezuela
Hay una diferencia fundamental entre la época democrática venezolana y el chavismo, y esta resulta en que la primera premió a élites empresariales construyendo todo un sistema proteccionista y socialista, donde los ciudadanos debían adquirir sus bienes de consumo de estas élites cercanas al gobierno o empresas estatales, no por eficiencia, no porque sus productos fueran los mejores, sino porque era lo que había y porque se establecían aranceles a la importación en ocasiones de más del 100% para así privilegiar el consumo interno. Si en la era democrática se enriqueció una pequeña élite de familias, en su mayoría de la capital, con el chavismo quienes se enriquecieron fueron los militares; en ese sentido, el chavismo no cambió las condiciones de estructuración económica, lo que hizo fue cambiar a los protagonistas.
En el pasado se decía que empresarios como Gustavo Cisneros era quienes elegían a los presidentes; pues ahora la ecuación se ha modificado, al brindarle a los militares el manejo de los medios de producción, se convierten ellos en el principal poder económico, a la vez que poseen el monopolio de las armas, esto blinda por completo cualquier intento de derribar a la tiranía chavista con un golpe militar, pues el chavismo es en sí los militares.
En ese sentido, la diferencia es casi estética. En el pasado los ricos eran los empresarios hijos de las familias acomodadas de Caracas y algunas del interior, quienes negociaban con el Estado y generaban su fortuna; en la actualidad, los ricos son los militares del chavismo, que sin duda alguna son mucho más ineficientes y corruptos que los empresarios del pasado; pero esto no deja de ser un simple cambio de actores y no un cambio de estructuración y dinámicas económicas.
Incluso, se debe profundizar mucho más, pues en la actualidad se ha difundido el mito de que en el pasado Venezuela era un país ejemplar, de oportunidades, una economía sólida, fortificada, toda una potencia, y esto es relativamente falso. Sí se creó una clase media pudiente, pero seguía habiendo mucha pobreza, no había democratización del capital, y los recursos del Estado nunca alcanzaron para todos (porque un Estado benefactor nunca podrá sustituir la fuerza laboral y productividad de toda una nación). Yo mismo fui víctima de este engaño la mayor parte de mi vida, mi odio hacia el chavismo no me dejó ver nunca las deficiencias que se arrastraban desde el pasado, y esto se dificultó mucho más por el hecho de que yo vengo de una familia en la que, si bien no éramos ricos, gocé siempre de una muy buena calidad de vida.
En Venezuela lo que hubo fue un espejismo de abundancia y solidez que se creó a partir del enorme gasto público del Estado que generó los ingresos del petróleo. Ya en el año 1962 la producción petrolera en el país superó los tres millones de barriles diarios (en este entonces la explotación era en su mayoría privada y los ingresos al Estado eran vía impuestos), esto se potenció más adelante cuando se presentó el aumento sin precedentes de los precios del crudo, cuyo barril pasó de costar 2 dólares de aquel entonces, a 14 dólares. Esto ocurrió en el primer periodo presidencial de Carlos Andrés Pérez, donde el país recibió el nombre de “Venezuela Saudí” gracias al excedente de ingresos que propició la guerra de Yom Kipur.
Fue Carlos Andrés Pérez, más allá de los Rómulo Betancourt, Raúl Leoni o Rafael Caldera, el padre de este mega Estado regalón, burócrata e ineficiente, y el creador del pensamiento parasitario que arrastraría a Venezuela décadas después a la miseria y le cortaría la cabeza a su propio padre.
Para comprender esto mejor hay que volver al pasado y evaluar los indicadores económicos de las décadas anteriores, desde el año 1951. Cuando Pérez Jiménez tomó el poder, se creó una estructuración económica sólida que perduraría durante los primeros años de la democracia. Hasta el año 1973 los precios del petróleo se mantuvieron estables, esto permitió al margen de que cada vez se fue agrandando el tamaño y las atribuciones del Estado, un ejercicio fiscal responsable y un gasto público equilibrado.
Durante estas dos décadas Venezuela presentó una de las inflaciones más bajas del mundo, la interanual promedio fue de 1,6 % con una tasa de crecimiento del PIB de 5,7 %, que fue acompañada por un tipo de cambio fijo.
