EnglishYo mismo soy escéptico de los pronósticos económicos en general, pero cuando se trata de crisis económicas, tengo que admitir que últimamente el récord de Steve Hanke ha sido particularmente impresionante.
Le había perdido la pista al trabajo de Steve Hanke desde hace un par de años, pero volvió a entrar en mi radar con un post muy corto e incisivo en el blog del Instituto Cato. El post no hace una predicción como tal, pero muestra cómo cualquiera que estuviese dispuesto a prestar atención a las muy predecibles consecuencias de las políticas económicas de la Hermandad Musulmana podría haber previsto su caída del poder el año pasado, incluso sin tener en cuenta las cuestiones más complejas de la muy particular situación política de Egipto:
“Tal como lo ilustran los siguiente gráficos, el relato del fracaso de la economía egipcia es equivalente al relato de los problemas que aquejaban a la libra egipcia: Es decir, de los problemas causados por la inflación. En efecto, el 1 de julio de 2013 (poco antes de la salida de Morsi), la tasa de inflación anual de Egipto era de 27,1%”.
“A pesar de que durante las últimas horas de Morsi se daban por todos lados conferencias sobre la ‘legitimidad constitucional’, los egipcios no les prestaban atención: Estaban más preocupados por la caída del valor de la libra y una tasa de inflación que era más de tres veces superior a la tasa oficial… A fin de cuentas, el pueblo egipcio le enseñó una dura lección a Morsi y la Hermandad Musulmana: El pan es más importante que las ideas”.
Luego, nuestro propio Fergus Hodgson me recordó la predicción de Hanke allá por 1991 de que el sistema de convertibilidad de Argentina eventualmente colapsaría, como lo hizo finalmente en 2002, sumiendo al país en una de las peores crisis económicas de su historia reciente.
Hanke asesoró a los funcionarios argentinos sobre la reforma monetaria en ese entonces. Pero aunque el sistema de convertibilidad que finalmente se implementó logró poner fin a la hiperinflación que azotaba al país por aquel entonces, difería en varios aspectos clave de la propuesta original de Hanke.
Hanke advirtió sobre las graves lagunas institucionales —principalmente la inclusión de títulos domésticos sumamente volátiles en la cartera de activos que respaldaba al peso— en el sistema de convertibilidad de Argentina en un artículo de opinión publicado en el New York Times en octubre de 1991. Y de nuevo, 11 años después, la historia le dio la razón.
https://youtube.com/watch?v=7Tw8PXTP4Zg%3Fversion%3D3%26start%3D237%26end%3D759
La predicción de Hanke del colapso argentino no sólo es interesante en sí misma, sino que también ilumina una gran cantidad de tabúes y prejuicios de los argentinos con respecto a su propia historia económica contemporánea.
El argentino promedio probablemente te dirá que los resultados catastrófcicos de las reformas económicas implementadas por el gobierno de Menem se debieron a su fe ciega en los economistas que lo asesoraron.
La otra noche conocí en una cena a alguien que se graduó en Economía en esos años en Argentina, y me dijo que cuando se puso a buscar empleo después de graduarse le daba vergüenza poner su título en su currículum vitae. Así de extendida estaba la idea de que los economistas y sus teorías “importadas” habían destruido la economía del país.
Lo más irónico es que el registro histórico muestra que lo que sucedió fue exactamente lo contrario: Fue un economista el que advirtió que el país se derrumbaría precisamente porque sus recetas no se están aplicando adecuadamente.
Lamentablemente, esos prejuicios siguen vigentes en Argentina. Y desde que los Kirchner llegaron al poder, se han aprovechado enormemente de esos prejuicios. La crisis de 2002, supuestamente ocasionada por “la rendición de la política a la economía”, es el único dato histórico que los kirchneristas, hasta hoy, se empeñan en usar como punto de referencia para comparar los resultados de sus terriblemente equivocadas políticas económicas.
Por último pero no menos importante, en abril Hanke lanzó la primera edición del Índice de Miseria Internacional, que suma la tasa de desempleo, la tasa de interés y la tasa de inflación, menos la variación porcentual del PIB real per cápita.
De acuerdo con esta simple fórmula, Venezuela encabeza la lista con el mayor nivel de miseria del planeta. Y además, Hanke predijo que esto tendría un impacto negativo en la popularidad del presidente Nicolás Maduro, ya que el índice ha mostrado históricamente una fuerte correlación negativa con la popularidad de los presidentes de Estados Unidos.
En palabras más sencillas, Hanke señaló que “para la mayoría de las personas, la calidad de vida es importante. Los ciudadanos prefieren menores tasas de inflación, tasas de desempleo y de interés más bajas, y un mayor PIB per cápita”.
Tengo que confesar que cuando leí esto por primera vez, fui escéptico. Por más sentido común que hubiese en sus palabras, la verdad es que últimamente me he vuelto bastante pesimista acerca de la capacidad del venezolano medio para ver las verdaderas causas del caos económico que el país está atravesando. Al fin y al cabo, no es que los argentinos sean los únicos en el mundo capaces de albergar creencias escandalosamente engañosas acerca de cómo funciona la economía.
Tal vez, pensé, todavía hay una parte importante de la población que se cree el discurso del gobierno de la supuesta “guerra económica” orquestada por malvados hombres de negocios empeñados en “especular” con los precios y en “acapar” productos básicos con el fin de darle un “golpe de mercado” a la revolución.
Pero bueno, por suerte las últimas noticias parecen confirmar que una vez más las predicciones de Hanke dieron en el clavo, y que yo estaba equivocado: La última encuesta de Datanálisis muestra que casi el 60% de los encuestados desaprueba la administración Maduro, y casi el 32% lo ve como el máximo responsables de los problemas que el país está atravesando.
Ver cómo la gente insiste tercamente en cerrar los ojos ante las realidades económicas básicas, sometiéndose a sí mismos a una buena dosis de dolor en el proceso, puede ser una experiencia un poco deprimente. Por suerte, el trabajo riguroso de economistas como Hanke, y paradójicamente, sus capacidad de prever el advenimiento de los desastres económicos, nos dan razones para ver la luz al final del túnel.