Casi ningún socialista en el mundo reivindica a Joseph Stalin. Algunos en la Rusia de hoy en día sí lo hacen, asegurando, desde una nostalgia miope y de un pasado que ni siquiera vivieron, que los años de esplendor de la Unión Soviética eran mejores que la realidad actual del putinismo.
La mayoría de los defensores teóricos del socialismo se reconocen como trotskistas. Es decir, los seguidores de León Trotski (1879-1940). Con ellos, el debate es interesante. No solo no se hacen cargo de ninguna de las atrocidades soviéticas, sino que se autoperciben y reivindican como las primeras y verdaderas víctimas del estalinismo.
- Lea también: Fosa común hallada con 8000 cuerpos afirma genocidio comunista de Stalin
- Lea también: La historia de un comunista converso
Los liberales tenemos latiguillos permanentes en el debate, como “derechos individuales”, “déficit fiscal” o “emisión monetaria”. No porque estos sean conceptos vacíos o poco importantes (todo lo contrario), sino que vemos allí problemáticas fundamentales a la hora de entender lo que está mal en nuestros países. Sobre todo, en Argentina. Sin embargo, cuando uno escucha a “los troskos” se da cuenta que ellos tienen los suyos. Además de las sandeces de “la derecha” (corriente ideológica de todo el mundo, salvo ellos) o el “neoliberalismo”, hay un concepto que se repite en sus expresiones: “La burocracia”.
En la interpretación “troska”, que evita mencionar las barbaridades de los primeros años de la revolución bolchevique (que hasta deja chica la violencia de los años del zarismo), todo iba más o menos bien hasta la “burocratización” roja. Es decir, el copamiento del poder revolucionario a manos de falsos socialistas que consolidaron su poder político a sangre y fuego, para mantener sus privilegios. La irrupción de Stalin para ellos la perversión revolucionaria y el inicio de un proceso que, de socialista, no tuvo demasiado. Y para limpiarse del carnicero de bigotes nutridos, nada mejor que la victimización. Si fue el mismo Stalin el que mandó a matar a Trotski, ¿cómo ellos podrían reivindicar, y por ende justificar, al verdugo de su máximo referente?
A la hora de analizar los aportes a las ciencias sociales de los teóricos que propusieron modelos virtuosos, como John Locke, Adam Smith o David Hume en los siglos XVII y XVIII, vemos que los pensadores no propusieron esquemas ideales. Aunque convirtieron en realidad utopías, ya que plantearon cosas que no estaban vigentes en sus contextos, lo hicieron desde el realismo. El hombre, el responsable de encarnar los cambios políticos, sociales y económicos, no es un santo. Es una persona de carne y hueso, con virtudes y defectos, egoísmo y miserias. No solamente pensaron en esquemas institucionales donde, lo que somos, encuentre el ecosistema para comportarse de la forma más virtuosa y pacífica posible, sino que pensaron también en los incentivos para que eso ocurra. Desde la madurez y la humildad de lo falible, ya que todo modelo, al ser desarrollado por hombres imperfectos, será, valga la redundancia, imperfecto. De las cabezas de esos y otros teóricos, han salido los modelos políticos y económicos que más o menos funcionan en el mundo.
En este sentido, los aportes de Karl Marx casi un siglo después, han resultado un notorio retroceso. Se planteó un esquema económico basado en el error de Smith y Ricardo sobre la teoría del valor y se construyó un andamiaje donde, bajo el modelo virtuoso del “socialismo científico” el hombre se comportaría de una manera ideal. El error de cálculos del marxismo le costó al mundo 150 millones de víctimas inocentes.
Más allá de lo que Ludwig von Mises percibió en la década del 20, sobre la imposibilidad de cálculo en una economía sin precios (es decir, el error teórico de cualquier modelo que suprima la propiedad privada con pretensión de realizar una planificación centralizada), había en el socialismo aplicado una falla más: Además de generar el fracaso económico total, el colectivismo produce inevitablemente dictaduras liberticidas. Es que los revolucionarios que llegan al poder para implantar el imposible paraíso en la tierra, son personas con intereses individuales y no “proletarios con conciencia de clase”. Es más, los cabecillas revolucionarios, o los que ocupan el poder luego de las revoluciones, suelen ser, lógicamente, los que tienen personalidades y ambiciones más fuertes.
Volviendo al clásico escocés autor de La riqueza de las naciones, que, en su esquema, tanto la autoridad política como el empresario eran fundamentales para el funcionamiento su modelo liberal clásico, advirtió que hay que tener mucho cuidado cuando los hombres de negocios se hacen amigos del rey. O sea, el monarca y el capitalista tenían su rol, pero había que generar instituciones para que no puedan generar una alianza que los beneficie a ellos y perjudique al pueblo. Si habrá sido sabio Smith que, al día de hoy, uno de los principales problemas del modelo económico más exitoso de la historia (su economía de mercado), es justamente ese (el capitalismo de amigos).
Marx pensó en su objetivo y no reparó que los hombres que llegarían al poder en nombre de la dictadura del proletariado, no harían más que consolidar la dictadura de ellos mismos. Es por eso que, en Cuba, Corea del Norte o la Unión Soviética, el proceso siempre quedó en la instancia intermedia y nunca pudo llegar a la sociedad sin clases, etapa supuestamente final del comunismo.
A lo largo del mundo, además del fracaso estrepitoso en lo económico y el autoritarismo, que supo llegar al genocidio, todos los gobiernos comunistas tuvieron sus purgas internas y quedaron a merced del más duro. Entre las primeras víctimas, siempre se destacan los purgados, que ayudaron a los déspotas a consolidarse en el poder y pagaron con su vida o con la cárcel, el error de empoderar al dictador.
El trotskismo genera stalinismo. Inevitablemente. El modelo de concentración de poder político, para una supuesta segunda instancia de igualdad total, terminará en la instauración del déspota, que lo primero que hará será limpiar a los críticos internos. Es una cuestión de incentivos ineludibles.
Si un grupo de trotskistas convencidos, dogmáticos y honestos intelectualmente, consiguen el poder político en un país, ya sea por la vía democrática o revolucionaria, quieran o no abrirán paso a un déspota que arrasará tanto con las libertades del pueblo, como con los idealistas revolucionarios que no se sometan al mandamás.
El trotskismo es una especie de suicidio colectivo, que, además de liquidar a los suicidas, se lleva con ellos a las libertades de toda una población inocente. Seguramente la imagen más contradictoria de esta corriente política, se encuentra en el museo de México de la artista Frida Khalo. Ella, que fue responsable junto a Diego Rivera de conseguir el status de refugiado político para Trotski, había pintado en varias oportunidades a Stalin. Sus retratos todavía están disponibles en la casa de Coyoacán, para el público en general.
Es que son eso los socialistas. Son Trotski, pero también son Stalin. Y, aunque lo nieguen, se trata de dos cuestiones indisolubles. Aunque se pueda separar el hidrógeno del oxígeno en una molécula de agua, al comunismo nunca se le podrá separar sus intenciones de sus pésimos resultados.