Los dados están echados y la suerte de Venezuela comienza a delinearse, de nuevo, un 23 de enero, fecha emblemática para la democracia venezolana desde 1958, cuando cayó la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y que este año recobra un especial sentido luego de la movilización de millones de venezolanos que rechazaron en las calles al gobierno ilegítimo de Nicolás Maduro y auparon la juramentación del joven diputado Juan Guaidó como presidente interino del país.
Los hechos se suceden a tal rapidez que es difícil seguirle el paso sin que todo el panorama cambie. Ya el nuevo presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, había marcado el terreno cuando en plenaria del Parlamento declaró la usurpación de la presidencia por parte de Nicolás Maduro, luego de que el 10 de enero el pupilo de Chávez jurara para un segundo mandato, producto de unas elecciones presidenciales calificadas como fraudulentas y no transparentes por la mayoría del país y buena parte de la comunidad internacional que no las reconoció.
Y es precisamente la comunidad democrática internacional la que ha venido dando los pasos más concretos frente a la crisis política que vive Venezuela, a pesar de que no es fácil definir qué pueda ocurrir en las siguientes semanas. Una cosa es clara: la gran mayoría de países serios y con peso específico se han manifestado en contra de la dictadura de Nicolás Maduro y de su afán perverso de mantenerse en el poder a costa del creciente sufrimiento de los venezolanos. En consecuencia, han apoyado la encargaduría de Guaidó en la Presidencia.
Un camino parece perfilarse con la aparición en escena de este joven de 35 años, Juan Guaidó, casi desconocido en su propio país, pero que ya lleva más de dos lustros dando la pelea política: primero contra la hegemonía y abusos de Hugo Chávez y luego enfrentado a los desmanes y arbitrariedades de la dupla Maduro-Cabello que mantiene azotada a Venezuela desde la desaparición física del creador del nefasto “socialismo del siglo XXI”.
Y tal vez sea la frescura y humildad que denota Guaidó lo que ha fascinado a las huestes opositoras en Venezuela, ya desencantada de los diversos vaivenes y movimientos muchas veces ambiguos de los líderes que han enfrentado los 20 años de chavismo. Vale dejar claro que Juan Guaidó llegó a la presidencia de la Asamblea Nacional, de abrumadora mayoría opositora, por el acuerdo de rotación que los líderes de partidos políticos convinieron cuando lograron ponerse al frente del Parlamento. En esta oportunidad fue el turno del partido de Leopoldo López, Voluntad Popular, a quien correspondía ejercer el máximo cargo.
Por lo pronto, este 23 de enero y frente a miles de venezolanos que lo aclamaron con entusiasmo, Juan Guaidó juró como presidente interino de Venezuela. Buena parte de los países del hemisferio apoyaron esta decisión, con Donald Trump a la cabeza, que reconoció sin ambages este interinato, provocando que Nicolás Maduro declarara rotas las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos y dando, en este contexto, un plazo de 72 horas para que todos los funcionarios diplomáticos salgan de Venezuela. No obstante, este ultimátum fue rechazado de inmediato por la Casa Blanca, que en un comunicado sentenció que “Nicolás Maduro no tiene la autoridad legal para romper relaciones diplomáticas con Estados Unidos”. Más bien, aceptó la solicitud del nuevo presidente Guaidó a las misiones diplomáticas de mantenerse en Venezuela.
Ahora está por verse la posición de los militares venezolanos que en los últimos tiempos han cerrado filas con el chavismo y con Maduro, gracias a las generosas prebendas y negocios que Miraflores les proporciona. La Asamblea Nacional, con Guaidó a la cabeza, ya promovió una Ley de Amnistía para aquellos miembros de las fuerzas armadas que recapaciten y dejen de apoyar al régimen usurpador. No obstante, aún no se da una reacción positiva pese a casos de subordinación aislados. Por el contrario, el ministro de la Defensa Padrino López y el Comando Estratégico Operacional de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana ratificó en la noche del 23E su lealtad a Nicolás Maduro. El destino de Venezuela, pues, sigue estando en sus manos.
Ahora bien, si no se da el quiebre de la camarilla usurpadora y del sector militar que lo acompaña en los próximos días, si el madurismo decide atrincherarse en el poder a toda costa utilizando la represión y el caos a mansalva como lo viene haciendo en los últimos días, ¿qué hará la comunidad internacional democrática y en particular los actores que más se han comprometido y tienen más intereses en que solucione de una vez por todas el problema venezolano? Me refiero más precisamente a Estados Unidos, Brasil y Colombia.
Porque ¡seamos realistas! La sociedad civil venezolana no puede hacer mucho más de lo que valientemente ha hecho hasta ahora. De modo que si no salen los militares en su ayuda, varios de la comunidad internacional –en especial los gobiernos de los países citados- tendrán que dar un paso al frente.
Un paso al frente significa hacer realidad las palabras que la propia administración de Donald Trump lanzó este 23 de enero incentivando a “utilizar todo el peso económico y diplomático de Estados Unidos para hacer presión a favor de la restauración de la democracia”. Y , de ser necesario, hacer uso de la fuerza militar. Según Donald Trump “todas las opciones están sobre la mesa”. A estas alturas de la situación, después de todos los pasos dados por las fuerzas democráticas internas y externas, no creo que estas declaraciones deban tomarse a la ligera.