Los hijos de los poderosos tienen historias similares en Colombia y en toda América Latina. Las denuncias suelen terminar con sabor a impunidad, pocas pruebas o muchas preguntas. Hombres fuertes versus instituciones débiles.
En Venezuela, Nicolás Maduro Guerra, a quien se le conoce como ‘Nicolacito’, maneja todos los negocios sucios del dictador. En 2019 fue sancionado por ser pieza clave en los negocios del petróleo, así como los del denominado “oro de sangre”, el coltán y otros minerales. Sigue viviendo la dolce vita.
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En Nicaragua, Laureano Ortega Murillo es uno de los ocho hijos de la dictadura. La gente lo identifica como el número tres. Aficionado a la ópera, los Rolex y autos de lujo. Dirige los negocios y la relación maléfica con China, Rusia e Irán.
En México, Andrés López junior “Andy”, ha estado bajo la lupa por presunta corrupción y tráfico de influencias. El presidente AMLO ha respondido con furia y fuego contra la prensa. Jamás ha pedido una investigación a la Fiscalía. Quizá nunca lo haga.
En Brasil, el hijo del presidente Lula, Fabio Luis, fue señalado por presuntos actos de corrupción, sobornos y enriquecimiento acelerado. Fabio fue absuelto e incluso Lula fue citado como testigo. Una justicia con brazos cortos.
En Argentina Máximo Kirchner, hijo de la vicepresidente Cristina Fernández, es una figura polémica y poderosa. Ha sido señalado de presunta corrupción y congresistas estadounidenses han pedido sanciones en su contra. Algunos dicen que tiene más vidas que un gato.
El caso de Colombia
El hijo del presidente Gustavo Petro, Nicolás y su exesposa Day Vásquez, fueron arrestados por presunto lavado de dinero y enriquecimiento ilícito. Esto no fue un regalo o un acto de magnanimidad del presidente, es simplemente la ley.
El presidente Petro dijo: “Como persona y padre me duele mucho tanta autodestrucción y el que uno de mis hijos pase por la cárcel; como presidente de la República aseguro que la fiscalía tenga todas las garantías de mi parte”.
Sin lugar a duda, los señalamientos de presunto lavado de activos parecieran estar tocando a más colaboradores cercanos al presidente de Colombia. El caso de su hijo Nicolás no es el primero ni será el último.
Instituciones fuertes y no hombres fuertes
Gustavo Petro no respeta la separación de poderes. Apenas en mayo de este año dijo enfurecido al fiscal general “Yo soy su jefe”. El exguerrillero intentó pisotear la separación de poderes al estilo Luis XIV: “El estado soy yo”.
En mayo, Petro también amenazó con una revolución si el Congreso no apoyaba sus reformas irracionales. Nuevamente evidenció su vocación autoritaria e irrespeto por la separación de poderes y la institucionalidad.
Tanto en las arremetidas contra la Fiscalía como en el caso del Congreso, el Presidente Petro no concretó sus amenazas autoritarias. Las instituciones colombianas salieron airosas de un combate contra “el hombre fuerte”.
Es muy importante no enredarse. La honra es para las instituciones sólidas de Colombia las que han prevalecido, a pesar del presidente y no gracias a su “enorme magnanimidad”. ¡Grande, Colombia! Un ejemplo a imitar.