Uno de los más fervientes discípulos del economista Ludwig von Mises, fue Friedrich August von Hayek (1899-1992), quien supo convertirse en uno de los intelectuales más importantes del siglo pasado.
Durante sus inicios académicos tenía cierta simpatía hacia los ideales de la Sociedad Fabiana, un movimiento socialista fundado en el año 1884 en la ciudad de Londres, movimiento formador de los cimientos de lo que luego sería el Partido Laborista de Inglaterra. A pesar de tal cuestión y con el apoyo de las personas correctas, supo convertirse en un fiel defensor de las ideas de la sociedad libre y abierta.
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Antes de adentrarse en el mundo de las Ciencias Económicas, Hayek pudo conocer al economista Böhm-Bawerk, que era amigo de su abuelo, para ingresar luego en la Universidad de Viena, siendo ésta otra base de influencia en su pensamiento político. Entre los aportes más destacados de Hayek podemos mencionar el desarrollo sobre el ciclo económico y su debate con Keynes.
La idea de free banking, el uso del conocimiento en la sociedad, las teorías evolutivas, el orden espontáneo, la profundización en asuntos legislativos, el rol de los intelectuales en la sociedad civil, entre otras tantas temáticas fueron desarrolladas por Hayek.
Por otra parte, en lo que al debate entre Hayek y el economista británico John Maynard Keynes (1883-1946) respecta, se observa que ha resultado casi evidente que dentro del ambiente académico han prevalecido y calado con mayor fuerza las ideas de Keynes en diversos países del globo, siendo las teorías keynesianas un aval teórico para fomentar la intervención estatal en todo ámbito posible.
Para Keynes, la intervención del Estado era menester para mejorar y corregir los llamados desequilibrios del mercado, cuestión que llevaría a una supuesta salida de la crisis económica. Empero, la historia económica nos ha dejado bien en claro que con cada intervención del gobierno en la economía no se mejoran las crisis, sino que se empeoran o surgen allí donde no existen.
Podemos decir además que las teorías keynesianas son, y han sido, la guía económica de un sinfín de gobiernos con características totalitarias y opuestas a todo nivel de libertad tanto en América Latina, como en España con el peligroso fenómeno del partido político Podemos, y en diversos rincones del mundo.
Es así que como encabezado proponen la regulación del tipo de interés, el aumento de impuestos, de gasto público, la emisión de dinero y por supuesto el endeudamiento. Keynes buscó estimular la economía mediante el gasto, cuestión opuesta a la propuesta austriaca, que se basa en la idea del ahorro.
Para sintetizar en una frase el pensamiento de John Maynard Keynes, nada mejor que una cita de la obra más importante del economista británico, La Teoría General:
La construcción de pirámides, los terremotos y hasta las guerras pueden servir para aumentar la riqueza, si la educación de nuestros estadistas en los principios de la economía clásica impide que se haga algo mejor.
Toda esta política keynesiana era vista, y lamentablemente continúa siendo vista, como algo absolutamente favorable y benéfico para la sociedad civil, proponiendo las bases de lo que se entiende como «Estado de Bienestar». Traducido en otras palabras: el bienestar del Estado, y nada más que eso.
Lejos de los pensamientos de Keynes, se encontraban los argumentos liberales de Hayek, para quien los mercados libres y el orden espontáneo eran la base de sus ideas. En el sistema de precios se hallaba la información necesaria para los individuos. En este caso, Hayek proponía reducir el rol del Estado, poniéndole un fin a las bancas centrales manipuladas a gusto por los gobernantes.
Friedrich A. Hayek nos habló de lo que él mismo denominó la «fatal arrogancia». Esto significa que nadie, ninguna entidad o individuo, puede conocer cómo se deben invertir los recursos de millones de personas, o cuáles son sus necesidades y gustos. Hayek nos explicó que ningún burócrata estatal posee una máquina de conocimiento que indique dónde se debe invertir, cuándo y por qué, al igual que cuáles deben ser los precios de los productos que a los populistas tanto les satisface regular y fijar en el mercado.
El mercado debe estar liberado de todas estas trabas e impedimentos estatales, regulándose de modo automático por los deseos de los millones de productores y consumidores que lo integran, expresados en la oferta y la demanda. En el momento en que el populista fija un precio, olvida que los precios son señales: aquellas señales que nos brindan información en el mercado. Es por esto que el funcionamiento del sistema socialista siempre ha derivado en el fracaso, ya que en dicho sistema no existe el mercado, lo que automáticamente desemboca en la ausencia de precios. De este modo, los productores o inversores desconocen los precios, y no saben de qué modo deberán emplear sus recursos o dónde invertir. Es allí cuando sucede la hecatombe económica y la perdición de los individuos.
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Por su parte, el británico y liberal Arthur Seldon, acertó a la perfección en su propia diferenciación entre el funcionamiento del sistema político y del funcionamiento del mercado:
Los valores del mercado son superiores a los del proceso político porque permiten a los ciudadanos expresar sus puntos de vista, sus preferencias, sentimientos, lo que les gusta o les desagrada […] sin necesidad de tener que pasar por el filtro político de la aprobación de la mayoría.
Al fin y al cabo, todo se resume en la correcta implementación de políticas públicas sanas dentro del programa gubernamental. Empero, si continuamos aplicando las mismas políticas intervencionistas, una y otra vez, los países de América Latina tardarán en ver la luz.