
El pasado viernes 8 de enero la Marina Armada de México recapturó al que era considerado el delincuente más buscado del mundo, a Joaquín Guzmán Loera, mejor conocido como “El Chapo” Guzmán. Todo transcurría como una nota de gran impacto, pero nada que no fuera diferente a las capturas anteriores.
Toda esta historia comenzó a cambiar la noche del mismo viernes, cuando la Procuradora General de México, Arely Gómez González, advirtió que uno de los canales que les acercó a la captura del “Varón de la Droga”, como también se le conoce a Guzmán, fue que tuvo contacto con productores de cine y actrices para realizar su propia película, y que esto ya tenía su propia línea de investigación.
No pasó mucho tiempo para que saliera a la luz pública que estos dos personajes a los que se refería la funcionaria eran el actor estadounidense Sean Penn y la actriz mexicana Kate del Castillo, ambos con antecedentes de tener simpatía fílmica por temas ligados a la política de corte socialista y al narcotráfico, respectivamente.
Se trata de la tan llevada y traída entrevista publicada por la revista Rolling Stone al día siguiente de la recaptura, que vino a darle un giro totalmente inesperado al tema de “El Chapo” Guzmán, pues se involucraron elementos de discusión pública como la ética, libertad de expresión, y se comienza a tejer una parafernalia al más puro estilo de película de conspiración de Hollywood.
Pero, ¿por qué medimos con parámetros de ética periodística algo que a todas luces no es periodismo? ¿Acaso un periodista serio y responsable podría aceptar una entrevista entregándole el veto al entrevistado? ¿Qué periodista acepta plantarse frente a alguien que hace un monólogo y no permite ni siquiera elaborar sobre las respuestas?
Fueron 7 horas de conversación entre Sean Penn y el capo, teniendo a Kate del Castillo como traductora, quien a su vez hizo funciones de relacionista pública, al hacer posible el encuentro entre el actor y el ahora recapturado Guzmán Loera.
Se reconoce la hábil jugada de la revista Rolling Stone al publicar la cuestionada entrevista en el tiempo justo para que fuera una explosión mediática, pero se cuestiona el ampararse en el periodismo para exponer y enaltecer a un delincuente (comencemos por llamar a cada figura involucrada por su nombre), y a su vez, elevarlo al rango de rockstar, para que sin aspavientos alguno diga las millonarias cantidades de droga que ha traficado a lo largo y ancho del mundo, reconociendo que con esto también se ocurren muertes, sobornos y demás delitos que collevan la práctica de su lucrativa actividad, ¿no es una locura?
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Es importante destacar que la revista estadounidense viene de un camino de crisis, tanto editorial como económica, la más reciente fue a finales del 2015 cuando fueron demandados por un grupo de estudiantes de la Universidad de Virginia a quienes la publicación les involucró en la violación de una estudiante, pues resultó que los datos eran falsos. Como salida a este conflicto, la revista publicó una disculpa en sus páginas.
Difícilmente toda esta escandalosa trama mediática tendrá trascendencia judicial, porque ni las leyes de Estados Unidos, ni las de México tienen una figura por la cuál incriminar a los actores, pero sí debe sentar un precedente en el campo de las comunicaciones de lo que puede pasar cuando se deja que un tema tan crítico, como el del mayor narcotraficante del mundo, se banaliza y saca de la esfera criminal para posicionarse entre los temas de espectáculos, llamando así periodismo a cualquier negocio de Hollywood.
Y no, no es envidia profesional, es buscar respeto para una profesión de tanta responsabilidad como lo es el periodismo, que si bien es cierto, su servidora no es periodista de profesión, pretende serlo por amor y pasión, sabiendo que es un campo al que se debe entrar con un paso firme, pero cauteloso, porque cruzar la línea del libertinaje informativo por tener una reconocida nota es muy fácil, y siempre tentador.