En los últimos días se han producido noticias que han puesto en duda la persistencia del crecimiento de aquellos que, hasta ahora, han sido considerados como los motores de la economía global, los países agrupados bajo el acrónimo BRIC. Dentro de estas malas noticias se encuentran no solo las amenazas al crecimiento de China, sino también los problemas sociales y económicos de Brasil. Por su parte, Rusia e India han perdido protagonismo debido a sus, desde hace años, evidentes problemas domésticos.
Lo anterior ha generado una nueva oleada de pesimismo sobre el futuro de la economía mundial por parte de expertos de organizaciones como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) o el Fondo Monetario Internacional (FMI). Sin embargo, el pesimismo no está bien fundamentado, como tampoco lo estaba el optimismo previo. Esto se debe a que, desde la misma aparición del acrónimo, existió un problema de comprensión de las razones del crecimiento y, por lo tanto, de su persistencia en el tiempo.
Jim O´Neill, de Goldman Sachs, fue el primero que hizo referencia al acrónimo mencionado. Aunque en el documento se aporta evidencia sobre la importancia creciente de los cuatro países (Brasil, Rusia, India y China) en la economía global, este diagnóstico comenzó a ser utilizado, de manera errada, como una proyección de lo que iba a pasar en el futuro del sistema económico internacional.
Pero este error no fue producto de la ingenuidad: los BRIC obtuvieron su fama, no por sus características económicas, sino como un planteamiento político. Es decir, se comenzó a hablar de BRIC con el fin de enfatizar en tres aspectos. Primero, en el desplazamiento del poder de occidente (es decir, de Estados Unidos) a oriente. Segundo, en el deseo de haber encontrado “nuevas fórmulas” a la creación de riqueza. Tercero, en la concepción que la economía necesita algo así como un centro o un líder para poder crear riqueza.
Por ello, desde un principio, se habló de estos países, en particular de China, como nuevos milagros económicos. Sin embargo, nunca lo fueron. No existió nada milagroso en el crecimiento chino, ni en el ruso, ni en el indio ni en el brasilero. Primero, porque como menciona Niall Ferguson en su libro Civilización. Occidente y el resto (2010), no se debe analizar el porqué del crecimiento de China, sino, más bien, por qué este país no mantuvo la supremacía económica global que detentó, por lo menos, hasta finales del siglo XVIII.
Los países BRIC no deberían ser considerados como milagros por el crecimiento que han tenido en los años recientes. Al contrario, deberían ser estudiados como casos de cómo las malas decisiones históricas pueden llevar a pueblos enteros a la pobreza. Los cuatro BRIC tienen las riquezas naturales, la población y el territorio para ser grandes economías. Eso no es milagroso.
Pero, además, como segunda razón, no existe nada milagroso en el crecimiento que han tenido hasta ahora. Simplemente, en los cuatro casos, se tomó la decisión de permitir, aunque fuera un poco, la liberalización económica. Rusia se convirtió en un país más o menos capitalista. China liberalizó desde finales de los años 70. India adelantó reformas desde 1994. Brasil bajo el gobierno de Hernando Henrique Cardoso. En consecuencia, en lugar de hablar de milagro, estos países debieron ser vistos como ejemplos de cómo, así sea un poco de libertad económica, puede generar tantos beneficios a tantos individuos en el mundo.
Pero no. Como la utilización del acrónimo no tuvo intenciones económicas, sino políticas, estas lecciones se dejaron de lado. Al contrario, lo que se exaltó fue cómo países tan diferentes a los occidentales estaban creciendo. Así, se comenzó a hablar del modelo chino o del modelo indio. No sirvieron de nada las demostraciones de autores como Fareed Zakaria (The Post-American World) sobre la inexistencia de estos modelos. En América Latina, por ejemplo, se consideró que la opción era el proteccionismo “a la brasileña” o, peor aún, que la clave del crecimiento estaba en las políticas sociales de Luis Inácio Lula da Silva.
Lo anterior llevó a un optimismo exacerbado según el cual estos países, sin importar lo que hicieran, liderarían el mundo…y se convertirían en los nuevos ejemplos a seguir. No se tuvo en cuenta que, a pesar de la liberalización, ésta aún era tímida y que nada garantizaría su persistencia en el tiempo. En consecuencia, China profundizó un modelo exportador, con alta intervención del Estado en sectores como el financiero. Rusia perpetuó su carácter de exportador de recursos naturales, con un pseudo-capitalismo, basado en el amiguismo y la corrupción. En Brasil se creyeron el cuento de ser una potencia y sus gobiernos implementaron políticas sociales que lo único que generaron fue un incremento en las expectativas de los ciudadanos sobre mayores auxilios y subsidios futuros. India continuó con una opción de apertura gradual, muy gradual. Y juntos se dedicaron a hacer reuniones periódicas para regocijarse en el crecimiento que han tenido, sin contemplar todo lo que falta.
Hoy, sin embargo, parece ser que el desafío para estos países está en profundizar las causas que les permitieron crecer de la manera que lo hicieron durante los años 90 o, de lo contrario, seguir siendo las potencias del futuro, por siempre. El pesimismo tampoco está fundamentado. No es una cuestión esotérica o de suerte: entre mayor libertad económica, mejores resultados. Así, con una mayor liberalización tendremos no solo BRIC para rato, sino un Estados Unidos que recupere su dinamismo, una Europa que supere la rigidez e insostenibilidad de sus estados de bienestar, una América Latina pujante y un África con crecimiento.
El bienestar económico no es para unos pocos. Es algo que cualquiera puede alcanzar si se toman las decisiones adecuadas.