EnglishEn los días del colapso de la Unión Soviética un ciudadano ruso enarboló un letrero que me impactó por su capacidad de síntesis. Decía simplemente: “72 años yendo hacia ninguna parte”. No puedo dejar de evocar el hecho, ahora que la famosa Revolución Cubana acaba de cumplir 55 años de existencia. Cuba es un ejemplo vivo, claro y nítido, del modo en que el socialismo ha defraudado las promesas que hiciera en su momento, pues en la práctica ha hecho absolutamente lo contrario de lo que inicialmente ofrecía a los pueblos. Analicemos esto en el caso cubano.
La revolución se inició no para combatir la pobreza, realmente, sino para acabar con la dictadura de Fulgencio Batista, quien para aquel tiempo llevaba ya 6 años en el poder. Hubo un momento de euforia democrática pero ésta duró muy poco, solo algunas semanas. El resultado fue el que tenemos a la vista, 55 años de poder dictatorial, primero de Fidel Castro y luego – debido a su debilitada salud – de su hermano Raúl. Nada más alejado de cualquier forma de gobierno democrático: el régimen cubano, al igual que el de Corea del Norte, puede ser calificado hoy como una monarquía hereditaria y absoluta, semejante a la que existía durante el período colonial.
Ni siquiera puede decirse que es una dictadura moderada: a los cubanos se les ha negado durante medio siglo la posibilidad de abandonar su país, se han prohibido todos los partidos y asociaciones de tipo político, se les ha negado la mínima libertad de prensa y se los ha hostigado brutalmente ante cualquier forma de protesta, llenando así las cárceles de presos políticos. Es este el régimen que alaban, defienden o toleran, supuestos demócratas como Dilma Roussef, los Kirchner y muchos otros gobernantes de la región.
Pero claro, estos son inevitables aspectos negativos, dirán algunos, de una revolución que ha tenido que enfrentarse al imperialismo de los Estados Unidos manteniendo bien alta la dignidad de un país pequeño. Nada más falso. Fácil sería recordarles, a estos ilusos, que Cuba ha vivido cuatro décadas como satélite colonial de la Unión Soviética y que solo ha podido sobrevivir gracias a la caridad de otras naciones, como actualmente sucede con las dádivas que le otorga la petrolera Venezuela.
Si no hay libertad, si no hay dignidad ¿hay, al menos, bienestar material? Para nada: los cubanos soportan aún hoy la cartilla de racionamiento, ganan sueldos de US$ 30 mensuales y hasta hace poco no podían poseer teléfonos celulares y otros objetos de los que disfrutan hasta los más pobres habitantes de los otros países de América Latina. El argumento que esgrime el régimen es que el “bloqueo” de los Estados Unidos ha impedido desarrollar la economía cubana.
En primer lugar, cabe decir que no ha existido ningún bloqueo, solo un embargo o prohibición de comerciar que ha impuesto la nación del norte y que muy pocos otros países han seguido. Nada ha impedido a los cubanos comerciar con casi todo el mundo y sobrado tiempo han tenido para ajustar su economía a la prohibición mencionada. Pero, más allá de estas consideraciones prácticas, ¿es que consideran los marxistas cubanos que el comercio enriquece a los pueblos? Y si es así, ¿por qué impiden entonces los libres intercambios dentro o fuera de su país? La contradicción es evidente y muestra la debilidad de los argumentos que esgrime la dictadura y quienes la respaldan.
La última justificación que dan los defensores del régimen es que en Cuba la salud y la educación son gratuitas y que el analfabetismo ha desaparecido de la isla. Ya hoy, sin necesidad de dictadura, la mayoría de las naciones ha eliminado o reducido drásticamente el analfabetismo y, por otra parte, es preciso recordar el bajísimo nivel de atención en salud que recibe la mayoría de la población cubana, la fuerte ideologización de su educación y el hecho de que esta se utiliza como un medio de control político y cultural.
No está de más decir que tampoco la desigualdad ha desaparecido de la isla: al contrario, con tiendas especiales para funcionarios y burócratas del régimen, con un sistema de dos monedas que lleva a la mayoría a una existencia de penurias, con prebendas especiales para los altos dignatarios, el régimen cubano es uno de los más desiguales del mundo. No hay “ricos y pobres”, dirán ellos, pero la realidad es que casi toda la población vive en la pobreza y solo los que mandan tienen acceso a la mayoría de los bienes de consumo.
Este es el triste balance de un socialismo que ha constituido el mayor fraude ideológico de los tiempos modernos. Estos son los hechos, los crudos hechos, que deberían tener presente todos aquellos que hoy, todavía, se ilusionan con políticas que solo llevan a la opresión, la miseria y la desigualdad.