Emeterio Gómez, in memoriam.
Sufro a menudo de la intempestiva e indiscreta pregunta acerca del momento y las razones que me llevaron a abandonar el marxismo y la militancia revolucionaria para convertirme en un pensador libertario. Defensor a ultranza de la democracia liberal, si es que existe otra. Sin mencionar a aquellos ofendidos por lo que consideran “una traición histórica al movimiento obrero y popular”.
La primogenitura de los sentimientos nos lleva a comenzar la andadura por el agraz terreno recién descubierto de la política por los flancos de la solidaridad automática con los desvalidos, los pobres, los que sufren, los desposeídos y desheredados. Se suele nacer a la política por la izquierda. Hasta descubrir, tras el esfuerzo por comprender las razones de las injusticias, que las causas de las miserias y sufrimientos sociales no suelen ser el resultado automático del mal ejercicio del poder y la aviesa voluntad de los poderosos, ubicados naturalmente en la otra acera, la de la derecha. Sino, muy por el contrario, resultado casi automático de los conflictos causados por el desesperado esfuerzo por enderezar los entuertos recurriendo a la aplicación de las fórmulas utópicas propuestas desde el origen de los tiempos tras la búsqueda y encuentro de la sociedad perfecta. No es el mal el que causa el bien. Es el bien el que causa el mal. Lo perfecto, dice el refrán, es enemigo de lo bueno. Churchill lo explicó con su habitual ironía: quien a los veinte años no es de izquierda no tiene corazón. Quien a los cuarenta lo sigue siendo, no tiene cerebro. Conversos suelen ser aquellos que no solo leyeron a Marx: lo comprendieron.
En el terreno filosófico, como bien lo subraya Karl Löwith en un libro que debiera ser de consulta diaria de quienes observen la política desde el pensamiento, fue Kierkegaard quien llamó la atención sobre la responsabilidad del idealismo alemán, concretamente de Hegel, por fijar la atención de las preocupaciones humanas sobre la universalidad del espíritu, el reino de la abstracción absoluta, en lugar de descender al terreno concreto de las necesidades terrenales: “A partir del puesto de Kierkegaard en el propio tiempo y la temporalidad en general, se determina su relación con la filosofía de Hegel. Para él, dicha filosofía regía como representativa de la nivelación de la existencia individual, cumplida en la universalidad del mundo histórico, es decir, en la ‘dispersión’ del hombre en el ‘proceso universal’”. “La desgracia del presente es haberse convertido en mero ‘tiempo’ y no querer saber nada de la eternidad”, apostilla Karl Löwith en De Hegel a Nietzsche, comentando a Kierkegaard: “Quizá por eso nuestra época se siente descontenta cuando debe obrar, porque ha sido mal criada por la especulación…; de aquí… los muchos e infecundos intentos por llegar a ser, más de lo que se es al obrar socialmente en conjunto, con la esperanza de imponerse al espíritu de la historia. Mimados por el trato continuo con lo histórico-universal, sólo y únicamente queremos lo significativo; únicamente nos ocupamos de lo contingente, de lo deficiente de la historia universal, en lugar de considerar lo esencial, lo más íntimo: la libertad y lo ético”. Y precisamente, la libertad y lo ético son las preocupaciones primordiales que llevan a quienes fuéramos marxistas a cerrar ese ominoso capítulo de nuestras historias y denunciar la estafa moral y espiritual que se esconde detrás del socialismo, en cualquiera de sus formas. Y particularmente del castrocomunismo, que alcanzara su máxima expresión, incluso que en la tiranía cubana, con el chavismo venezolano, non plus ultra de la corrupción y las violaciones a los derechos humanos.
De allí la mayoría de las conversiones, desde el universalismo hegeliano de las izquierdas marxistas, al terreno concreto de la acción política inmediata. Y la revalorización por parte de la mayoría de los conversos —de Malraux a Michel Foucault, en Francia, y de Pompeyo Márquez a Emeterio Gómez— entre nosotros, “por considerar lo esencial, lo más íntimo: la libertad y lo ético.” A pocos días de la desgraciada partida de nuestro querido amigo y maestro, lejos de su patria y los suyos precisamente por causa del régimen castrocomunista que nos desgobierna, he querido rendirle este modesto homenaje, de converso a converso. Como lo dijera un converso arrebatado por la muerte en las mazmorras fascistas de Mussolini, Antonio Gramsci: “la verdad, sólo la verdad es revolucionaria”.