Hace un par de semanas, los diarios en Chile publicaban en sus primeras páginas la impactante noticia del asesinato de la colombiana Giuliana Acevedo, quien fue descuartizada por su novio Erwin Valdez Ortíz, de la misma nacionalidad.
Este macabro suceso que estremeció a la sociedad chilena refleja la disposición emocional del país para reaccionar frente a estos hechos. La pregunta que se genera a partir de esto es: ¿Cómo llega alguien a desvalorizar tanto la vida de una persona, al punto de terminarla?
Los acciones de los individuos sólo reflejan sus pensamientos atesorados. Muchos de ellos son socialmente sancionables y se quedarán en el fuero interno, mientras que otros pueden ser loables y laureados al ser expresados en obras. Sin embargo, hay ciertos pensamientos que según la tolerancia social, se van permitiendo hasta ir en una escalada que culmine en acciones indeseadas, porque nadie nace siendo un descuartizador.
En términos de políticas de género, Chile ha intentado seguir la senda de la socialdemocracia, igualando las cuotas de participación de las mujeres en la esfera pública, generando leyes, cuotas, paridad ministerial. Incluso dentro de este intento de equiparar la cancha, podría considerarse la aprobación del Acuerdo de Unión Civil —a pesar de que se ha avanzado en este último tema—, sin llegar a la igualdad de derecho civil, que sería el matrimonio igualitario.
En este sentido, cualquiera podría pensar que se han dado pasos significativos desde el punto de vista de la libertad. No obstante, el camino por recorrer debería ir en otro sentido, ya que todas estas medidas no han podido culturizar a la sociedad en relación con la igualdad del derecho que en teoría gozan todas las personas. Esto se ve reflejado en el comportamiento descontextualizado de autoridades civiles, en instancias oficiales tales como un concejo municipal, o en sesiones del Congreso.
La doble moral en la sociedad chilena está claramente representada en sus dirigentes, que reaccionan espantados frente al descuartizamiento de una mujer, pero celebran, entre risas y bromas, los desaciertos sexistas que son la base sobre la cual se construye el menosprecio a la vida de una persona; y en este caso, la de las mujeres.
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Mientras se aprueban leyes de género en el Congreso mediante las que se sancionará la discriminación y el desmedro salarial, el presidente de la Cámara de Diputados, Marco Antonio Núñez, en un juego de palabras se refiere a la diputada Daniella Ciccardini como “ricardini”, destacando sus atributos de mujer agraciada y cayendo en una cosificación, reduciendo así sus cualidades como legisladora.
En tanto, en el Concejo Municipal de la ciudad de Curicó, la concejal Julieta Maureira encaró al alcalde Javier Muñoz por comentarios sexistas hacia su persona. Este panorama no es más que el reflejo de una sociedad acostumbrada a escandalizarse por el fin y no por los inicios de los fenómenos sociales, que son en sí mismos un proceso, en este caso, decadente, que comienza por la tolerancia al trato liviano y vejatorio hacia la mujer.
La solución que la libertad misma provee, no son leyes de cuotas o paridad ministerial, sino igualdad ante la ley, que permita a las mujeres, a través del mérito y los resultados, llegar a lugares de preponderancia. Finalmente, aunque Chile tiene una aparente ventaja al contar con Michelle Bachelet como presidenta, esa situación sólo puede entenderse como tal, si viene acompañada de verdadera representatividad, la cual dista de la paridad numérica y enfatiza en la igualdad de derechos, que empodera de verdad a la mujer y logra una transformación sociocultural.
Respecto al planteamiento inicial, podemos concluir que en Chile no habrá verdadera libertad mientras no exista una igualdad ante la ley que permita valorizar como corresponde la vida de una mujer en todo sentido, incluyendo su desempeño laboral. Sólo así la sociedad entenderá que un descuartizamiento empieza con palabras livianas, con un trato denigrante, con la minimización de capacidades, etc., y podrá prevenir estas desgracias de manera más efectiva.