Por Daniel Lara Farías*
Era difícil no conmoverse viendo los rostros de la dirigencia media del Partido Popular (PP) este domingo electoral, forzando sonrisas ante los numerosos trabajadores de la prensa presentes en su sede de la Calle Génova. Los números eran elocuentes, de la forma en que se le vieran: todas las encuestas acusaban el cansancio evidente de la remontada inicial del partido que desde 2018 no ha hecho sino perder. Perdió el Gobierno con una moción de censura, perdió a su plana mayor arrasada por el “Caso Gurtel” y los “Papeles de Barcenas”, trama de corrupción que arrancó hace diez años y que nunca se pensó llegaría a gangrenarse de la forma en que, en efecto, lo hizo.
Del PP que Aznar construyera desde que la Alianza Popular de Manuel Fraga se le dejara en sus manos, no queda nada ya. Y he ahí el prólogo de la jornada del 28 de abril, en parte resumen, en parte epitafio.
Llanto silencioso de una centro derecha desdibujada a pesar de los esfuerzos colosales de renovación, de la mano de un joven y carismático Pablo Casado, que, sinceramente, cobró una deuda ajena desde el punto de vista administrativo e histórico. El PP pasa de 11 millones de votos en 2011 a un poco más de 4 millones esta ocasión, con dos divisiones de su seno. Porque ¿qué es Albert Rivera sino ese dirigente emergido de la clase media catalana, no independentista y harto de la corrupción del PP en el que militó hasta que se abre, iracundo, con propuesta propia? ¿Y qué es Santi Abascal sino ese dirigente capaz de pertenecer al PP nada más y nada menos que en el País Vasco, en tiempos en que a militantes de partidos españoles, ETA les descerrajaba un tiro en la nuca?
A esos militantes fieles del PP en tiempos de mayorías absolutas, el PP se les fue. Tanto, que dejar su militancia no fue abandonar sus posiciones ideológicas, sino reafirmarlas. Rivera, cuando crea Ciudadanos, reivindica la lucha contra la corrupción con la que el PP llega al poder en 1996 ante los escándalos del PSOE de Felipe González. Santi Abascal, cuando crea VOX, reivindica las banderas tradicionalistas del español que hasta entonces el PP no tuvo vergüenza en enarbolar, hasta que llegaron los asesores que pensaron que moverse al centro era igual que descastarse de posiciones históricas vinculantes con su votante más fiel.
El desastre final estaba cantado. Lo de estas elecciones ha sido solo la confirmación. Y todo esto había que decirlo antes de entrar a lo planteado en el titular: la llave del futuro de España en manos de Pedro Sánchez, como noticia funesta para unos, feliz para otros.
La estrategia PSOE, al desnudo
Jugar al tiempo que pasa soplando a favor de la unidad de los propios y en contra de la unidad del contrario, en tono marxista: ahondar las contradicciones del adversario. Contradicciones, por cierto, que no eran impresentables ni insalvables. Impresentable es la alianza de un partido nacional con un partido que quiere que España deje de existir. Eso sí es impresentable. Pero nada parecía importar, pues la propaganda es eficaz si se hace desde las fuentes requeridas.
Así, Pedro Sánchez supo asegurar los medios públicos en su Gobierno sobrevenido gracias a una moción de censura y no a una elección. Repartió las direcciones de medios en la radio y televisión estatal a militantes furibundos de la izquierda más izquierda, más sectaria y estruendosa. Con eso, garantizó que el PP fuese siempre ridiculizado, que se hablara de la corrupción azul y no de la corrupción roja, que se azuzara el crecimiento de VOX como arma arrojadiza doble y que se empujara a Ciudadanos desde el centro hasta la derecha, acuñando la definición “las derechas”, para mostrar no solo posición sino división. No había una sino varias derechas y había que derrotarlas.
Colocadas así las cosas, el llamado era obvio: la derecha esta dividida, pero se ha levantado “la extrema derecha”, por tanto hay que defender, como ayer, la Puerta de Alcalá ante “el avance del fascismo”. ¿Y cómo se expresaba esa defensa? Pues sencillamente votando al PSOE y no a Podemos, pues la economía del voto impuesta por las circunstancias peligrosas de ese enemigo que se infló hasta el paroxismo luego de los resultados previos de las elecciones en Andalucía, llevaba o hacía llegar al votante a la conclusión de que la única forma de parar a “las derechas” y al “fascismo” era dando la victoria al PSOE de siempre, capaz de contener, también, “a los fascistas de siempre”. Obviamente esa es la argumentación de la estrategia. Farisea, falsaria y maniquea, pero así es.
