En días pasados, ante una opinión que expresé, alguien me replicó que yo era una demostración de cómo el “sistema” me “adoctrinaba” para creer que la “explotación” era correcta.
Me llamó la atención la contundencia de la afirmación. Hace tiempo no recibía ese tipo de epítetos: los críticos de las ideas de la libertad suelen evadir los argumentos utilizando lo que ellos consideran insultos. Dentro de ellos, se suele repetir el de “neoliberal”, término que parece reunir lo peor de la condición humana. Otro de esos insultos es el del adoctrinamiento.
En su pedestal, los críticos de las ideas de la libertad consideran que todos los que no compartimos sus creencias somos incapaces de ver la verdad. Ellos, por alguna razón metafísica que nunca he podido comprender, son los únicos que la han descubierto, a pesar de formar parte de ese mismo “sistema”. Los demás somos entre ciegos e incapaces…inferiores.
No obstante, esos críticos parecen no haber pensado detenidamente las contradicciones de su posición. Es claro que algo debe estar fallando en ese “sistema” que todo lo impone y que a todos adoctrina para que existan individuos, como ellos mismos, que hayan descubierto la verdad de la conspiración. Si sumáramos a todos los que se consideran curados del adoctrinamiento, la pregunta sería quiénes realmente están adoctrinados y, por lo tanto, cuál es el sentido de llamar sistema a lo que, a todas luces, solo genera impacto en algunos individuos.
Pero, además, está el mismo concepto de “sistema”. ¿Me dicen que estoy adoctrinado por el mismo sistema en el que, desde el colegio, me repitieron hasta el cansancio que el capitalismo se basa en la explotación, que el Estado es la organización más importante o que todo lo occidental es sinónimo de maldad? ¿Será el mismo sistema en el que siempre me enseñaron una sola versión de la historia, en la que los excesos, por ejemplo, de la Unión Soviética eran presentados con, al menos, jovialidad, mientras que cualquier acción de los Estados Unidos era mostrada como basada en abierta maldad y perversión?
No se dan cuenta los críticos, los iluminados por esa inteligencia superior que les permitió descubrir la conspiración del “sistema”, que sus visiones son mayoritarias. Hablar en favor de la reducción del Estado, por ejemplo, es considerado casi un sacrilegio en estos días. Ni qué decir de considerar que el capitalismo es un modelo económico que ha sido no solo exitoso, sino el más exitoso y ético en la historia de la humanidad. Considerar que los empresarios no basan su riqueza en la explotación ni a los trabajadores ni a la sociedad no es popular.
En cambio, hablar de explotación da respetabilidad, un aura de conocimiento y sabiduría. ¿Es éste el sistema que me ha adoctrinado?
Los críticos no se dan cuenta que el “sistema” lo han formado ellos con su visión políticamente correcta, de falsa insatisfacción y débiles cuestionamientos.
Parece ser que los adoctrinados son ellos, que repiten eslóganes y términos sin reflexión, sin pertinencia. Como el de la explotación. En lugar de darle la importancia que tiene a un fenómeno grave como puede ser el de la existencia de explotación laboral en ciertas condiciones, prefieren asumir, sin pensarlo, como si estuvieran adoctrinados, que ésa es la condición natural de las relaciones entre trabajadores y empleadores. Así normalizan lo que es una situación a todas luces reprochable.
Pero, claro, cómo puede uno exigirles a los tenedores de la verdad revelada, si tan han visto la luz que no pueden demostrarla, ni con evidencia no con argumentos consistentes, lógicos. No pueden demostrar que los trabajadores en el mundo cada vez tienen menores niveles de bienestar. No pueden explicar por qué tal situación estaría en el interés de los empleadores, mucho menos cómo se podría sostener un Estado de cosas semejantes. Por eso mismo, recurren a los argumentos metafísicos: es así porque ellos lo saben y quién ose cuestionarlos es porque no es capaz de ver la luz. O es malintencionado.
Una condición necesaria para mantener la narrativa del “sistema”, la “explotación” y del “adoctrinamiento” es el remplazo del individuo por el colectivo. Al no poder responder con argumentos y evidencia, al no poder decir que hay personas que están equivocadas y explicar por qué, solo les queda la herramienta de hacer referencia a grupos, a colectivos. Así, el argumento metafísico se cierra y nadie se responsabiliza: la sociedad está “enferma” o “degradada” y no tienen que meterse en la discusión de las expresiones de la enfermedad, menos de las causas o de las implicaciones. Los culpables no deben ser identificados.
Acostumbrado al de “neoliberal”, había olvidado el insulto de “adoctrinado”. Ambos carentes de contenido; ambos usados como estrategias retóricas para evadir la demostración, la discusión, el debate. Ambos usados por aquéllos que aparentan detentar la verdad criticando un “sistema” que no pueden definir porque está hecho por ellos mismos y que las permite esconder sus contradicciones.