Hasta ese año, 1973, hubo un manejo, no ideal, pero sí parcialmente correcto de los recursos que ingresaban a la nación, y a pesar de las evidentes posturas socialdemócratas o socialcristanas de los partidos que manejaban la política nacional, el Estado benefactor y estatista todavía no se había desarrollado en su máxima expresión; había un proteccionismo notable en diferentes áreas económicas, pero el contexto en general era positivo. Esto se mantuvo así hasta el conflicto anteriormente mencionado, el de Yom Kipur, una guerra entre una coalición de países árabes contra Israel, que curiosamente cambiaría para siempre el destino de Venezuela.
El desarrollo del conflicto en el que se ven inmiscuidos varios países exportadores de petróleo, no solo aumentaría los precios del crudo, sino que además convertiría a Venezuela en uno de los principales aliados comerciales de Estados Unidos. Esto ocurrió debido a que los norteamericanos siempre han sido socios estratégicos de Israel, por ende, los países árabes deciden dejar de exportar petróleo a la primera potencia mundial, y Venezuela, además de tomar ese gran mercado, lo hace en una época de conflictos con precios exorbitantes. Esta situación que vista en el corto plazo podría significar un escenario inmejorable para cualquier país, representó el inicio del cáncer ideológico que más adelante transmutaría hasta llegar al chavismo.
El nacimiento del cáncer ideológico que arruinaría el país
El conflicto que se desarrollaba en la otra mitad del mundo abrió las agallas de Carlos Andrés Pérez, al observar los grandes ingresos por vía del petróleo empezó a tomar forma la idea de nacionalizar por completo el subsuelo venezolano.
En el año 1974 la abundancia de recursos producidos por el petróleo comenzó a formar un Estado con esteroides, que poco a poco iría desplazando al sector privado. A través de sus instituciones el Estado otorga créditos subsidiados, estímulos a la inversión doméstica, y se decreta el aumento arancelario a las importaciones, junto a la prohibición en otros rubros para proteger a las empresas locales, a su vez que invierte en empresas públicas para producir insumos industriales. Fue tanto así, que incluso CAP condonó la deuda de todos los ganaderos del país, en lo que llamaron el “borrón y cuenta nueva”.
En un principio hubo intención de ahorrar el excedente de ingresos, incluso se creó el Fondo de Inversiones de Venezuela, pero esto sería simplemente anecdótico. Carlos Andrés Pérez emprendió una serie de reformas y proyectos que incluyeron nacionalizaciones estratégicas en la industria petrolera, en el campo del hierro y aluminio.
Esto fue progresando hasta que el presidente finalmente decretó la nacionalización absoluta del petróleo venezolano, el 1 de enero de 1976, la cuál sería a largo plazo la peor decisión económica tomada en la historia de Venezuela. A partir de esta nacionalización CAP siente que tiene dinero para financiar todo lo que su cerebro puede soñar, el gasto público se multiplica de una forma abismal (presentó un incremento del 96,9 % en términos reales entre 1973 y 1978), y entonces tarde o temprano termina ocurriendo lo lógico: los precios del petróleo caen, los grandes proyectos iniciados empujados por el excedente de ingresos no pueden continuar siendo financiados, todo se paraliza, y como guinda, el Estado debe endeudarse hasta más no poder, generando a largo plazo un efecto dominó que termina destruyendo la economía nacional.
Durante ese período el endeudamiento del Estado pasó de representar el 8,4 % del PIB en 1973, al 23,7 % tan solo cinco años después.
Lo que Pérez hizo no fue muy diferente a lo que hace una persona de poca o nula preparación intelectual y financiera al ganarse la lotería: cobran el dinero y empiezan a gastarlo sin pensar en el mañana, no generan inversiones a largo plazo; por el contrario, todo el dinero se derrocha con escasos o nulos controles, muchas veces en suntuosidades o elementos innecesarios, hasta que poco a poco comienza a acabarse. Sin embargo ya se han creado ciertas expectativas de vida elevadas y hábitos de consumo en quienes dependen del ganador de la lotería, entonces, a pesar de que el dinero se agota, el gasto no para, y si es necesario endeudarse para continuar gastando, se hará, hasta que en definitiva llegue la quiebra.
