
Muchos expertos económicos venezolanos, tal vez con razón, se encuentran en una suerte de parálisis ante el fenómeno hiperinflacionario que nos arropa. Primero, cuando en Noviembre de 2016 el Profesor Steve Hanke, del proyecto “Monedas en Problema” del Instituto Cato anunció que Venezuela había entrado formalmente en hiperinflación en Noviembre de 2016, se resistían a admitirlo.
Preferían escudarse en una definición periclita del Profesor Phillip Cagan allá en los años cincuenta del siglo pasado, cuando la creación de dinero por vía electrónica estaba lejos en el horizonte. Luego, cuando se llegó a la cifra mágica de Cagan de 50% mensual, superada con creces mes a mes, concentraron sus esfuerzos en el diagnóstico de cómo hemos llegado hasta aquí y, lo que es mas sorprendente, en asumir que nos encontramos en un estado de cosa que puede seguir aumentando como si nada por un tiempo indeterminado.
El mantra más reciente en este sentido es que, dado el impasse político existente, para fines de año podemos estar viendo una inflación anual de entre 800 mil% y Un Millón%. Esto es tan poco realista como no haber admitido a tiempo su existencia.
Lo cierto es que la única forma de eliminar la hiperinflación (de 11,500% anual para aquel momento) es parándola en seco como en su momento hizo Paz Estensoro, un presidente de izquierda, en la Bolivia de 1985. A estas alturas de la enfermedad, ya no valen aspiraciones a ejecutar ajustes graduales como los que se desprenden de los comentarios de muchos economistas.
Curiosamente, como confirmación de que los extremos se unen, pareciera que los únicos profesionales de la economía que se atreven a decir que hace falta tomar medidas comúnmente consideradas como de shock, son tanto los más liberales, y los más ortodoxamente marxistas, como el ex ministro de economía Farías y Manuel Sutherland, éste ultimo de la Asociación de Economistas Marxistas Latinoamericanos. Claro que más allá de las medidas iniciales sus visiones de los pasos a seguir difieren considerablemente.
Tal vez la razón por la que tantos economistas se abstienen de concretar propuestas es para no mencionar la “soga en casa del ahorcado” que es la gigantesca distorsión en los precios de la gasolina. La hiperinflación solo puede corregirse con medidas tipificadas como de shock, y de estos la más importante es llevar la gasolina a precios internacionales, cosa que prácticamente habría que hacer en el mismo momento en que se ancla el nuevo Bolívar, se dolariza, o se permite la circulación de varias monedas.
Un litro de gasolina de 95 octanos se está vendiendo a USD $0,00000024 a tasa Dicom remesas de hoy, y su precio internacional es de USD $0,50. El temor a las consecuencias políticas de esta sinceracion ha paralizado gobiernos por los últimos 30 años.
No debe sorprender que los menos perjudicados con esa medida fueran los pobres. El subsidio que significa que se puede estimar en USD $10,000 millones al año no llega a ellos sino en buena medida los que se benefician del contrabando y a los dueños de carros privados. Si se sincera esa situación hay como dar un subsidio directo de USD $40 mensuales al 50% de la población adulta y todavía sobra más de la mitad para cubrir parte del hueco fiscal.
Por otra parte, difícilmente se podrá contar con auxilios transitorios de los organismos financieros multilaterales, o el beneplácito de los mercados financieros privados para refinanciar deudas, sin incluir está en el conjunto de medidas iniciales de un inevitable ajuste. Razón suficiente para entender que las decisiones que hace tiempo se hicieron impostergables son un asunto de supervivencia nacional que rebasa las distintas visiones políticas, habiéndose convertido en un problema de Estado en el más amplio sentido de ese concepto.