La quiebra moral de un país es el título de uno de los varios libros de Isabel Pereira. Este libro constituye una reflexión sobre la situación política, económica y social de Venezuela.
Pero para esto incluye su diagnóstico sin reservas del período democrático 1958-1998, destacando los errores que en muchos casos llevaron a la situación de anomia actual, caracterizada por la intención de convertir los recursos públicos generados por el petróleo en instrumentos de coacción material y espiritual de la población.
Finalmente, lo más interesante es su propuesta de un nuevo contrato social en el que urge la necesidad de fundar un “capitalismo humanista”, fortalecer las instituciones y desmontar el monopolio público sobre los sectores más rentables de la economía —incluido el petróleo—, entre otros aspectos.
Esta posición de Pereira es cónsona con el discurso de la ahora inhabilitada María Corina Machado, tal vez la única cara visible de la oposición venezolana que ha hablado sin trabas a favor de la propiedad privada, de la libre iniciativa y de limitar el poder del Estado. Básicamente María Corina, y con Isabel Pereira eso también estaría garantizado, no propone un discurso populista.
Ahora bien, si la candidata inhabilitada podía proponer a su reemplazo y dicho reemplazo es afín a sus ideas, ¿cuáles son las razones del rechazo de su postulación y sustituirla por alguien que no necesariamente es afín a sus ideas y proyecto?
Muchos nos preguntamos si la MUD no acepta a candidatos que se oponen al populismo o si en la oposición no se aceptan liberales
Muchos nos preguntamos si la Mesa de la Unidad (MUD) no acepta a los candidatos que abiertamente se oponen al populismo o si en la oposición no se aceptan liberales. La pregunta es legítima si tomamos en cuenta que la propia MUD decidió que para el caso de los candidatos inhabilitados, serían ellos y sus organizaciones quienes designen a sus sustitutos, y ello se vio en los casos de Manuel Rosales, Enzo Scarano, Raúl Baduel y Alexander Tirado.
Un liberal por esencia defiende la cultura de la libertad y es congruente con esta idea al proponer los medios para lograrla, es decir, respeto a la propiedad privada, que es la que permite el ejercicio de los otros derechos y libertades al ser su sustrato material para hacerlo; propiedad y libertad son dos conceptos inseparables; y la libertad es una sola, así sea en lo económico, político y civil, y su defensa no es por grados, es decir, tan importante es la libertad económica como la política.
Recordemos a Mises, en este sentido, cuando afirma: “La idea de que la libertad política puede ser preservada en ausencia de libertad económica, y viceversa, es una ilusión. La libertad política es corolario de la libertad económica”.
El liberal defiende estos principios en el campo de las ideas, no en lo político. Porque la intención es que nuestras ideas no estén solamente de un solo lado, sino que se difundan en un mayor número de personas. Además, el liberal no aspira al poder, que todo político debe tener; el liberal aspira a limitar el poder del Estado e incluso, según la tendencia anarcoliberal, eliminarlo.
Esto último, nos permite acotar que entre liberales/libertarios hay diversas corrientes: el liberal clásico, el minarquista o el anarcoliberal. Los puntos de acuerdo son en el campo económico y las separaciones comienzan con la posición frente al Estado.
La quiebra moral de un país también se refleja cuando los políticos ya no cuestionan los controles de cambio y precios, sino cómo se han aplicado
Ahora bien, es poco común que un liberal incursione en la política. De hecho, siendo Isabel Pereira la directora de Cedice, se hubiese separado de esta institución liberal.
Pero una vez que decide incursionar en la política, aplaudimos esta valiente decisión, especialmente en este país, en el que incluso gran parte de la oposición no es tan reticente a las medidas económicas que nos han llevado a la situación actual.
¿Qué nos proponía Isabel Pereira? Tener consciencia que solo el ser humano es el que crea propiedad, que es un derecho humano producto del esfuerzo y del ingenio; transformar al Estado propietario y consolidar un país de propietarios; denunciar que la gran confiscación socialista ha consistido en arrebatar a los pobres el derecho a ser propietarios; un nuevo contrato social que otorgue más poder para los ciudadanos.
¿Por qué la MUD rechazó esta postulación? Si me preguntan, la quiebra moral de un país también se refleja cuando los políticos de ese país ya no distinguen lo que nos trajo aquí; no cuestionan los controles de cambio y de precios, sino cómo se han aplicado; no cuestionan la intervención del Estado en varias áreas en las que definitivamente no debería participar; y proponen medidas populistas como el aumento de los salarios, lo cual no resuelve el problema de fondo.
Lamentablemente, debemos concluir que Isabel Pereira se convirtió en un fiel reflejo de lo que analiza en su libro, y sus propuestas en lo político fueron víctimas de esa quiebra.
Para cerrar este capítulo, quiero preguntar si los ciudadanos de este país permitiremos que esa quiebra moral llegue a cada uno de nosotros. Quiero pensar que todos y cada uno de nosotros está haciendo lo posible para impedirlo.