“No hay verdadera desesperación, sin esperanza (…) Le daré a la gente esperanza para envenenar sus almas. Les haré creer que pueden sobrevivir, para que veas como se pisotean los unos a los otros con tal de permanecer bajo el sol”
Bane, Batman the Dark Knight Rises (2012)
Leopoldo López huyó de Venezuela en octubre de 2020. Había sido uno de los principales opositores al régimen chavista incluso desde la cárcel militar de Ramo Verde, donde estuvo preso por más de tres años. Hoy, luego de un alzamiento fallido contra Nicolás Maduro –en el que él participó– vive en Madrid. En su momento escapó del país en una operación de “extracción” que se realizó con una triangulación Colombia-Estados Unidos-España. Ahora, este dirigente, una de las presas favoritas para vapulear de la horda de esbirros al servicio de Diosdado Cabello, vino a contar “su historia”, dibujada en la pluma del escritor Javier Moro, en su libro Nos quieren muertos.
Sin embargo, al adentrarse en las páginas que reviven esta sórdida travesía, que justamente sale a la luz en un año convulso para Venezuela —cuando la oposición se encuentra particularmente vulnerable—, la perspicacia en el texto no pasa inadvertida. El compendio de testimonios, videos, así como un uso exacerbado de adjetivos floridos y anécdotas particulares que adornan la imagen del dirigente de Voluntad Popular invitan a pensar que, lejos de contar su historia, Leopoldo López abona el terreno para regresar de manera frontal a la arena política y, por ello, necesita recordar los favores que hizo, las comunicaciones que tuvo, con quienes se amigó en el camino y quien le traicionó. Especialmente quien le traicionó.
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Es pescar en río revuelto, aún más cuando hoy en día Venezuela es un país sumido en la catatonia. Su gente es prácticamente un manojo de preocupaciones que arrastrando los pies, con posturas lánguidas y derroteras, cohabita en un espiral de penurias que no parece acabar nunca. No importa lo jocoso de sus comentarios ante la adversidad, tampoco la amplia sonrisa que creas ver en ellos, al conversar tan solo un poco sobre la realidad del país se desmoronan. Descubres a seres tan pequeños de espíritu, tan minúsculos. Se ven sin esperanza, desconectados o… no, simplemente inmersos en un mundillo distinto al real. Allí, donde la miseria les acribilla los pensamientos casi a diario.
Con este contexto sociopolítico sale el libro de Moro ―que se anunció en julio y reúne sucesos desde febrero de 2014 hasta abril de 2023― retratando a López como un digno vástago de su estirpe materna (tataranieto de una sobrina de Simón Bolívar) y paterna (bisnieto de Eudoro López, un médico convertido en adalid de la libertad), una anécdota que se repite en la obra al menos unas seis veces, como para que el lector no pueda olvidar por un momento lo que representa su linaje.
Moro se encarga de una manera casi quirúrgica de diseccionar el texto entre vivencias y opiniones de Leopoldo López y su esposa, Lilian Tintori, en casi 90 % del libro. En al menos 147 oportunidades inserta la palabra “libertad”, esa que hoy anhelan millones de venezolanos dentro y fuera del país. No menos preocupante suele ser esa necesidad de cubrir con una capa de semidiós toda la percepción de sus acciones, al llamarle héroe en 40 ocasiones distintas, así como atribuirle cualidades que pudieran asociarse con su némesis, Hugo Chávez. Tal como se muestra en los siguientes extractos:
Así era Leopoldo López, un político sin miedo, magnético, «con una magia muy arrecha, muy dura», como diría Pegaso. Su juventud, su diploma de Harvard, su fama de excelente gestor cuando fue alcalde del municipio de Chacao, su aspecto de actor de cine y su manera incendiaria de hablar y de tuitear —en una ocasión, dijo que el presidente no tenía las agallas para detenerle— contrastaban con un Maduro un poco pesado, grueso, nueve años mayor, que intentaba imitar —sin éxito— la oratoria de Chávez. (pág. 25)
Decepcionados y abandonados por la revolución, aquellos pobres veían en él una luz de esperanza. Por eso, antes de la fecha de la votación, Leopoldo supo que iban a ganar, y también que aquella victoria le costaría cara. (pág. 28)
Es claro que Leopoldo López necesitaba nutrir esos pensamientos en una ciudadanía que creyó en él y que luego sintió ese sabor amargo del abandono, de la derrota y quedó más desprotegida ante esa Hidra de Lerna que hoy es el chavismo. Ese dolor, esa desazón y esa quemazón que se percibe hasta en los tuétanos de una sociedad que se sabe acabada, que entre la politiquería tiende a amplificarse y se transforma en rabia, justificada o no contra la dirigencia que, en mayor o menor medida, permitió estos atropellos. Sin embargo, en un epílogo marcado de sentimentalismos, se buscan curar también estas heridas.
