Por Rafael Valera
“El hombre virtuoso transforma su destino con osadía y revierte la fortuna a su favor”.
Prof. Edgardo Ricciuti, Tiempo de Príncipes
La historia de la Reconquista de España es la herencia más preciada de Venezuela en estos momentos. Ni nuestros próceres, ni nuestros himnos, nos han “salvado” de la barbarie como la Reconquista lo puede hacer si atendemos al gran llamado pronto. En este sentido, “El Príncipe” de Machiavelli se vuelve sumamente oportuno para alumbrarnos, y vuelve al estratega un profeta sin querer serlo, fluyendo a través del tiempo hasta nuestras memorias y reflexiones a la orden de la nación.
El ácido y áspero devenir de nuestra historia nos pone en un horrendo lugar para aleccionarnos, utilizando la voz del estratega italiano para llamarnos de vuelta a los orígenes en estos momentos de crisis —en este caso, a nuestros orígenes hispanos—.
El modelo principista del florentino muchos se lo adjudican al condotiero italiano Cesare Borgia. Sin embargo, omiten un pasaje cortísimo pero lapidario sobre su verdadero nuovo principe, quien terminó siendo Fernando II de Aragón, el Rey Católico de la época de la Christianitas maior:
“Nada hace tan estimable a un príncipe como las grandes empresas y el ejemplo de raras virtudes. Prueba de ello es Fernando de Aragón, actual rey de España, a quien casi se le puede denominar príncipe nuevo porque de rey débil que era se ha convertido, en virtud de su fama y de su gloria, en el primer rey de la cristiandad. Si consideramos sus acciones hallaremos que todas son sumamente notables y algunas extraordinarias”. (Cap. XXI)
Fernando II, quien aplastó el último bastión musulmán en suelo hispano, enquistado en el Reino de Granada (entonces Sultanato bajo Boabdil “El Chico”), y ocupó rápidamente el Reino de Navarra, reunificó en unos 30 años, lo que posteriormente se convertiría en el Reino de las Españas, con la grandeza de abanderada.
Las empresas fantásticas son el “factor X” de los grandes reyes de la historia, pues rebosan su tinta posterior de audacia y determinación, matizando un bosquejo eterno de la actitud principista, olvidada en Occidente, y prácticamente vilipendiada en nuestras latitudes hispanoamericanas.
Tantísimos paralelismos se erigen en la mente con esta corta historia, y su aroma nos pinta el rostro de nuestro país. Sin embargo, la mente vuela rápido y las imágenes pueden abrumarnos, nublando la mira del blanco. Vayamos por partes, ahora.
Il Principe para Machiavelli debía poseer y evocar ciertas cualidades o virtudes respecto al poder que le ayuden a alcanzar la gloria de sus nacionales y la suya, por consiguiente, entre esas, un ejército profesional, fuerte y obediente, encargado de mantener la ley, el orden y el territorio unificado bajo un mismo mando; además de sugerir esa misma fuerza y rectitud con un felino abordaje de la diplomacia.
De esta forma, vemos las carencias casi absolutas a este respecto en el auto-anulado líder actual del país. Con visión cristalina se percibe que su diplomacia ha ignorado la fértil potencia geopolítica en nuestro suelo, los grandes aliados y sus inmensas posibilidades de triangular una operación continental contra la hidra castrista que menea sus cabezas en el terrorismo, el narcotráfico, la corrupción y el socialismo continental. Tampoco se ha ejercido el poder (fácticamente hablando), no se ha formado una corporación militar que tome el país de vuelta —a pesar de tener los medios financieros y un grupo importante de militares—, no existe ni un solo ministro, no existe ni un solo ápice de sentido de estrategia, ni mucho menos, usando el léxico de Machiavelli, de virtù.
Entonces, traemos a consideración que es el “Presidente” quien ejerce el mando supremo del poder de fuego. Pero, sin ningún calmante, la pregunta más incómoda debe ser hecha inmediatamente: ¿de qué sirve un Comandante en Jefe que no ejerce el poder, y que tampoco quiere ejercerlo?
El autoanulado ha adoptado todo lo contrario a una actitud de comando, ha esquivado una postura principista (entendida como porte de las virtudes del Príncipe) que se acople al realismo del terreno tan minado en el que Venezuela se encuentra. Lo que ha habido, recordando los sucesos del #Cucutagate, ha sido “bochinche, puro bochinche”.
¿Es radical esto? Y es que ¿acaso hay otra forma para un líder de comportarse en un escenario como el venezolano? ¿Acaso las medias tintas son los colores usados por hombres con carácter? ¿Venezuela necesita tibieza?
Fernando II de Aragón desafió los peligros de un país fragmentado y azotado por guerras civiles y reconquistas, reunificó a España y sus reinos, derrotó al último bastión musulmán. El paralelismo con una Venezuela que está bajo el riesgo de ser desmembrada por narcoterroristas al mismo estilo de Somalia y con la Jihad creciendo más y más, junto con las guerrillas y sus 15 000 reclutados, es evidente, y al serlo, se torna preocupante.
La historia no está por estar, sino para instruirnos —y para los pueblos más testarudos, instruirnos a través de la vergüenza—. Lo clave es entender que la actitud principista no es una receta mágica, sino más bien el ojo quirúrgico con el que todos y cada uno de los líderes deben ser evaluados y, en caso positivo, legitimados. Es vital entender que Venezuela precisa de líderes audaces y determinantes, no de hombres de jalea. La libertad no siempre es alcanzable; solo puede serlo con hombres que “accionan y modifican sin permitir ser accionados”. Aquellos, fuertes internamente, con criterio, estratégicos, intolerantes a la barbarie, ajenos al temor, deben ser nuestra vanguardia.
Los que pronto reconquistarán y reunificarán Venezuela no están en las filas tradicionales; mucho menos son los ungidos por la cobertura mediática del establishment. Son los que vienen por las periferias del sistema… los monumentalmente inesperados.
Rafael Valera es el director de comunicaciones en Rumbo Libertad, movimiento conservador de Venezuela. Puedes seguirlo en Twitter: @rafaelvalerac