No en vano cuando llega Luis Herrera Campíns al poder pronuncia la frase “recibo un país hipotecado”, lo cual visto desde una perspectiva objetiva es un completo despropósito, puesto que Carlos Andrés Pérez manejó una cantidad casi ilimitada de recursos, y los dilapidó de forma populista, mediocre, centralizando toda la actividad económica en manos del Estado y el petróleo, y sin establecer ni impulsar estructuras para diversificar la economía; exactamente el mismo guion que repetiría Hugo Chávez unas décadas más adelante, con un barril de petróleo por encima de los 100 dólares.
Campíns llegó al poder en el inicio de una era de choque, se toparía con una de las más grandes recesiones experimentadas en el país, sin embargo, al igual que Pérez, en su primer año corrió con “un golpe de suerte”. Una vez más el Medio Oriente definiría las políticas económicas de Venezuela, pues esta vez la revolución iraní liderada por Ruhollah Jomeini acababa de derrocar al Shah Mohammad Reza Pahlavi, lo que produjo un nuevo incremento en los precios del petróleo.
Este impulso inicial definió las políticas económicas del nuevo gobierno, por lo que lejos de intentar modificar la estructura legada por CAP, o de rehacer los errores de su antecesor, Campíns lo que hizo fue pronunciarlos y mantener el enorme gasto público.
Cuando una vez más el dinero del petróleo dejó de ser suficiente, se dio rienda suelta a la impresión monetaria descontrolada para financiar el gasto, esto derivó en una inflación por encima del 20 % en su primer año de gobierno, y el incumplimiento de los programas sociales comprometidos por el Estado. Con el paso de los años esta estructura se mantuvo, y el Estado debía continuar endeudándose para poder continuar subsidiando la “calidad de vida” de los venezolanos, que cada vez era más paupérrima. En el año 1981 el índice de pobreza total en Venezuela se ubicaba en 17 %.
En el año 1982 la deuda pública llegó a ser el 28,6 % del PIB, esto, junto a la nueva caída de los precios del petróleo (las exportaciones petroleras de 19.300 millones de dólares en 1981, pasaron a 13.500 millones en 1983, una caída del 30 %) produjo una crisis en la balanza de pagos de la nación, lo que posteriormente desencadenó el famoso “Viernes Negro”, aquel 18 de febrero en el que el presidente copeyano devaluó la moneda venezolana y estableció un control cambiario llamado “RECADI”; la misma fórmula que emplearía años después Hugo Chávez con “CADIVI”, propiciando el mismo resultado en ambos casos: estancamiento económico y mucha corrupción.
Todos estos antojos y manipulaciones al sistema económico venezolano generaron una enorme crisis en el tejido social y político, los partidos y sus allegados estaban más interesados en apropiarse y negociar con los ingresos del petróleo, que en formar una estructura económica de mercado autosustentable que pudiese sacar adelante al país. En pocas palabras, el ecosistema político se atrofió, los ingresos generados por el petróleo convirtieron al Estado venezolano en un ente restrictivo, controlador de precios, administrador de divisas, dueño del principal medio de producción, quién a su vez para continuar extrayendo su cuota sin inconvenientes, repartía una porción mínima de las rentas petroleras en dádivas a la población más necesitada.
Los Estados del mundo generalmente cobran impuestos más o menos elevados a los ciudadanos para mantenerse y financiar el gasto público, el Estado venezolano hizo todo lo contrario, se apropió de los pozos petroleros del país, y les daba dinero a los ciudadanos, con tal que no molestaran y les permitieran monopolizar los ingresos del subsuelo.
El afán de intervenir la actividad económica para redistribuir ingresos, manipular variables macroeconómicas, producir bienes y servicios que compitan o desplacen la iniciativa privada restringiendo la libertad económica, convirtió al Estado venezolano en una carga para su propia economía. Esto, palabras más, palabras menos, es el socialismo.
La inventiva, la meritocracia, el esfuerzo, el sistema de incentivos privados, fue sustituido por el sistema de cazadores de renta, quienes abandonaron actividades realmente productivas, para conseguir contratos más onerosos otorgados por el Estado, desestimulando la inversión, producción y diversificación de la economía. Habiendo manipulado y averiado la cadena de incentivos, los empresarios dejaron de estar condicionados al desempeño y se preocuparon más por sostener las relaciones con el poder, debido a esto, muchas empresas terminaron produciendo bienes y servicios ineficientes que vendían bajo el proteccionismo del gobierno al mercado local.
