Ayer Patricia Bullrich conmovió a muchos argentinos hasta las lágrimas. Esto no es “una manera de decir”. He recibido varios mensajes de personas que me reconocieron que lagrimearon frente a la pantalla de TN. A mí me puso la piel de gallina. Fue como el final de una película épica, donde el héroe sacrifica su vida por los suyos y para que el bien triunfe sobre el mal. Aquí no hubo ningún sacrificio semejante, claro, pero sí un cajoneo del egocentrismo y considerable amor propio que tienen todos los políticos. Sobre todo los que juegan en las grandes ligas.
Podemos decir muchas cosas sobre Bullrich los que la conocemos en persona, pero puede que lo mejor que la resuma fue algo que dijo Mauricio Macri cuando ella era su ministra de Seguridad. Sin recordar las palabras exactas, el expresidente dijo que era una mujer “decente” a la que le tenía confianza para estar en un lugar donde en un segundo puede recibir cualquier soborno multimillonario de parte del narcotráfico.
Esto no quiere decir que hayamos estado siempre de acuerdo. Es más, en este momento Patricia está molesta conmigo, pero hasta este enojo describe su apasionamiento en materia de discusión política. En medio de lo demandante de una campaña presidencial, no pudo con su genio y se me puso a discutir por Whatsapp por un tuit chicanero, donde dije que su esposo estaba ejerciendo influencia en las instituciones de la comunidad judía en favor de Juntos por el Cambio. Cuando la discusión se extendía demasiado le dije que me daba “pudor” la cuestión, ya que tenía cosas más importantes que hacer que dedicarle tiempo a un debate con alguien intrascendente, en relación a los desafíos que ella estaba enfrentando. Pero así es. En un contexto político donde el cálculo costo-beneficio rige los comportamientos de la mayoría de los políticos, a Patricia le gana el impulso. Los Jaime Durán Barba de la vida dirán que es peligroso, sobre todo frente a las cámaras, pero yo lo veo como algo muy sano.
Ese fue el único desencuentro que tuvimos, que estuvo motivado por otro tuit de su parte, cuando en el fulgor de la campaña ella decidió subirse a la triste operación contra mi querido profesor Martín Krause, por el que dije, voy a la guerra nuclear con un cuchillo Tramontina. Mientras que los mileistas más pragmáticos, incluso de la lista de candidatos, me pedían que me “deje de joder” con el tema para que pase rápido, yo insistí hasta el final para defender el buen nombre y honor de una excelente persona. No hice cálculo costo-beneficio porque me pareció una injusticia. Es que, aún en las diferencias políticas e ideológicas, tengo estas coincidencias con la Bullrich impulsiva, que para mí es una muestra de sanidad entre la especulación política extrema.
Yendo para atrás en la historia, la voté como candidata a jefe de Gobierno en 2003 y a diputada nacional en 2005, 2007, 2011 y 2015. En la campaña de 2005, donde le hice la primera entrevista de mi carrera con un walkman grabador a cassette con pilas, la voté hasta fiscalizando para otro espacio político. Me encontraba cuidando las boletas para el frente PRO (por Recrear en alianza con Compromiso para el Cambio) y Patricia estaba sola con su viejo Unión por Todos. No le alcanzó para entrar, pero yo nunca dudé que el voto útil estaba allí.
Ya en 2011 me embarqué en una durísima discusión para sacar un comunicado para que la respalde el Partido Liberal Libertario, cosa que afortunadamente hizo, luego de un debate exhaustivo donde se luchó por cada palabra y cada coma. Los más ortodoxos de paladar negro argumentaban que, en el fondo, es una política más y que son todos iguales. Siguiendo más el instinto que otra cosa, me mantuve fuerte en la posición contraria. Doce años después creo que quedó saldada esa discusión. ¿Es liberal? No. ¿Piensa como nosotros? Tampoco. Pero está del lado correcto y ayer lo dejó en evidencia. En menos de 24 horas y con dos presentaciones públicas le arrancó a Sergio Massa el “aura” ganadora” de las elecciones del domingo y volvió a poner el debate electoral, como dijo el Milei lockeano, en “tabula rasa”.
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Lo que hizo Bullrich ayer (y hará seguramente cada vez más en las próximas semanas) es digno de mención, reconocimiento y admiración por varias cuestiones. Como ella misma reconoció, se preparó toda la vida para ser presidente. Cuando tuvo la oportunidad y llegó su momento, apareció un outsider que, en dos elecciones, le arrebató su sueño. Lidiar con esto como ella hizo en 48 horas no es para cualquiera. Los liberales tenemos que reconocer que más de uno de nosotros no pudo soportar que Milei haya llegado más lejos. Los celos, la envidia y el resentimiento tienen por estas horas a un excomunicador, radicado en los Estados Unidos, reconociendo que va a votar a Massa. Por estos lados hay un economista que iguala a ambos candidatos del balotaje, diciendo que “ninguno es creíble” y que no descarta que, de ganar Milei, “termine abrazado con el kirchnerismo”. Insólito. Bueno, en una discusión conmigo reconoció que no descarta que, de llegar al poder, el candidato libertario impulse “campos de concentración” para disidentes. Ni la izquierda trotskista se animó a semejante divague delirante y absurdo.
En lugar de dejarse llevar por los bajos instintos del resentimiento, el rencor y la envidia (como sí hicieron varios liberales con Milei), Bullrich eligió el patriotismo de ponerse del lado correcto de la historia. No hubo tiempo para las negociaciones por los cargos ni para el chiquitaje. Pero, aunque le reconozcamos a Bullrich lo que hizo ante las cámaras, más hay que reconocerle lo que no hizo. ¿Alguien se imagina lo que cotizaría su “neutralidad” de cara a este balotaje? El kirchnerismo estaría dispuesto a pagar una suma exorbitante y multimillonaria, solamente por el silencio de la candidata de Juntos por el Cambio, que bien podría haber apelado a “la libertad de acción” de sus votantes, capitalizando una fortuna inimaginable para el resto de los mortales. No hablamos de “una valija”. Hablamos de una fábrica de Samsonite en el exterior.
Ella considera que hay ganarle al kirchnerismo, en lo que puede ser la más peligrosa encarnación con Sergio Massa. Más de un peronista veterano, con conocimiento de causa, me aseguró durante los últimos años que si Malena Galmarini llega a poner un pie en la Casa Rosada, los antikirchneristas vamos a terminar haciendo campaña por el regreso de Cristina. Cuando uno ve lo que hizo el ministro de Economía los últimos días de campaña, utilizando todo el Estado para hacer proselitismo en su favor, no puede hacer otra cosa que temer. Massa es capaz de todo y va a hacer todo lo posible para acceder a la suma del poder público. En estas elecciones Argentina se juega la vida y Patricia lo sabe muy bien.
Sin embargo, no todo ha sido desprendimiento patriótico y responsabilidad cívica. Patricia Bullrich ganó algo perdiendo. En la entrevista de ayer, aunque ella no lo sospeche, se la vio más relajada, cómoda, convincente, segura y tranquila. Es más ella apoyando a Milei en esta segunda vuelta, de lo que era encabezando una coalición con Larreta, Morales y Carrió de lastre. Si todo termina bien, y Argentina evita lo que podría ser una larga pesadilla autoritaria, la historia le depara el bronce. Gracias, Patricia, por un patriotismo que parecía perdido en el tiempo y abocado a los libros manuales de escuela.