El lenguaje es vital en primer lugar para pensar y en segundo término para transmitir los pensamientos. Por eso, por ejemplo, me resisto a recurrir a muchos de los términos y abreviaturas típicas de Tarzán que se suelen emplear en las redes sociales. Empobrecer la lengua es empobrecer el pensamiento.
En esta línea argumental se usa la palabreja “ajuste” en direcciones que muchas veces no miden las consecuencias y los derivados de su mal empleo. En economía estrictamente esa expresión alude a cinturones más apretados y los consecuentes sufrimientos en los bolsillos de cada cual. Pues bien, en rigor esto tiene lugar cada vez que el aparato estatal se agranda ya que debe echar mano al fruto del trabajo ajeno por medios coactivos.
Y a la inversa, cada vez que se reduce el gasto público se liberan recursos para que la gente pueda disfrutar en mayor medida de lo propio. De modo que es un pésimo empleo de la palabra ajuste para referirse a la mejora en la condición de vida de la gente debido a que disfruta de mayores ingresos por el achicamiento del Leviatán.
Ya bastantes ajustes padecen las personas en sus vidas desde que se levantan hasta que se acuestan principalmente debido a las insensateces de gobiernos desbocados que en lugar de proteger derechos los conculcan. Bastantes ajustes hay que soportar diariamente de los megalómanos para recibir un embate más.
En otro andarivel de esta misma historia, como queda dicho, está muy bien empleado el término ajuste cuando el aparato estatal se expande pues requiere de sacrificios y sufrimientos de la gente que en lugar de ver engrosados sus bolsillos los ven reducidos y debilitados.
Un ejemplo de estricto ajuste es cuando el gobierno recorta las pensiones a los jubilados luego de estafarlos reiteradamente en base al sistema quebrado de reparto al que además los burócratas de turno se apoderan de los fondos para financiar sus esperpentos. He aquí un ajuste criminal. En este sentido, es del caso insistir en una reforma de fondo que permita que en última instancia cada uno disponga del fruto de su trabajo como lo estime conveniente y oportuno. Una posible salida en borrador a este embrollo fenomenal —que si no se comparte hay que pensar en otro camino pero es urgente apartarse del sistema fraudulento vigente— consiste en que los ingresos de los jubilados y los también estados deficitarios de los que se encuentran en proceso sean financiados por las personas activas de modo directo (y no de forma solapada como en el presente) y según sean sus ingresos con las correlativas deducciones y/o devoluciones fiscales con la debida supervisión oficial para casos de incumplimiento o muerte de los activos.
En realidad este proceso es el que en la práctica viene ocurriendo ya que los aparatos estatales no cuentan con nada que no haya sido succionado de los vecinos (y ningún funcionario aporta nada de su peculio, en todo caso en no pocas circunstancias saca del tesoro para usos personales). Una vez extinguido este pasivo jubilatorio en el transcurso del tiempo naturalmente quedan sin efecto los referidos compromisos y en paralelo los nuevos candidatos son liberados para usar y disponer de lo propio como les venga en gana. De lo que se trata es de terminar con la irresponsabilidad de gobernantes y abiertamente y sin subterfugios traspasar la deuda a los particulares (en todo caso el gobierno podrá mantener las sumas pertinentes como un pasivo contingente en una cuenta de orden).
Es un atraco imperdonable el arrancar aportes de la gente durante toda su vida activa para luego cuando debe cobrar la pensión recortar aún más su ingreso. No se necesita ser un experto en finanzas o en procedimientos actuariales para darse cuenta de la estafa monumental. Puedan haber otras rutas para salir del marasmo actual, eventualmente pasando primero por un sistema generalizado de capitalización, el asunto es que se logre el objetivo de respetar las sagradas autonomías individuales y que, como decimos, cada uno pueda disponer de los suyo como lo estime mejor.
Lo primero es comprender el significado del mercado laboral y proceder en consecuencia. El trabajo es el factor de producción más importante: nada puede producirse y ningún servicio puede brindarse sin el concurso del trabajo. Como todo factor de producción es escaso (si fuera sobreabundante no solo dejaría de ser factor de producción sino que viviríamos en Jauja y habría de todo para todos todo el tiempo todo lo cual convertiría en superflua la misma economía ya que no se requeriría economización alguna). Entonces, allí donde los arreglos contractuales son libres nunca bajo ningún concepto habrá sobrante de este factor de producción siempre escaso en relación a las necesidades ilimitadas. Y no es cuestión de las llamadas fuentes de trabajo. Los náufragos que llegan a una isla desierta no dejarán de trabajar porque no hay “fuentes de trabajo”, no les alcanzarán las horas del día y de la noche por todo lo que deban trabajar para sobrevivir y los intercambios de unos con otros implica que se estarán empleando recíprocamente.
En nuestro mundo hay desempleos porque los acuerdos contractuales no son libres ya que se entrometen legislaciones como el salario mínimo y equivalentes que empujan al desempleo ya que los salarios e ingresos en términos reales se deben exclusivamente a las tasas de capitalización fruto de las inversiones que a su vez se deben a marcos institucionales que respeten derechos. Esa es la razón por la que en unos países los ingresos son mayores que en otros.
En este plano debe anotarse que los sindicatos son asociaciones libres y voluntarias, pero bajo ningún concepto se trata de descuentos, aportes y afiliaciones obligatorias directos o indirectos lo cual establece un sistema fascista que en nada se asemeja al respeto recíproco tan esencial a la sociedad libre.
En conclusión, el ajuste está inexorablemente vinculado al estatismo que produce siempre reducciones en los salarios de la gente y la liberación de recursos necesariamente rellena sus bolsillos. Por supuesto que no hay acción sin costo, si se hace tal cosa necesariamente implica que se dejó de hacer tal otra. Esto en economía se denomina “costo de oportunidad”, de lo que se trata es de minimizar costos y maximizar beneficios y esto es lo que precisamente facilita y estimula la sociedad libre.