Por Cesar Sabas*
Vivimos en un sistema internacional que es anárquico, es decir, que carece de una autoridad central que lo gobierne. La Organización de las Naciones Unidas ha demostrado ser tan incapaz que, si elimináramos varios pisos de su edificio, no seríamos capaces de notar la diferencia en su funcionamiento.
Cuando nos referimos a un sistema anárquico no significa que este es caótico, ni que la guerra es perenne: solamente que el conflicto puede estallar en cualquier momento, razón por la que los estados se dotan de todos los mecanismos necesarios para preservar su seguridad.
Sin embargo, en ocasiones, estos mecanismos son utilizados para agredir a otros países desestabilizando sus regiones o son implementados para oprimir a todo un pueblo, tal como ahora sucede en Venezuela.
Los estados más fuertes ejercen una influencia política, económica y social determinante en sus vecinos, creando generalmente esferas de influencia. A veces su poder es tan grande que trasciende sus propias fronteras. Estos macro-estados son frecuentemente considerados imperios.
En la actualidad, un imperio no necesita tener un emperador, tampoco ser reconocido como tal en su constitución. Son grandes estados con intereses globales y destacada influencia internacional que tienen la capacidad efectiva de influir sobre los acontecimientos en distintas regiones del planeta. Ante la ausencia de un gobierno mundial, son estos imperios los que terminan imponiendo disciplina y orden en muchas partes del mundo. Simultáneamente, influyen decisivamente en la política doméstica de los pequeños estados que los orbitan.
Estados Unidos es, por lo tanto, un verdadero imperio. Al ser la principal potencia militar, económica y política del mundo es también el país que ejerce mayor influencia en los asuntos internacionales. Su naturaleza propia le impide aislarse de lo que sucede en otros puntos del globo ya que sus intereses se encuentran diseminados a lo largo y ancho del planeta. Es, asimismo, el país que más interviene en asuntos internacionales y en muchas oportunidades en la política interna de ciertos estados. Washington es el ente intervencionista por excelencia en las relaciones internacionales, algo que lo ha convertido en blanco de crítica constante. De más está decir que no son pocos los que demandan un fin a esta política intervencionista americana.
Sin embargo, un vacío siempre es llenado por una fuerza alternativa. En este caso, ante una retirada de Estados Unidos de muchos asuntos internacionales (y específicamente, ante la retirada de Washington de la intromisión en asuntos domésticos de ciertos estados) veríamos a otros acudir para ocupar ese lugar.
Estados Unidos es un país plenamente democrático donde el debate entre los distintos grupos políticos impide que se tomen decisiones de manera autoritaria. Pero fundamentalmente, y más allá de su sistema político, América nació como un estado plenamente liberal, con fuertes valores éticos y morales que han guiado su política exterior a veces anteponiéndolos incluso a sus intereses nacionales. Como país democrático, encontramos varias corrientes de pensamiento sobre sus relaciones exteriores, siendo la más notoria en la actualidad la de los neo-conservadores.
John Bolton y Mike Pompeo son dos políticos profundamente influidos por esta corriente. Para los neo-conservadores, la naturaleza interna de los distintos sistemas políticos afecta su política externa, razón por la cual la democracia es un valor que no solo debe ser apoyado sino promovido e incluso implantado a la fuerza si fuera necesario. La defensa de los derechos humanos y la prevención de crímenes de lesa humanidad forman parte de su ideario. Para los “neocons” (como son llamados, en inglés, en su forma abreviada), Estados Unidos, además de perseguir un interés nacional, tiene una misión que resulta beneficiosa para la humanidad entera.
La política americana actual de repudio al régimen criminal que oprime Venezuela, se refleja en la actitud neo-conservadora de la administración Trump. Para figuras como Bolton y Pompeo, es un deber de Estados Unidos alentar un cambio de régimen y reforzar por todos los medios necesarios la democratización de Venezuela. El interés primordial de Washington no es, por lo tanto, la instauración de un libre mercado, ni derechizar la sociedad venezolana, ni siquiera hacer justicia hacia aquellos que una vez colaboraron con el régimen y ahora buscan tener un lugar en la transición: el verdadero objetivo del gobierno americano es liberar al pueblo venezolano y darle la oportunidad de que tome sus propias decisiones.
Por tal motivo, debemos ver con cautela el anti-americanismo de aquellos que sugieren una retirada de Estados Unidos de los asuntos globales. El vacío que dejase Washington sería llenado por China o Rusia, regímenes en absoluto democráticos, que no dudarían en utilizar la fuerza para conseguir sus intereses nacionales o que han estado dispuestos a apoyar la instauración de sistemas autoritarios para obtener beneficios. En un país donde se comienza a utilizar la tecnología para controlar de forma totalitaria a la población a través de un “crédito social” (como ocurre en China), preocupa la idea que en un futuro próximo pueda ser Pekín y no Washington quien lidere las relaciones internacionales.
El problema no sería por las diferencias culturales o geográficas – nada pasaría si quien sustituyera a Estados Unidos fuera Australia o Corea del Sur. El dilema real que nos planteamos es si sería deseable que el liderazgo del mundo pasara a manos de un gobierno que no ha pensado dos veces a la hora de arremeter contra su propio pueblo (como sucedió en Tiananmen). Después de todo, si fueron capaces de masacrar a los suyos, ¿qué se espera para los demás?
La crisis venezolana demostró que Latinoamérica aún es muy inmadura para querer emanciparse de la influencia americana. El Grupo de Lima fue un fiasco que creyó que podía presionar a una narcotiranía comunista con comunicados y exhortaciones. En agosto de 2017, los países de la región se escandalizaron cuando Trump anunció la posibilidad de utilizar la fuerza para detener la masacre del régimen venezolano. Año y medio después, es solo gracias a la contundente intervención de Estados Unidos y de su disposición real de utilizar la fuerza para doblegar la tiranía de Maduro que Venezuela, por primera vez en muchos años, puede soñar con recobrar la libertad.
Es por estas razones que, como defensor de la libertad, deseo con toda responsabilidad que Estados Unidos pueda mantener su primacía en el mundo durante mucho más tiempo.
*Cesar Sabas Fuentes, venezolano, máster en Ciencias Políticas y máster en Relaciones Internacionales. Fue colaborador en CEDICE-Libertad. Actualmente reside en Francia haciendo un doctorado.