Hay un estrecho correlato entre estos dos titanes de ambos lados del Atlántico, aun en contextos distintos. Por un lado, es de gran actualidad tener presente que Sarmiento escribió en 1850: “Ignorante y argentino tienen las mismas letras. Luchemos para que no sean sinónimos” (en “Nuevo prólogo a Método de lectura gradual”). Por su parte, el primer texto de Civilización y barbarie lo escribió a partir de 1845, en sucesivos ejemplares del diario El Progreso mientras duró su estadía en Chile, en momentos en que llegaba a Santiago el ministro de Rosas Baldomero García para protestar por la campaña de exiliados argentinos contra el tirano.
La cuarta edición la publicó en París en 1874 con un cambio en la secuencia del título, pero el eje central de su tesis apuntaba a mostrar que la civilización equivale a la libertad y la barbarie a lo tribal y primitivo representados por el caudillismo, en este caso por Quiroga y por Aldao y, sobre todo, por Rosas, “el más despótico de todos”. En ese contexto describe de modo magistral las costumbres y los usos en la pampa argentina con una pluma de gran calado y una construcción gramatical de gran potencia. Por el contrario, sus puntos de referencia para ilustrar la civilización los concretaba en Lavalle y en José María Paz.
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Sarmiento, además de su contacto epistolar y personal con la Generación del 37, apoyó a Alberdi cuando este le sugirió a Félix Frías (en aquel momento representante de El Mercurio en París) que les propusiera a chilenos interesados en la educación que contrataran a Jean Gustave Courcelle-Seneuil como el primer profesor liberal en la cátedra de economía de la Universidad de Chile, lo cual ocurrió con gran éxito. (En 2010 se publicó al respecto un libro de mi autoría: Jean Gustave Courcelle-Seneuil. Un adelantado en Chile, Santiago de Chile, Universidad del Desarrollo).
Sarmiento ilustra la civilización con el modelo de Estados Unidos y Europa, excluyendo a España, a la que consideraba por entonces una extensión de África. En esa obra, y más en otras, se detiene en alabanzas al andamiaje institucional estadounidense, lo cual revela un ajustado conocimiento de las ventajas de ese sistema basado en la vida, la libertad y la propiedad, es decir, en el respeto al prójimo y el dar rienda suelta a la creatividad de cada cual y, consecuentemente, al progreso.
Por otra parte, aludiendo al otro lado del mundo, el historiador de la música Irving Kolodin escribe que lo que se conoce como “Oda a la alegría” del célebre dramaturgo Johann Christoph Frederich von Schiller –luego popularizada por Beethoven en el cuarto movimiento de la “Novena sinfonía en re menor, Opus 125″– originalmente se tituló “Oda a la libertad”, pero con ese título fue censurada por el gobierno. Al cumplirse un año del colapso del Muro de la Vergüenza en Berlín, Leonard Bernstein dirigió la orquesta compuesta por músicos de EE.UU., Francia, Rusia y Alemania para ejecutar aquella “Novena sinfonía” en cuya parte coral se introdujo la letra de la primera versión: “Oda a la libertad” (“Ode An Die Freiheit” en lugar de “Ode An Die Freude”).
Las preocupaciones de Schiller sobre la libertad y su rechazo a la tiranía están presentes en buena parte de sus producciones artísticas. Así, en Guillermo Tell el autor retrata a un hombre del pueblo suizo que al pasar por la plaza de Altdof con su hijo observa que el gobernante local ha colocado su sombrero en un poste para que la gente salude y, de ese modo, hacer sentir el estado de sometimiento. Guillermo se burla de semejante manifestación de despotismo, pero el gobernante de marras en ese momento transita por el lugar y lo castiga haciendo que lance una flecha a una manzana ubicada sobre la cabeza de su propio hijo. Tell logra el cometido no sin antes aclarar que llevaba una segunda flecha para dirigirla al tirano en caso de fallar en el primer disparo. El gobernante considera esa declaración una falta de respeto a su persona y lo manda a prisión, de la que logra huir y mata al tirano, un hecho que es considerado señal para la sublevación de los cantones, y se establece una nación libre, por lo que Guillermo Tell es considerado un héroe y el fundador de la nación suiza. Tal vez la frase más resonante de la obra en cuanto al individualismo del autor sea la que afirma: “El hombre fuerte tiene más fortaleza cuando está en soledad”.
Del mismo modo, Don Carlos alude al saludable levantamiento de Flandes contra el yugo español (se hace especial hincapié en la libertad de pensamiento y expresión) y La doncella de Orleans se refiere a la liberación de Francia. Wilhelm von Humboldt y Goethe consideraban a Schiller el mejor poeta de todos los tiempos, un defensor de la libertad y un detractor de los abusos y arbitrariedades del poder, comenzando por Napoleón, a quien detestaba con particular vehemencia. Inspiró, además de Beethoven, a Verdi y a Rossini. Las obras de Schiller fueron prohibidas por Mussolini en Italia y por Hitler en Alemania.
En 1794 publicó La educación estética del hombre, que contiene 27 cartas divididas en 6 partes que apuntan a la elevación moral de las personas, en cuyo contexto se refiere a la tensión entre los aspectos materiales y sensoriales del hombre frente a su capacidad racional. Esas cartas contienen infinidad de enseñanzas imposibles de sintetizar en un artículo periodístico, pero podemos ilustrarlas apenas con unas cinco citas: “Vive en tu siglo pero no te conviertas en su criatura”; la importancia de “mantenerse fiel a los sueños de juventud”; cuando alude a la Revolución Francesa escribe que fue “un gran momento que encontró a gente pequeña”; condena que las personas no dediquen parte de su tiempo a la defensa del sistema liberal al manifestar que “sería considerado una traición la indiferencia culpable sobre el bienestar de la sociedad si no compartimos el interés por ella”, y, finalmente, dos pensamientos que vinculan la libertad con el arte: “La obra más perfecta de arte es el establecimiento y la estructura de la verdadera libertad política” porque “el arte es la hija de la libertad”. En su obra inconclusa Demetrius nos advierte: “La voz de la mayoría no es prueba de justicia”.
Tanto Sarmiento como Schiller eran masones. El primero, en la Logia Unión del Plata, y el segundo, en la Lodge Günther Zum Stehenden Löwen. Como casi todos los espíritus libres de la época, puesto que era la manera de poder conspirar contra los atropellos del poder político muchas veces apoyado por la Iglesia oficial del momento. La masonería original ha sido siempre partidaria del respeto recíproco, basada en el predominio de valores espirituales y morales, tal como lo atestiguan desde la Gran Logia de Inglaterra de 1680, a la que siguieron las de Francia, Escocia. Irlanda, EE.UU. y América Latina, que acompañaron a todos los movimientos independentistas, por eso es que todos los próceres argentinos pertenecían a logias. Por su espíritu liberal es que los dictadores siempre las prohibieron.
En momentos tan oscuros por los que atraviesa nuestro país, en especial en cuanto al declive de valores morales, es saludable recorrer lo que estamparon estos dos autores para así alimentarnos con el oxígeno del respeto recíproco.
El autor completó dos doctorados, es docente y miembro de tres academias nacionales