En ese sentido los números son irrefutables, a partir de la nacionalización del petróleo en 1976 el PIB per cápita de Venezuela comienza a descender en caída libre, mientras que la pobreza toma una curva ascendente indetenible.
La sabiduría de la vejez tiene un problema: casi siempre llega muy tarde
Quince años después de la primera presidencia de CAP, volvió al poder luego del controvertido mandato de Jaime Lusinchi, también de su partido, Acción Democrática. La presidencia de Lusinchi se caracterizó al igual que los mandatos predecesores, por los escándalos de corrupción, en esta ocasión sobre todo vinculados al control cambiario y a los caza rentas estatales. A pesar de la resistencia del núcleo duro de su partido, Carlos Andrés logra la nominación a la presidencia anunciando que traería de vuelta a la Venezuela Saudí del 74, y una gran mayoría del país votó por ello, pero había una gran diferencia: esa Venezuela ya no existía, la había quebrado él, sus políticas irresponsables y sus sucesores.
Luego de ser reelecto presidente de la República, Carlos Andrés Pérez se quita la máscara de populista y apela milagrosamente a la sensatez. Se propuso romper con el modelo socialista e implementar medidas que sinceraran la economía: financiamiento del FMI con un programa de ajustes, liberación de tasas de interés activas y pasivas, unificación de tasa cambiaria, eliminación de RECADI (el CADIVI de la socialdemocracia), liberación de precios de productos de la cesta básica, aumento del precio de la gasolina, junto a la eliminación de los aranceles de importación. Esto ocasionó un estallido social. Los primeros en criticar las medidas de CAP 2 fueron los de su propio partido “Acción Democrática”, la lista de los notables (un conjunto de intelectuales venezolanos con gran peso en la opinión pública, encabezados por Arturo Uslar Pietri), y por supuesto, los empresarios que en las últimas décadas se habían visto beneficiados del sistema proteccionista y rentista que había creado la socialdemocracia y el propio Carlos Andrés en el pasado.
Todo esto derivó en el famoso Caracazo que estremecería a la sociedad civil, con miles de venezolanos que saldrían a las calles a delinquir y saquear, junto a unas fuerzas de seguridad que, sobrepasadas, comenzaron a disparar a mansalva ocasionando cientos de muertos y heridos.
Esas medidas que hubiesen permitido que hoy Venezuela fuese seguramente una potencia mundial, o al menos, la nación más rica de la región, fueron saboteadas en primera instancia por los supuestos “intelectuales” venezolanos de la época, junto a los más influyentes grupos políticos y empresariales, lo cual a su vez desmonta otra narrativa instaurada en el país: que la culpa de todos los males en Venezuela, es de los pobres por haber votado por Chávez, lo cual es completamente falso.
La culpa de que la sociedad venezolana esté tan corrompida y haya sido tan fácilmente manipulada y controlada por un individuo como Hugo Chávez, es precisamente de las más lamentables élites venezolanos que propiciaron este ecosistema social del que se enriquecieron durante décadas, mientras fomentaban la perdición del país. No se puede olvidar, que en medio de todo este descalabro social y político, Fidel Castro visitó Venezuela ese mismo año (1989), un tirano que en aquel entonces llevaba más de 30 años arruinando, pisoteando, y asesinando al pueblo cubano, y un gigantesco grupo de venezolanos, que se consideraban la “élite intelectual”, escribió un manifiesto de bienvenida al sátrapa de La Habana que más adelante colonizaría Venezuela de la mano de Hugo Chávez.
En concreto: la estupidez en Venezuela históricamente no ha venido de los pobres ni de las clases bajas, ha venido de las autodenominadas “élites”.
A pesar de la resistencia y de los problemas, Carlos Andrés Pérez sacó adelante sus reformas económicas durante un tiempo, se abandonó de forma momentánea la pretensión de construir la economía en torno al Estado y se abrió paso a la economía de mercado libre, los resultados fueron casi inmediatos, y para mostrarlo traigo de vuelta la gráfica anteriormente mostrada:
En el año 89 el PIB per cápita de Venezuela comienza a repuntar tras casi dos décadas en caída libre, y esta dinámica se sostuvo hasta el año 92, cuando se producen los dos golpes de Estado contra Carlos Andrés Pérez, encabezados por Hugo Chávez, que generaron una gran inestabilidad política, y que posteriormente culminarían con la destitución de CAP, y el retroceso a sus medidas de instaurar una economía de mercado en el país, lo cual, como se puede apreciar, de inmediato propició la caída del PIB, mientras continuaba creciendo el índice de pobreza.
