“¡Sea como sea se la metimos doblada, camaradas!” así proclamó Paco Ignacio Taibo II en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, presumiendo que incluso si la Ley no cambia a tiempo, él despachará como encargado en el Fondo de Cultura Económica.
Lo grave no es la expresión en sí misma, aunque refleja un lamentable falocentrismo y resulta por lo menos curioso que un tipo, que supuestamente ha escrito 60 libros y es una lumbrera de las letras, no tenga en su arsenal retórico algo más sofisticado que una leperada de media neurona. El tema de fondo es que, en su burdo candor, Taibo ha encarnado con una claridad contundente la mentalidad tiránica y rencorosa de buena parte del equipo de López Obrador.
Andrés Manuel tomará poder el próximo sábado con una estructura política y administrativa literalmente postrada a sus pies, con el respaldo legislativo para aprobar básicamente cualquier cosa que se le ocurra y sin tener enfrente más oposición que el de una partidocracia en ruinas y una cúpula empresarial que se mantiene -como diría el pueblo bueno- “viendo a ver qué pizca”.
Es decir, durante los próximos años la ley y las instituciones estarán a la misericordia de López Obrador, y por ello resulta tan preocupante ver que la moneda del rencor es de uso muy corriente no sólo en los mensajes de todavía presidente electo, sino de sus colaboradores de primer nivel, empezando por la dirigente nacional de Morena, Yeidckol Polevnsky, que calificó de “retrógradas” y “retrasados” a quienes se oponen a proyectos como el tren maya.
Para gente como Yeidckol y Taibo, el triunfo de Obrador es la oportunidad de servirse con la cuchara grande del poder y de ajustar cuentas contra aquellos que “no los valoraron”. Pasaron décadas quejándose del autoritarismo de los rivales, pero su clamor no era contra el autoritarismo, sino contra quienes lo ejercían, como quedó muy claro con el generalizado respaldo de la izquierda a la política de seguridad nacional de AMLO, que es mucho más militarizada de lo que Calderón siquiera podría imaginar.
¿Por qué es tan preocupante? Porque si la visión del rencor se impone en la perspectiva del nuevo gobierno, las consecuencias serán muy graves para el país. Desde el propio proceso de transición hemos acumulado claros ejemplos, como el hecho de que la inversión extranjera directa cayó casi un 75% durante el tercer trimestre, desplomándose de más de $7 mil millones de dólares en 2017 a tan solo $1,800 en 2018, a lo que se suman las claras tendencias a la baja en la Bolsa de Valores y un ambiente de desconfianza generalizada en las conversaciones económicas.
Ahí están también las dos “consultas ciudadanas”, una para definir el futuro del Aeropuerto de la Ciudad de México y otra para “proyectos prioritarios”, que más allá de su indudable éxito como instrumentos para que Obrador controlara la agenda política de estos meses, resultaron en una grotesca parodia, marcada por pésima organización, manipulación evidente tanto de los cuestionarios como de los resultados y (quizá lo único que en realidad le preocupa al nuevo gobierno) una casi inexistente participación, que apenas rozó el millón de votos en cada caso, contra 30 millones de sufragios que recibió López Obrador apenas en julio pasado, pues incluso el 96% de los que votaron por Andrés Manuel consideraron ocioso el participar en sus consultas.
A esto sumémosle auténtica marabunta de iniciativas de Ley que han lanzado en el Senado y la Cámara de Diputados, incluyendo algunas abiertamente tiránicas y delirantes, como la de utilizar las reservas del Banco de México, centralizar la protección de los derechos humanos, o la de pulverizar la propiedad privada en el sector agrícola, concentrar aún más el poder en la administración pública federal, eliminar las comisiones que cobran los bancos y dar marcha atrás a la reforma educativa.
El resultado es un escenario de tormenta permanente, donde las señales del rencor de los Taibo y las Polevnsky se mezclan con las de tranquilidad de tratan de mandar los Urzúa, Esquivel y Romo.
Dicho escenario es justamente lo que busca Andrés Manuel. Está usando la incertidumbre como su máxima herramienta de control político, básicamente extorsionando a los empresarios y los partidos para que le cedan el control, bajo la amenaza de que, si se resisten, él dejará suelta a su jauría de Taibos, y no habrá quien los detenga.
Así es como se explica que un día el equipo de transición manda señales para debilitar al Banco de México y al día siguiente otra persona del propio equipo envía otra señal anunciando que la protegerán; y que un día los líderes de Morena canten trompetas de batalla contra los empresarios, pero al día siguiente AMLO anuncie que tendrá como consejeros a los empresarios más emblemáticos del país, para luego poner dicho consejo a depender del resulta de una posterior “consulta ciudadana”.
Para acabar pronto, como tituló The Economist, los meses de transición han sido el “Adiós to certainty”, mientras el nuevo presidente se consolida como el gran elector, a quien todos los sectores políticos y sociales acuden con la esperanza de que contenga a sus rivales y a ellos les otorgue un beneficio, sin importar cuántas maromas retóricas –y de las otras- tengan que dar en el camino.
En este juego el que gana a corto plazo es Andrés Manuel, pero incluso él tendrá que entender, en lo profundo de su reflexión, que si en serio quiere salir de su sexenio como un transformador exitoso y no como un fracaso tiránico, deberá eventualmente optar del lado de sus asesores sensatos y no de aquellos para quienes esto no se trata de democracia o de libertad, sino del mero dominio que les permita gritar “se las metimos doblada”.
Lo que sea que eso signifique.
*Gerardo Enrique Garibay Camarena es editor de Wellington.mx, autor de los libros “Sin Medias Tintas” y “López, Carter, Reagan”, analista y profesor universitario.