EnglishSi bien el voto es obligatorio en Costa Rica, luego de una de las campañas presidenciales más bizarras de la historia — que cierra este domingo — muchos desearían otra cosa.
Hasta ahora, el camino ha estado plagado de incertidumbres, en medio de la falta de candidatos presidenciales realmente aceptables. Si hubo un momento representativo de la esencia de lo que fue la temporada, éste ocurrió el pasado lunes por la noche, durante el debate presidencial.
En el último debate antes de que la población vaya a las urnas, un debate que debería haber ayudado a pasar en limpio algunos asuntos pendientes de los candidatos, el panorama se volvió aún más oscuro.
Dicho debate se realizó en la capital, San José, y contó con la presencia de los cinco candidatos a la cabeza. Pero en lugar de darle un cierre a las preguntas de campaña que han circundado alrededor de sus propuestas, los candidatos prefirieron pasar la mayor parte del tiempo desviando la atención de preguntas personales.
Johnny Araya, del Partido de Liberación Nacional (PLN) — actualmente en el gobierno — evitó responder interrogantes sobre su credibilidad, en medio de acusaciones por corrupción. Otto Guevara, líder del Movimiento Libertario y candidato por cuarta vez, tuvo que responder acerca de las acusaciones que pesan sobre él por la supuesta malversación de fondos públicos durante su campaña de 2010. El candidato de izquierda — y sorpresa de estas elecciones — por el Partido Frente Amplio, José María Villalta, tuvo que seguir negando que es comunista, lo cual constituye una conocida táctica de sus competidores para generar miedo entre la población.
El debate se realizó luego de que encuestas recientes revelaran resultados totalmente diferentes entre sí. Las proyecciones de la firma UNMER del 16 de enero mostraban que Guevara, Araya y Villalta estaban cabeza a cabeza. Pero otra encuesta hecha por CID-Gallup exponía una ventaja de Araya, liderando con el 39% de la intención de voto. La encuesta más reciente, de la Universidad de Costa Rica (imagen), no otorga a ningún candidato más del 18%.
Quizás la estadística más elocuente sea la del porcentaje de indecisos. A mediados de enero, uno de cada cuatro costarricenses no sabía a quién iba a votar. La actualización de estos resultados, tres días atrás, muestran todavía un porcentaje de 33% de personas que no se deciden. Muy alto, considerando que ese número representa dos veces el apoyo a cualquier candidato.
Con tamaña indecisión tan cerca de las elecciones, este período de elecciones es verdaderamente atípico. Sin embargo, una cosa de la que puede tenerse certeza, es que Costa Rica probablemente no elija a su próximo presidente este domingo: simplemente dirán quiénes no lo serán.
Para ganar, un candidato precisa por lo menos del 40% de los votos. Si ninguno obtiene esta cantidad, el país debe someterse a una segunda vuelta el 6 de abril entre los dos contrincantes que hayan obtenido los porcentajes más altos. Con las continuas decepciones que presenta el partido oficialista en la actualidad — y las dudas acerca de su reemplazo — todo apunta a que el anuncio del próximo presidente se prolongará hasta la primavera boreal.
El hecho de que esta indecisión generalizada se mantenga incluso dos días antes de las elecciones ciertamente es un indicador valioso. Revela el hastío que la gente tiene con el status quo, así como la voluntad de los costarricenses para afrontar lo desconocido. Pero dado que fuera del PLN no hay ningún partido que haya gobernado antes, están esperando que un candidato les diga exactamente en qué dirección andar.
Esto es un problema. Las tácticas para asustar a la población que han sido moneda corriente durante la campaña dan como resultado la inexistencia de un candidato que se destaque. Cada uno compite con una plataforma que ajustarían con gusto, si eso les asegurara un voto más. Todos los candidatos reconocen los problemas que afronta el país, pero aún les falta proponer medidas concretas para solucionarlos. En esta elección, no hay nada a lo que los ciudadanos puedan aferrarse.
El potencial de Johnny Araya para ser electo presenta una espada de doble filo. Por un lado, proviniendo del partido oficialista y siendo ex alcalde de San José, es una figura conocida. Aunque Costa Rica desdeñe al PLN — quizás más aún por su presidenta actual, Laura Chinchilla — también es cierto que ha sido electo en las últimas dos ocasiones. El único otro partido que ha estado en un gobierno desde 1970 es el Partido Unidad Social Cristiana. La familiaridad con la que es percibido Araya le juega su favor.
Otto Guevara es el candidato libertario, aunque dicho título sea engañoso. Si bien comulga con ciertos postulados básicos del libertarismo tales como el libre mercado y la creación de empleo, se ha saltado un par de escalones — sobre todo en su rechazo al aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Anteriormente, Guevara apoyaba estas medidas, pero esta vez pararse en la vereda opuesta le ha ganado el apoyo de muchos votos cristianos. Por esta razón es que muchos apuestan a que siga en carrera.
Villalta se ha convertido en la víctima más amedrentada, sobre todo porque los demás están sorprendidos de que continúe compitiendo. No es “comunista”, ni “simpatizante de Chávez”, como muchos lo han llamado en referencia al difunto líder venezolano.
A pesar de estas acusaciones absurdas, Villalta es de izquierda – incluso con tendencias socialistas – y promueve la restricción a los mercados internacionales y un incremento del control de precios. El hecho de que tenga tantas posibilidades de ganar la elección como todos los demás candidatos da cuenta del estado en el que la nación se encuentra, ideológicamente hablando.
Luis Guillermo Solís, líder del Partido Acción Ciudadana (PAC), estaba casi descartado un mes atrás, pero ha logrado reponer sus números. También se encuentra a la izquierda del espectro político, presenta un balance a los extremos de derecha que son Villalta y Guevara.
A pesar de todo, la mayor razón por la cual el país sigue indeciso es que ningún candidato presenta una opción atractiva para rectificar los asuntos problemáticos que azotan a Costa Rica. El gasto gubernamental continuó aumentando bajo el mandato de Chinchilla, dando como resultado un aumento sideral de la deuda pública. El país ha pasado por un período de crecimiento recientemente, pero no se han hecho esfuerzos para reducir la pobreza extrema: un 20% de los habitantes está bajo la línea de pobreza, un número que prácticamente no ha cambiado en 20 años.
La calidad de las rutas — calificada en el puesto 129 de 140 países — sigue siendo un punto débil, así como las constantes sospechas de corrupción que jaquean a todos los partidos políticos.
Los costarricenses están desafiando a los candidatos en estos temas, lo cual atestigua un renovado interés por el proceso electoral. Y el hecho de que siga sucediendo a pocos días de la elección revela hasta qué punto ningún candidato es viable. Evidentemente, los ciudadanos saben lo que no quieren. Lo que aún no queda claro es si quieren una opción alternativa. Es probable que no tengan que tomar esa decisión hasta abril.
Traducido por Melisa Slep.