La Habana, 14 ene (EFE).- Rafael, cubano de 56 años, saca una bolsa de plástico con cuatro panes duros de un contenedor que desborda basura y que expulsa un hedor que se puede detectar una calle antes, en el municipio capitalino de Centro Habana.
“La vida me ha enseñado que uno tiene que ayudarse a sí mismo”, cuenta a EFE este buzo, nombre coloquial con el que se le conoce en Cuba a quienes esculcan entre los desperdicios para recolectar materia prima, sobre todo botellas de plástico y latas, para luego venderla a empresas privadas y estatales.
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Pero Rafael no solo vive de la basura, sino que también come de ella. Así ha sido desde hace al menos diez años, cuando dejó su trabajo como ordeñador de vacas en su natal Sancti Spíritus (centro).
En un buen mes junta hasta 2.000 pesos cubanos (casi 17 dólares, al cambio oficial), algo más que las menores pensiones y cerca del salario mínimo estatal. Le alcanza para viajar de vuelta a su provincia y darle el resto a su hija, de 27 años. “Me dedico a esto para que ella coma”, reconoce.
Sus cuentas se ven ahora amenazadas por el gran plan de ajuste anunciado por el régimen, que va a más que quintuplicar los precios del combustible y el transporte interprovincial.
“Aquí el Gobierno (solo) piensa en el Gobierno. ¿Cuántos callejeros no ves por ahí delante? ¡Miles vas a ver!”, se queja Rafael.
Plan de choque
Los buzos que rebuscan en los tanques de basura son una imagen cada vez más habitual en La Habana y otras ciudades de Cuba, donde tres años de grave crisis económica están cobrándose una dramática factura social.
Justo a una cuadra de Rafael un hombre de 62 años carga un enorme saco de tela lleno de botellas de plástico. Según le confiesa a EFE, es veterano de la guerra en Angola, a donde la isla envió unos 35.000 soldados a mediados de los setenta durante el conflicto civil de la nación africana.
Hasta antes de la covid-19 trabajaba en casas reparando cosas, pero luego decidió pasar a recoger basura. “La cosa está en candela”, resume.
El régimen cubano aplicará este 2024 un plan de ajuste para intentar dar un volantazo en el rumbo de la economía, tras cerrar el año con una caída del PIB de entre el 1 % y el 2 %, un déficit fiscal del 18,5 % y sin que el turismo -el motor económico- llegue a los niveles prepandémicos.
Entre las medidas está también el alza en los precios de la gasolina y el diésel, en más de un 500 %, y en la tarifa de otros servicios como el agua y la electricidad. También se reducirán subsidios y se buscará finalizar la subvención universal de los productos básicos de la cartilla de racionamiento.
Contrario a la intención del régimen, en la isla el peso cubano tiene cada vez tiene menos valor y el dólar aumenta su presencia en la vida diaria. Eso sin contar la inflación y la precariedad de los salarios: por ejemplo, un sueldo promedio apenas supera el valor de un cartón y medio de huevos (45 unidades).
Es por eso que buzos como Jorge, a quien llaman “Palma”, de 54 años, han decidido en los últimos años hurgar en la basura en busca de materia prima que revender, para “compensar” su magro salario estatal.
“Yo con esto me metí 8.000 pesos (66,7 dólares) el mes pasado. Me sale mejor hacer esto que lo otro”, dice con orgullo este trabajador del sistema público ferroviario frente a una hilera de contenedores de basura en el barrio habanero de Miramar.
Basura y desigualdad
Los buzos se benefician asimismo de los problemas en el sistema público de recogida de basura, en una crisis absoluta por la escasez de combustible y el número de camiones rotos o estropeados. Desde hace meses la recogida es, en el mejor de los casos, irregular.
La basura se acumula por días formando en ocasiones auténticas montañas, especialmente en los barrios más populares, lo que ha dado pie a quejas ciudadanas por motivos estéticos pero también sanitarios.
En el acomodado barrio capitalino de Miramar, en el que más se notan las diferencias sociales entre el grueso de la población y los residentes extranjeros o cubanos con un alto poder adquisitivo, los buzos se asombran de todo lo que la gente tira en la basura.
“Si viera la pila de cosas que yo he sacado. ¡Hasta una langosta! El celular que yo tengo también lo saqué de ahí”, le cuenta a EFE Óscar, un hombre de mediana edad que combina la recolecta de latas con la plomería.
Mientras junto a la montaña de basura pasa un coche de alta gama recién importado Óscar prosigue: “Aquí la gente tira de todo y no le importa más nada”.