Y he aquí que llegamos al llegadero. ¿Cuál debería ser el siguiente paso de esa estrategia? Pues si el PSOE se vendió como garantía de que España no se desbarranque al extremismo, uno debería creer que fieles a esa consigna, buscarían un pacto de Estado, con conciencia de nación, con Ciudadanos, cueste lo que cueste, así haya que tragarse palabras. Porque de eso se tratan los pactos de Estado. Con ese paso, alcanzarían 180 diputados en el Congreso, más que suficiente para armar Gobierno (el mínimo requerido es de 176). Así, estaríamos hablando de un Gobierno hacia el centro y no hacia los extremos. Con eso continuaría la estrategia de desgastar al PP relegándolo a la oposición y a la disminución, seguirían empujando al votante de Podemos a redirigirse al PSOE y podrían, además, conjurar las exigencias de los extremistas separatistas, independentistas y otras especies. Eso, sería un paso serio.
Pero lo que sobrevuela en el escenario es la “Opción Frankenstein” como indicaba ayer un analista en los pasillos de Ciudadanos: Un gobierno dirigido por Sánchez, con Podemos integrado y con las fuerzas centrífugas antiespañolas sumando sus agendas disgregadoras a la agenda “de izquierdas” del PSOE.
Estaríamos hablando de sumar los 123 diputados del PSOE a los 42 de Podemos (lo que da un total de 165 diputados, con los que no gobernarían), y necesariamente sumando a los 15 diputados de Esquerra Republicana Per Catalunya para llegar a los 180 diputados. Contando además con los votos de la agrupación de exetarras Euskal Herria Bildu (4 diputados), quizás con los 7 diputados de Juntos Por Cataluña y con los 6 diputados del Partido Nacionalista Vasco, que ya en el pasado sumó sus votos a gobiernos socialistas (en la segunda legislatura de Zapatero).
¿Cómo vender eso? Como una gran coalición “de izquierdas” o “progresista”. A quien no le guste, obviamente la despachará como un adefesio de mil cabezas y cincuenta agendas distintas. ¿Tiene viabilidad un gobierno así? Desde el punto de vista de los votos requeridos, vaya que sí. Pero evidentemente, satisfacer todas esas agendas convertiría al PSOE en un distribuidor de privilegios y prebendas que, al final, no sabemos dónde terminaría. Porque si lo acontecido en Cataluña con el separatismo es una tragedia, imagínese un efecto contagio por envalentonamiento en el País Vasco y otras comunidades donde, ante la marcha del Gobierno nacional, la realidad regional quiera imponerse y someter a más presión esa idea de España que se empezó a construir con la unificación de los reinos de Aragón y Castilla que derivó del matrimonio de Fernando e Isabel, los reyes católicos unidos en el “Tanto Monta” desde 1469 que reconquistó los territorios ibéricos de manos de los árabes, conquistó buena parte de Europa, “descubrió” América y la convirtió en extensión de sus dominios, legados a sus sucesores en aquel reino sobre el cual el sol no se ponía nunca.
Esa idea, esa nación llamada España, aún sigue en discusión. En cada catalán que se niega a hablar español o en cada vasco que se niega a ser súbdito de los Borbón.
La marcha de ese debate, de esa discusión de profundas raíces históricas convertida en guerra de consignas, está en manos de Pedro Sánchez. En los próximos días, Sánchez podrá, con la llave que le dio el electorado, abrir o cerrar la puerta donde se esconden los demonios de las ideas anti-España larvadas y añejadas en 600 años de guerras y amenazas. Es hora de ver la puerta. Y también, a la mano que tiene la llave.
*Daniel Lara Farias es licenciado en estudios internacionales y comunicador de vocación. Conduce, desde 2013, el programa Y Así Nos Va en RCR 750 AM. Exiliado en Alemania. Es @DLaraF en todas sus redes sociales.