Cuando me meto en un taxi y el chofer es venezolano, o cuando voy a un bar y la camarera es de Barquisimeto o de San Cristóbal, les pregunto qué piensan de Leopoldo López. Muchos me contestan expresando su admiración, otros me dicen que se está pegando la gran vida en Madrid. Lo mismo que le reprochan a Antonio Ledezma. Replican la eterna coletilla alimentada por el Gobierno: los que se van lo hacen para «pegarse la vida padre». Como si el exilio fuese una elección y no una imposición. Es una manera más de denigrar a los que no tienen más remedio que abandonar su país, su ciudad, su casa. Los hay que le reprochan no haber liberado Venezuela. «Pero lo ha intentado, ¿no? —les digo yo—. ¿No se sacrificó para exponer la verdad del régimen? Si no, estarían ustedes todavía pensando que eso es una democracia…». Entonces se callan, o los más contaminados me sueltan que «Está libre porque su familia pactó con Maduro», y si les dejo hablar, me acaban diciendo que «Esa niña —refiriéndose a Federica— no es hija de Leopoldo, sino del senador gringo ese»… (pág. 557)
La justificación a la huida se hace palpable para el lector desde los primeros capítulos. Una idea que se siembra para crear empatía y desarrollarse en un ambiente lejos de la política, en un mundo que ahora se puede ver, ha traído consigo beneficios como la nueva casa en la que reside, la cual tendría un alquiler valorado en 10000 euros (más de 12000 dólares), que dio a conocer ABC en su momento. De acuerdo con el medio español, la familia López habría cerrado el alquiler a través de la agencia inmobiliaria Engel & Völkers. Esta compañía ofrece casas, departamentos, inmuebles comerciales, yates y aviones. Tiene otras oficinas en Argentina, Uruguay, Perú, Colombia, México y República Dominicana.
Fuentes cercanas a la familia López-Tintori supuestamente desmintieron dicha suma, afirmando que es mucho menor, agrega ABC. Sin embargo, no dijeron que esta fuese la inmobiliaria que gestionó el trato. También se reconoce que tampoco fue fácil ubicar una nueva vivienda más grande que el apartamento en la calle Príncipe de Vergara donde López vivió por tres meses con su familia.
Mención aparte merece el emprendimiento de su esposa, Lilian Tintori, reseñado en la misma sección «Gente & Estilo». Junto a su hermana, Patricia Tintori, inauguraron una sucursal de una empresa que inició en 2009 en Venezuela, llamada Pura Energía. El negocio llegó para “revolucionar” el estilo de vida de Madrid, según reseña el portal Vanitis a propósito de una entrevista a Tintori. Allí imparten meditación, yoga, baile, estiramientos o consejos de nutrición. En su testimonio dice que le ha “ayudado a aguantar”.