En ese sentido, la pobreza general que se ubicaba en un 17 % en el año 81, llegó a ser del 50 % en 1990, y siguió aumentando hasta el 61 % en 1995, y un alarmante 69 % en el año 1996. Todo esto fue el resultado de las desacertadas políticas económicas que implementaron Acción Democrática y COPEI durante 40 años, por lo que la llegada de Chávez al poder es de todo menos una casualidad o una mala pasada de los pobres. La llegada del chavismo es la consecuencia directa de las políticas económicas estatistas y socialistas de la democracia, y contrario a la narrativa que el propio chavismo ha instaurado, no fue en lo absoluto un cambio de modelo, sino la evolución natural del socialismo democrático, a un socialismo más rancio e incompetente sostenido en cúpulas militares y no empresariales.
Datos y gráficos sobre el fracaso de la socialdemocracia venezolana
Otro aspecto que deja en evidencia el deterioro del Estado venezolano y sus políticas económicas es la inflación en 1996, que llegó a ser del 99,9 %, si a esto le sumamos el 69 % de pobreza general, y el hecho de que la deuda pública llegó a ser del 41 % en 1998, pues no cabe dudas que el sistema socialdemócrata fue un completo y rotundo fracaso que abrió las puertas al chavismo. Todo esto, debo insistir, no fue producto de coincidencias ni del azar, en ese sentido, vale la pena observar los siguientes gráficos de Heritage que demuestran la ineficiencia del modelo político venezolano previo al chavismo:
En este gráfico se interpreta las libertades económicas de Venezuela, en comparación con países como Cuba, Estados Unidos, Dinamarca y Nueva Zelanda; como pueden observar, en el año 1995 Venezuela ya se encontraba por debajo de la línea de economías de mercado libres, y esto continuó en caída libre con la llegada del chavismo al poder. A menor libertad económica, peores condiciones de vida, y así se demuestra con el gráfico que representa cómo con el paso de los años, la economía venezolana llegó a ser más restrictiva que la cubana.
El último Índice de Libertad Económica, creado por The Wall Street Journal y la Fundación Heritage, ubica a Venezuela en la posición 179 del mundo, en una medición de 180 países, donde solo Corea del Norte está por debajo y Cuba ocupa el puesto 178.
El segundo gráfico demuestra como los derechos de propiedad en Venezuela ya eran bastante restringidos en el año 1995, típico de los regímenes socialistas, y pueden observar como países como Dinamarca, a los que la izquierda ha querido tildar de “socialismo democrático” tiene una protección absoluta de los derechos de propiedad, junto a un alto margen de libertad económica, lo cual explica su éxito económico, y también aclara que no se trata en lo absoluto de algún tipo de socialismo.
¿Libertad monetaria en Venezuela? Pues no, incluso en 1995, antes de la llegada del chavismo al poder, la libertad monetaria en Venezuela estaba por debajo de la de Cuba. Aún durante un tiempo hubo una mayor libertad monetaria con el chavismo, que con la socialdemocracia, hasta que la fantasía de los petrodólares se agotó y todo se vino abajo. Debo insistir que el chavismo fue tan solo una profundización del socialismo de AD y Copei.
Por último, este gráfico es demoledor: la integridad del gobierno venezolano en la etapa previa al chavismo era de terror, nada que ver con las naciones libres del mundo. Esto sin duda confirma todo lo que se ha venido desarrollando al respecto, que solo una dictadura como la cubana pudiese compararse con Venezuela en términos de integridad en el año 1995, es es el indicativo más rotundo para comprender la fatalidad de la socialdemocracia venezolana, y cómo la misma evolucionó con el chavismo hasta llegar a ser incluso menos íntegro que el asesino régimen cubano.
