Mientras los parlamentarios argentinos votaban a favor y en contra de la despenalización del aborto, los alrededores del Congreso estaban divididos por una valla. De un lado los provida, del otro los proaborto. Del lado derecho no había banderas partidarias más que la bandera argentina, del lado izquierdo había banderas de agrupaciones políticas de inclinación socialista y un banderón violeta que decía: “Sin feminismo no hay socialismo”.
Es que el proyecto de ley para la despenalización del aborto pretende que sea “legal, seguro y gratuito“. Esto último implica que el gasto sea socializado, es decir, pagado entre todos. Por tanto, lleva lo más privado, que es lo íntimo, al sector público.
Niega a su vez a quienes están en contra a decidir a qué fin van sus impuestos, más cuando se trata de una medida contra la cual millones se han manifestado. Pues medidas como estas no toman en cuenta la voluntad individual.
La intromisión en el ámbito privado es parte intrínseca del socialismo. Desde los tiempos del ideólogo del socialismo científico, Karl Marx, quedó claro que para desmantelar el capitalismo primero se debe desmontar la estructura familiar, porque en la distribución de tareas en el hogar comienza la distribución del trabajo necesaria para el libre mercado.
“Con la división del trabajo… se da, al mismo tiempo, la distribución y concretamente, la distribución desigual del trabajo y sus productos, es decir, la propiedad sobre los mismos[sic], cuyo primer germen se contiene ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los esclavos del marido” Marx en La ideología alemana.
Bajo esta premisa, en su obra, El origen del Estado, la familia y la propiedad privada, Engels, sucesor de Marx, dijo: “La primera división del trabajo fue la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de los hijos, y hoy puedo añadir: el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia, y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino”.
La guerra entre sexos como motor de la lucha de clases del socialismo
El planteamiento de Engels no solo da validez a la legalización del aborto, sino que cimienta el sentido romántico y reivindicativo que tiene, ya que posiciona a la función reproductiva de la mujer como condicionante para su capacidad productiva, entonces prescindir de la maternidad le permitiría lograr “igualdad social” frente al hombre.
Puesto que, según él, “el derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas de la casa, la mujer se vio degradada, convertida en una servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción”.
También en esa obra establece que “el hombre es en la familia el burgués, la mujer representa en ella al proletariado”
Y ya que se asume a la maternidad como esclavitud y a la mujer como objeto, entonces el aborto se publicita como la liberación que podrá convertir a la mujer en sujeto.
Sin embargo, contrario a lo que aduce Engels, es el socialismo quien convierte a la mujer en un instrumento, no de reproducción sino para la proliferación de su ideología. De eso modo, se deshace de la figura del padre como proveedor y consagra al partido, la revolución y/o el Estado, dependiendo de la faceta del socialismo del momento para instaurar lo que el feminismo denomina patriarcado. Solo que en lugar de ser guiado por el padre como figura central, es el representante del socialismo quien ocupa su función.
Por eso ahora, sin consentimiento del padre —es decir una decisión no tomada desde la familia, los participantes que dieron lugar a esa vida—, sino con el respaldo, recursos y amparo del Estado, el Congreso aprobó (todavía falta el Senado y en caso de ganar los procesos correspondientes para modificar la Constitución que reconoce la vida desde la concepción, artículo 75, inciso 22) que las mujeres y “personas gestantes” puedan matar a sus hijos en el vientre.
Bajo la consigna “mi cuerpo, mi decisión”, se niega la humanidad del hijo por nacer y la participación del padre. Esto no es casual. Engels sostenía que el fin expreso del hombre en la familia es “procrear hijos cuya paternidad sea indiscutible, y esta paternidad indiscutible se exige porque los hijos, en calidad de herederos directos, han de entrar un día en posesión de los bienes de su padre”.
Por eso es a través del matrimonio que los hijos se vuelven acreedores del patrimonio y la familia asegura la sucesión de la propiedad privada que el socialismo aspira a abolir. Lo cual genera un desincentivo adicional a la maternidad, sobre todo a la participación paternal.
Pues, en palabras de Engels, “la verdadera emancipación de la mujer solo vendrá tras la supresión de las clases y la propiedad privada, entonces se verá que la manumisión de la mujer exige, como condición primera, la reincorporación de todo el sexo femenino a la industria social, lo que a su vez requiere que se suprima la familia individual como unidad económica de la sociedad”.
Por su parte, la escritora marxista, a su vez madre de la tercera ola del feminismo, Simone de Beauvoir, afirmaba esta hipótesis diciendo: “Si la mujer ha franqueado en gran medida la distancia que le separaba del varón, ha sido gracias al trabajo; el trabajo es lo único que puede garantizarle una libertad concreta”.
En síntesis, el socialismo muestra su naturaleza materialista al reducir el valor de una mujer a su capacidad productiva. Para lograrlo, pretende desmerecer su capacidad reproductiva. Y en lugar de resaltar como virtud lo que le distingue del varón, pretende lograr la tan ansiada igualdad anulando lo que le permite dar vida.
Lo cierto es que no toda mujer quiere ni puede tener hijos. Y la mujer es y debe ser libre de decidir sobre su cuerpo, cuándo ser mamá o no. Por eso la decisión se toma antes de concebir. Pues, por definición, se es madre desde la gestación. Por lo tanto, abortar implica dar muerte a un hijo, a un cuerpo que no es el de la madre. Por lo cual no ejerce ni una libertad ni un derecho, sino que anula todas las libertades de un otro y le niega su primer derecho: el de la vida.