Por Cesar Sabas Fuentes*
Desde que nací supe que yo era un ser humano, no era una zanahoria, ni un árbol. Los arboles brotan de la tierra, pertenecen a un lugar determinado. Los seres humanos no brotamos de ninguna tierra. Nacemos en un sitio, no de un sitio. Nacemos de una madre (un ser humano) y lo que somos se lo debemos a nuestra formación e interacción con otros seres humanos.
Así pues, es absurdo creer que Ted Cruz es canadiense sólo por el hecho de haber nacido en Canadá cuando toda su vida la ha hecho como estadounidense. A fin de cuentas él nació en Canadá, no de Canadá. El no brotó de la tierra canadiense como lo haría un árbol.
Pero todavía mucho más absurdo sería suponer que un bebé de padres tailandeses que se encuentran de simple turismo en Nueva York, que por puro accidente nació en Nueva York y se lo llevaron enseguida a Tailandia, creció como tailandés, sin ningún arraigo a Estados Unidos, es ciudadano americano de nacimiento, con posibilidad incluso de presentar su candidatura para ser presidente de Estados Unidos, aunque no comparta en lo más mínimo algo de la cultura americana.
Peor aún cuando sabemos que si el ejemplo fuera a la inversa y es la pareja americana la que está de visita en Tailandia, ese bebé no sería tailandés, ya que en ese país (como en la mayoría de los países que conforman nuestro mapamundi), no existe el Ius Soli (derecho del suelo) sino sólo el Ius Sanguini (derecho de la sangre).
Al Ius Soli se le antepone el Ius Sanguini. El Ius Soli establece que se es ciudadano de un país por el solo hecho de haber nacido en él. El Ius Sanguini establece que heredamos la nacionalidad de nuestros padres, indistintamente de donde haya ocurrido el nacimiento. Todos los países tienen el Ius Sanguini en su legislación, pero algunos, la minoría, mayoritariamente en el continente americano, comparten la legislación con el Ius Soli. Ese es el caso de Estados Unidos.
Donald Trump ha anunciado querer condicionar el Ius Soli, no eliminarlo por completo. Quiere que solo adquieran la nacionalidad por nacimiento en el suelo americano los hijos de residentes legales. Por supuesto, eso ha levantado una polémica y una gran “indignación” de los medios progresistas europeos, donde por cierto no existe el Ius Soli. En Europa, nacer en el territorio no te da la nacionalidad. En Francia nacer en el territorio de padres extranjeros te posibilita a obtener la nacionalidad una vez cumplidos los 18 años y residiendo en el país. En Alemania, nacer en suelo alemán no es tomado en cuenta. En el Reino Unido necesitas que uno de tus padres sea residente permanente como mínimo. Ni en Italia, ni en Portugal, ni en Holanda, etc.. nadie obtendrá la nacionalidad sólo por nacer en ese lugar. Pero es sólo la medida de Trump la que levanta la polémica.
Pertenecer a un país no es únicamente tener un plástico al cual llamamos pasaporte. Convertir a los países en simples territorios sin identidad, donde la única diferencia entre Estados Unidos, Chile o Bélgica sea sólo el nombre y el idioma oficial, es parte de un proyecto agresivo para desmontar los Estados nacionales y transferirle el poder a entes globalizados dirigidos por élites que no son ni serán electas. Pero supone también un golpe cultural e histórico muy fuerte a las poblaciones autóctonas.
Pertenecer a un país supone valorar una cultura en común, una historia en común. Es algo mucho más fuerte que un pasaporte, es una identidad. De hecho, eso es lo que es una nación: un conglomerado humano con una cultura en común. Entonces ¿puede un extranjero hacerse parte de un nuevo país?, la respuesta es un evidente sí.
La migración es un fenómeno histórico sumamente fuerte, que en la historia la hemos visto tanto en casos increíblemente beneficiosos, como increíblemente destructivos. Así que todo dependerá de cómo este fenómeno sea canalizado. Hubo migraciones que construyeron países y civilizaciones enteras, hubo migraciones que ayudaron a crear una era de oro, como fue el caso de los sefardíes en el Imperio Otomano y los hugonotes en Prusia, pero hubo migraciones que arrasaron con la sociedad que los acogió, como pasó con las migraciones provenientes del norte que entraron en el Imperio Romano, las cuales terminaron siendo conocidas como “invasiones bárbaras”.
Naturalizarse implica aceptar una idiosincrasia, asimilarla hasta donde podamos, entender al pueblo que nos acoge y estar listos para interactuar con él. Es un proceso que no se logra de un día para otro, y que para algunos les tomará más tiempo completarlo. No es igual para un colombiano hacerse español que para un birmano. Mientras uno tiene el idioma, la cosmovisión y hasta la mayor parte de su historia en común con los españoles, el birmano tendrá que empezar prácticamente desde cero, por lo que le tomará más tiempo para naturalizarse.
Naturalizarse no significa que debemos perder nuestra esencia, ni nuestra personalidad. Henry Kissinger nunca perdió su característico acento alemán, y parece que nunca se esforzó por hablar como un americano. Quienes han conocido a Kissinger lo describen como un típico alemán. Pero Kissinger conoce muy bien al país que lo acogió y del cual se naturalizo. Habla su idioma, conoce sus costumbres, ha asimilado mucho de su cultura y es un digno representante del Estados Unidos que conocemos: aquél que se nutrió de tantos inmigrantes, y que sin dejar de ser lo que eran, asumieron una identidad en común americana. La nacionalidad de Kissinger por lo tanto, no es un plástico llamado pasaporte, es mucho más que eso.
Soy hoy en día inmigrante, descendiente de inmigrante que a la vez es descendiente de inmigrantes. Incluso conservamos el pasaporte costarricense de uno de mis bisabuelos, quién al llegar a América se naturalizó en ese país. La migración es un fenómeno que no es nuevo para mí, pero siempre aprendí que “a donde fueres haz lo que vieres”.
Creo que Trump tiene razón en condicionar el Ius Soli. De hecho, en lo que a mí respecta lo aboliría completamente. Sin embargo, creo que debe haber plena igualdad ante la ley entre ciudadanos de nacimiento como aquellos que son naturalizados. Ese es el caso de Francia. En Francia un naturalizado puede incluso ser presidente de la República, de hecho, ya hubo un Primer Ministro naturalizado (Manuel Valls).
Creo que nacer en un sitio no nos hace de ese lugar. Nuestras vivencias, nuestros aprendizajes, nuestra vida por el contrario sí.
*Cesar Sabas Fuentes es Licenciado en Estudios Internacionales de Universidad Central de Venezuela, Magister en Ciencia Política de la Universidad Simón Bolívar, Master en Relaciones Internacionales y Políticas de Seguridad de la Universidad de Toulouse, Capitole (Francia), y doctorando en Ciencias Políticas de la Universidad de Toulouse, Capitole.