“Con el propósito de generar condiciones favorables a la estabilidad requerida para el desarrollo de la actividad económica y la inversión, se restablece la libre convertibilidad de la moneda en todo el territorio nacional por lo que cesan las restricciones sobre las operaciones cambiarias” [subrayado nuestro], reza el articulo 2 del Convenio Cambiario núm. 1 de fecha que entró en vigor el 7 de septiembre de 2018. Como para no dejar lugar a duda, en el penúltimo artículo, el 88 “Se derogan las disposiciones que hasta la fecha de entrada en vigencia del presente Convenio Cambiario…” [desde el Convenio Cambiario núm. 1 del 19 de marzo de 2003 hasta el # 39 del 14 de febrero de 2018].
Si estas aseveraciones categóricas son ciertas, ¿por qué la opinión generalizada de los expertos es de que no se ha levantado el control de cambio y que todo sigue igual? Esperaría uno que la derogatoria de todos los convenios cambiarios que desde hace 15 años le han puesto un cepo a la actividad económica, produciendo la mayor fuga de capitales y el mayor empobrecimiento que registra nación alguna del hemisferio occidental con la excepción consabida de Cuba comunista, seria recibida como una buena noticia.
La desconfianza surge por varios motivos. El primero, por el contenido de algunos de los ochenta y tantos artículos que median entre el 2 y el 88. A título de ejemplo, la coletilla que aparece en el 18, artículo en el que se describe el sistema automatizado de subasta diaria entre particulares, que se supone que fije la tasa para el día siguiente, que reza: “El diferencial en bolívares de las cotizaciones de oferta y demanda registradas en el Sistema de Mercado Cambiario y las cruzadas en el mismo quedaran a beneficio del mencionado Sistema”. ¡Ah! ¿Y quien es “El Sistema” que se va a quedar con esos excedentes que se crean como por arte de magia? Seria muy sencillo despejar dudas por vía de una resolución, pero está por verse si eso sucederá.
Otras dudas tienen su asidero en el hecho de que estando aún como estamos en hiperinflación, y con la perspectiva de una cantidad limitada de oferta privada de dólares, la tasa de cambio, si efectivamente es libre, va, necesariamente, a deslizarse mientras siga la creación de bolívares electrónicos, o de lo contrario los resultados de la subasta se percibirán como manipulados. Esto por sí solo no es poca cosa. La meta de déficit cero está cada vez más lejana, y la profusión de bonos salariales que al voleo se prometen en recurrentes cadenas, hace que el aumento de liquidez se haya acelerado en las últimas semanas, en vez de disminuir.
El tercer elemento de desconfianza es la ausencia de un financiamiento visible en moneda dura que acompañe la restructuración: ni el FMI ni el Banco Central Chino han ofrecido prestamos “standby” de fortalecimiento de reservas; las inversiones petroleras privadas en exploración y producción difícilmente se materializaran otorgándole concesiones a empresas de maletín afines a los gobernantes como hasta ahora se ha anunciado; el ingreso adicional por la exportación de los ahorros en el consumo producto del aumento de la gasolina lucen aún lejanos, por demás exiguo si se va a subsidiar a todo el que consume con carnet de la patria así sea en camionetas 4X4; y, finalmente, no hay asomo de reprivatización de empresas del Estado que podrían generar corrientes de entrada de divisas e incremento del empleo productivo.
Esta es la tercera “liberación cambiaria” desde aquel nefasto viernes negro de 1983 en el que Venezuela entró en el peligroso y populista mundo de los controles monetarios, en el que ha estado por 26 de los últimos 35 años. En esta oportunidad la liberación surge en plena hiperinflación, y si esta no se derrota, la libertad cambiaria anunciada será efímera… O, peor, inexistente.