Evidentemente durante la entrevista, enfocada en el estilo de vida de la esposa de López, no se tocó demasiado el tema político. Eso es aparte. Los venezolanos no están contemplados en artículos de este tipo. Eso hace que también se desencadene un ardor en el pecho y una sensación de desasosiego que cala en la mente, cuando se repasa de manera meticulosa los hechos que desencadenaron las protestas de 2014 en Venezuela, así como sucesos posteriores que desembocaron en las manifestaciones de 2017, marcadas por un país hastiado, cansado, con hambre. Para quien estuvo allí, en medio del caos que dejó 43 víctimas de la violencia del régimen chavista hace casi 10 años y luego al menos 157 más hace poco más de un lustro, revisitar estas imágenes, estos momentos, es una tarea que solo desemboca en exacerbar el rencor. Un rencor contra el chavismo, que es natural, por ser el artífice de una crisis que fracturó de todas las maneras posibles a una nación y quebró hasta el espíritu de su gente. Al percatarse de este escenario, uno suele preguntarse: ¿Qué pasó? ¿Cuándo nos convertimos en esto?
¿Dónde quedó aquel Leopoldo López y a quién estamos mirando ahora?
La épica de Leopoldo López compuesta por testimonios y recursos audiovisuales que lo complementan en efecto tocan la fibra de un venezolano aún plagado de esperanzas, uno que fue enterrado en 2020, cuando él huyó y, al final del día, a pesar de estar fuera de Venezuela, terminó entregándose al chavismo. El discurso de López hoy dista de una manera bastante marcada de quien entró a la cárcel en febrero de 2014.
Los escenarios de alianzas, pactos y transiciones con el chavismo se convirtieron en algo cada vez más recurrentes en su discurso. Sorprende, eso sí, la sencillez con la que los evoca. Como si de un plumazo, un apretón de manos o también la foto para el periódico, se borraran los delitos y crímenes de lesa humanidad que el régimen de Nicolás Maduro ha cometido y que ahora los propios dirigentes de la oposición quieren dar por proscritos.
Desde 2020, la prensa española y latinoamericana ha sido el escenario que le ha permitido explayarse sobre las posibilidades de pactar con el chavismo. De manera recurrente se acumulan centímetros de notas y notas que esbozan su coqueteo con el régimen, o en su defecto, con la izquierda española. López se ha reunido con varios voceros que comulgan abiertamente con la izquierda, como por ejemplo el socialista Pedro Sánchez. En aquella oportunidad, López dio una rueda de prensa donde asomaba una reflexión que ya mostraba sus intenciones en el mediano plazo.
«Me queda claro que con Nicolás Maduro es muy difícil poder plantear una negociación (…) Estamos convencidos de que una transición va a tener que incluir a personas que han estado en la estructura de poder de la dictadura».
De la misma forma, López aseveró que está dispuesto a reunirse con el izquierdista Pablo Iglesias, así como «con cualquier persona y organización que esté dispuesta a aportar soluciones para Venezuela». Aparentemente, el dirigente de Voluntad Popular olvidó los turbios negocios de Podemos con el chavismo. Ejemplos como los reseñados anteriormente se acumulan de manera progresiva, casi mecánica. Se suman a diario excusas para no condenar al chavismo. Tantas son que, al parecer, la salida de la embajada tuvo un costo que ahora puede estar cobrándose en cada una de esas intervenciones televisadas.
