El pasado domingo, en Colombia se publicó una encuesta de cara a las elecciones presidenciales de 2018. Los análisis han girado en torno a quién podrá ser el próximo presidente del país y a quiénes están subiendo, bajando o se estancaron en la intención de voto. Pura discusión de estatistas, obsesionados por quién será el próximo que tendrá la posibilidad de decidir por nosotros y prohibirnos actuar, todo con nuestro dinero.
Sin embargo, la encuesta tiene datos interesantes que permiten reformular hipótesis que dábamos por ciertas. La primera de ellas es que las personas pobres tienden, por su condición social, a preferir las opciones políticas de izquierda. Por lo menos en esta encuesta, esa hipótesis parece no encontrar evidencia que la sustente.
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Los ciudadanos con menos recursos manifestaron preferir una opción del establecimiento político, Germán Vargas Lleras, quién, además, nunca podría ser considerado de izquierda. Así, parece ser que los sectores sociales más carentes de riqueza material no quieren ni una revolución social ni una alternativa que la defienda.
Del lado de los sectores más acaudalados, la cosa es más confusa. Como predice la hipótesis tradicional e intuitiva, hay una preferencia de un tercio de esos encuestados por opciones derecha, incluido Alejandro Ordóñez, reconocido por sus posiciones basadas en su catolicismo radical y dogmático. Un candidato en contra de las libertades individuales y… hasta ahora caigo en cuenta que de este personaje nunca ha expresado una opinión clara sobre su concepto de modelo económico.
Así, los que prefieren los candidatos que vamos a llamar de derecha moralizante (porque sus posiciones económicas son, por lo menos, un absoluto misterio bíblico) solo son un tercio de los estratos altos. ¿Qué otros candidatos prefieren estos ciudadanos? Un poco más del 10 % expresaron su intención de votar por Humberto de la Calle, quién fue el jefe negociador del gobierno frente a las FARC. El otro 60 % de los estratos altos prefiere opciones de izquierda moderada como Claudia López y Sergio Fajardo y hasta de izquierda radical como el hoy senador Jorge Enrique Robledo.
Así las cosas, los estratos altos colombianos tienen una extraña mezcla entre conservadurismo religioso y preferencias izquierdistas. Estatismo puro y duro en sus peores expresiones. Lo que permite ver este resultado es que no podemos seguir asumiendo que, según la condición económica de las personas, estas votarán por la opción de izquierda (si es pobre) o de derecha (si es rico).
Otra observación es que los que defienden la revolución y los que consideran que los pobres lo son por cuestiones estructurales (como la injusticia del sistema, por ejemplo) no son los más pobres, sino los más ricos. Tiene sentido: es muy fácil compadecer a quién no se conoce y vaciarlo de toda su dignidad, cuando todo se ha tenido y desde la comodidad de un apartamento lujoso en la ciudad de Bogotá.
Una segunda hipótesis se cuestiona a propósito de pregunta de la encuesta. Cuestionados sobre cuál debe ser el problema más importante a ser resuelto por el próximo presidente, más del 70 % de los encuestados respondieron, en orden descendente: empleo, salud, corrupción y educación. Los temas de seguridad, por ejemplo, no son prioritarios para los encuestados.
De un lado, esto refleja que los colombianos tienden a considerar al presidente como una figura con un poder tan grande como para que él, en ejercicio de su cargo, pueda “generar empleo”. Lo mismo sucede con los demás asuntos. Sorprende, además, que al gobierno se le asignan todo tipo de funciones menos las relacionadas con la razón de ser del Estado: la seguridad, por ejemplo. Esto no solo se refleja en las respuestas sino en la forma como está diseñada la encuesta: las opciones son creadas por la empresa encuestadora e incluye lo que sus diseñadores consideran debe hacer el gobierno y lo que no.
De otro lado, sin embargo, es de rescatar que los colombianos parecen darle prioridad a asuntos que se consideran tradicionalmente como parte de la política social de cualquier gobierno moderno (como educación y salud). De igual manera, existe una preocupación – completamente justificable y necesaria – frente a los problemas de corrupción. Pero lo más interesante es lo que implica que sea el tema del empleo el primero en generar preocupación.
Es cierto que existe confusión entre quién debe encargarse de la creación de empleos. Pero lo promisorio es que los colombianos demuestran con sus respuestas que su forma de ver cómo se soluciona el problema de la pobreza (que se encuentra en un lejano quinto lugar de preocupación, con un muy pequeño porcentaje) es por medio de la creación de empleo. Los colombianos quieren trabajar, no caridad. Eso dice mucho – principalmente, cosas positivas – de una sociedad.
Así las cosas, en Colombia parecen no cumplirse los estereotipos de apoyos electorales, ni estamos ante una sociedad dependiente del Estado. Lo que falta es reconocer que el estatismo no es la solución a esos problemas sino una de sus causas fundamentales.