Consecuencias y conclusiones
La primera conclusión es que a Carlos Andrés lo terminó matando su propia creación. Al momento de rectificar ya era demasiado tarde, había contaminado a la sociedad venezolana con su cáncer ideológico y el mismo ya había hecho metástasis; con los años él aprendió la lección, pero el país ya estaba enfermo, moribundo, nada podía salvarlo, lo que lo convirtió a él en la víctima de sus propios errores.
Por tanto, si me preguntan quién es el principal responsable de la debacle venezolana, diría sin pudor: Carlos Andrés Pérez. Reconozco que en su segundo gobierno intentó hacer bien las cosas, y que de los últimos 60 años probablemente haya sido el mejor gobierno de todos, pero el daño que le hizo a la sociedad venezolana en su primer mandato dejó cicatrices sociológicas y arquetípicas imborrables. La sabiduría le llegó a CAP demasiado tarde, le reconozco sus buenas intenciones al final, pero de buenas intenciones no vive el hombre, su legado destruyó al país.
Otro aspecto importante para analizar es por qué si todos los fracasos económicos en Venezuela se deben a la socialdemocracia, el país en vez de cambiar de rumbo hacia una economía de mercado se sumergió en el socialismo más radical del chavismo; y esto es precisamente por lo que venimos planteando. Las élites habían corrompido a la sociedad, dañado el sistema de incentivos, despreciado el valor del trabajo y la meritocracia, esto desarrolló un comportamiento social más abocado a la “viveza” que a la productividad y la transparencia, de allí nace lo que los venezolanos conocemos como “la viveza criolla”. Por ende, cuando finalmente alguien decide alzar la voz para hacer las cosas bien, la sociedad le cae encima, lo devora, lo cual es algo no muy distinto a lo que pasa hoy en día en el país en diferentes situaciones sociales, como cuando se burlan de alguien por no copiarse en los exámenes, por no hacer la cola, por no hacer trampa, por no ser “vivo”, o se trata de tonto a quien no quiere sobornar al policía.
Entonces el curso natural de las cosas era que se saboteara todo intento de racionalidad, la fiesta debía continuar hasta que ya no quedara música, ni comida, y ni siquiera gente; es por ello que cuando el chavismo asume el poder dice que “rompen con el sistema”, su narrativa necesita ese rompimiento, necesita atribuir los fracasos del pasado y los fracasos que vendrán al enemigo de siempre, “la derecha y el capitalismo”, aun cuando estos dos elementos no han existido en las últimas décadas en la sociedad venezolana. La exclusión del Partido Comunista en el Pacto de Puntofijo por otros tres partidos de izquierda (menos radicales), fomentó el caldo de cultivo ideal para implementar la narrativa de chavismo versus derecha, cuando siempre fue izquierda radical versus izquierda moderada, así como ha pasado tantas otras veces en la historia moderna de la humanidad.
Si en el año 1996 había un 69 % de pobreza general, para el año 2017 con el chavismo esta cifra llegó hasta el 87 %, y desde entonces no se han vuelto a publicar estadísticas al respecto.
Desde que se inició el proceso de estatización, nacionalizaciones, agrandamiento del Estado y proteccionismo, la economía venezolana ha ido decreciendo cada vez más, tal como se puede apreciar en el siguiente cuadro:
Por esta razón es sumamente importante e indispensable comprender los procesos económicos y políticos de Venezuela, no solo en los últimos 21 años del chavismo, sino también de los 40 años que le antecedieron, pues lamentablemente hoy en Venezuela la mayoría de la oposición al chavismo está compuesta por partidos y miembros de esa estructura socialdemócrata que arruinó a Venezuela en el pasado, y que lejos de ofrecer un cambio real en el sistema económico del país, pretende volver a sustituir al chavismo como los dueños de la renta nacional para distribuir entre los suyos (así como se ha demostrado en el manejo inescrupuloso de los pocos recursos que ha tenido a mano el actual gobierno interino de Juan Guaidó), y no propiciar un sistema de mercado libre que entierre para siempre el esquema de corrupción en el país, reestableciendo el ecosistema de incentivos adecuado para apuntalar y desarrollar la producción privada, democratizar el capital, y finalmente poder aspirar a un país desarrollado, y no tan solo a un espejismo socialista con comida de papel y mucha propaganda.
Este texto forma parte del último libro de Emmanuel Rincón “La reinvención ideológica de América Latina“.