Dice @leopoldolopez sobre la doctrina R2P: “Hay que ser muy claros, no existe en estos momentos -y así nos lo han hecho saber varios países- que esa posibilidad se materialice”. pic.twitter.com/rDnLPnBtRl
— Gabriel Bastidas (@Gbastidas) December 10, 2020
Leopoldo López y la fachada de la misericordia
Nutrir la imagen de Leopoldo López como una persona misericordiosa es algo que también se hace evidente, al acercarse a esta obra de Javier Moro, más allá del lobby común en estos casos. Las referencias a sus momentos de “indulgencia” frente a quien consideraba sus verdugos o también otros amigos que “le traicionaron”, son valiosas para reflejar cómo un hombre de su temple puede reaccionar con “perdón” ante personas y situaciones que le perjudicaron en gran escala. Un ejemplo de ello es lo que se evidencia referente al tema del fiscal Franklin Nieves, a quien López avizora como alguien preso del sistema:
Le denegaron a Leopoldo cualquier medida cautelar y declararon que le mantenían preso. Entonces ocurrió algo perturbador, porque era la demostración fehaciente de que los fiscales estaban coaccionados en su trabajo. Uno de ellos, Franklin Nieves, ojos claros, pelo al cero, se acercó a Leopoldo y le dijo en voz baja: «Lo siento mucho». Acto seguido, le ofreció una chocolatina y unos caramelos de menta. «Aquel hombre sabía que lo que estaba haciendo estaba mal, pero era prisionero del sistema, de la dictadura, tanto como lo podía ser yo», diría Leopoldo con indulgencia. (pág. 154).
Ejemplo seguido, fue el de una de sus principales fichas dentro de Voluntad Popular, el otrora alcalde de San Cristóbal, Daniel Ceballos, quien se desliga de la facción política y termina distanciándose de Leopoldo en circunstancias que él, para este libro, especialmente justifica.
Otro día sus compañeros le informaron que Daniel Ceballos, su hermano en Ramo Verde con quien había organizado el motín y la huelga de hambre, había sido infiltrado por la dictadura. No podía creérselo. Daniel Ceballos, aquel que se había despedido gritando «Lo quiero, hermano» cuando se lo llevaron los custodios. —Es inconcebible.
—Créetelo, Leo —le decía Alberto Losada—. Lo tenemos que expulsar.—Espera un poco.
Leopoldo habló con Ceballos por WhatsApp, e hizo todo lo posible para que entrara en razón. Su antiguo compañero se había prestado para adjudicarse la representación legal del partido Voluntad Popular que había sido ilegalizado por la dictadura.
—Deja de forzar la mano al partido.
—Hermano, tenemos que buscar una nueva manera de hacer política.Ese tipo de frase le hizo sospechar. La pudo haber pronunciado Capriles, que sí había aceptado presentarse por Primero Justicia a esos comicios organizados por la dictadura. No así Voluntad Popular. Su amigo había cambiado: ¿Dónde estaba su combatividad, su arrojo? «Ante mis compañeros tuve que asumir la responsabilidad de no haber tomado la decisión de echarle antes por la amistad que nos unía», diría Leopoldo. La traición dolía, más porque venía de alguien cercano y querido, no de un adversario. Esos eran siempre los peores golpes, los más lacerantes. La dictadura se había cobrado una buena pieza.
Lilian, que conocía muy bien a la esposa de Ceballos y a los niños, que jugaban con los suyos en la celda los días de visita, estaba confundida. «¿Le habrán pagado mucho dinero?», se preguntaba.—Yo creo que a Ceballos le dieron tranquilidad, y hoy eso se paga muy caro en Venezuela —le dijo Leo.«Para los que han sido perseguidos como él, los que duermen pensando que de madrugada te pueden llevar preso, a ti o a alguien de tu familia, que le puedas comprar la tranquilidad al régimen tiene mucho valor». (pág. 552-553)
Sin embargo, a personajes como Leopoldo López, emular una imagen de misericordioso, a estas alturas, le queda grande. Es algo que su batería comunicacional y equipo se ha empeñado en mostrar desde que estuvo tras las rejas, pero que con él esa percepción no cuaja, sencillamente no resulta.Tampoco funcionará un escenario donde la oposición invite al chavismo a hacer repartición de bienes y perdones con quienes llevaron al país a la mayor crisis humanitaria. Hay mucho por lo que el régimen debe responder y eso nadie lo tiene que olvidar. Nunca.