El 24 de octubre de 2016 falleció el expresidente uruguayo Jorge Batlle. Fue una de las figuras más destacadas del Partido Colorado, que durante casi toda nuestra historia dirigió los destinos del país. Actualmente, ese partido tiene una exigua presencia en el parlamento e incluso, corre riesgo de desaparecer. O sea que su poder e influencia es casi nula.
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Sin embargo, cuando la muerte lo sorprendió, las muestras de dolor de parte de la población fueron enormes. Y es que Batlle fue una rara avis en el mundo político. Sin lugar a duda una de las mentes más brillantes y lúcidas de Uruguay. Fue un espíritu libre. Honesto en grado sumo tanto a nivel material como intelectual. Siempre(aún estando en medio de una campaña electoral) señaló lo que era mejor para el país aunque fuese impopular. Esa conducta hizo que perdiera muchísimas elecciones pero también, lo prestigió ante una porción de la opinión pública. Tanto fue así que durante la campaña en la que finalmente triunfó, el eslogan fue “Batlle canta la justa”.
Los uruguayos le debemos muchísimo. Cosas que se saben, pero no aparecen en los libros de historia publicados bajo la égida del gobernante Frente Amplio. Gracias a Batlle, el Uruguay pudo beneficiarse de los precios internacionales extraordinariamente altos de los commodities de los últimos tiempos, lo que repercutió en el bienestar de los ciudadanos.
A grandes rasgos, la historia de este ilustre político uruguayo es la siguiente:
Durante la dictadura militar (1973-1985) fue perseguido, encarcelado varias veces y difamado. La izquierda ha tenido éxito en proyectar la idea de que ellos fueron los únicos que sufrieron durante esa etapa, pero es una falsedad. Batlle fue el primer preso político de ese período debido a sus ideas liberales.
El hecho puntual que despertó la ira de la dictadura, fue haber denunciado que los militares y los tupamaros estaban negociando y acercando posiciones. Eran momentos en que la dictadura daba señales de ser de izquierda y combatía lo que tildaba de “delitos económicos”, que en esencia, consistían en comerciar libremente.
Fue proscripto y exiliado, pasando él y su familia grandes dificultades. Se le acusó de corrupción en un caso denominado “la infidencia”. Se afirmaba que en 1968 Batlle habría utilizado información privilegiada sobre una inminente devaluación de la moneda por parte del gobierno, para beneficiarse personalmente. La justicia (en momentos en que no había garantías) lo investigó de arriba abajo y no pudo encontrar ni sombra de la supuesta corrupción.
Con el retorno de la democracia Batlle fue electo presidente (2000-2005). Los uruguayos suelen desconocer la suerte que tuvieron de que fuera precisamente él, quien estuviera al mando del país durante ese período. Fue una etapa durante la cual, las siete plagas de Egipto asolaron al Uruguay: la fiebre aftosa y la colosal crisis bancaria de 2002.
En abril de 2001 se detectaron veintidós focos de aftosa en los departamentos limítrofes con Argentina, donde existía la enfermedad. Nuestro país gozaba de la certificación “país libre de aftosa sin vacunación”, lo cual nos habilitada a entrar en los mercados más exigentes donde se pagan los precios más altos. Cuando Batlle tomó conocimiento de la catástrofe, lo admitió públicamente de inmediato, a pesar de los múltiples consejos que recibió en sentido contrario. Eso provocó que perdiéramos la certificación y por consiguiente, valiosos mercados. Ese año nuestras exportaciones de carne cayeron 10 %. Para una nación donde ése es uno de los productos de exportación más relevantes, la aftosa constituyó una tragedia.
El 29 de noviembre de ese mismo año se desencadena la crisis financiera argentina. Días después se impone “el corralito”, que provocó la renuncia de Fernando de la Rúa e inestabilidad económica y política brutal, que hizo que en 12 días Argentina tuviera cinco presidentes. En ese contexto, los parlamentarios aplaudieron de pie cuando Adolfo Rodríguez Saá declaró el default de la deuda externa.
Uruguay es una plaza financiera confiable. La mayoría de los depósitos de los no residentes son argentinos. A raíz del “corralito”, vinieron de a miles a retirar su dinero de los bancos uruguayos. Ese nerviosismo se contagió a los uruguayos, acarreando una corrida bancaria. El resultado fue que se retiraron el 44 % de los depósitos y quebraron cuatro de los bancos más grandes.
En ese contexto, Batlle tuvo que afrontar momentos sumamente delicados. Las presiones para que tomara medidas similares a las argentinas venían de todas partes. Claudio Paolillo en su libro “Con los días contados”, hace una minuciosa reconstrucción de los entretelones de ese difícil período, que incluso hizo tambalear a la democracia uruguaya. Por ejemplo, informa que el Fondo Monetario Internacional (FMI) exigía lo siguiente: “Declaren el default, cierren los bancos, no devuelvan los depósitos, hagan un plan Bonex”. Paolillo cuenta que el 20 de julio de 2002, Batlle recibió una llamada desde Washington de Eduardo Aninat -subdirector gerente del FMI- quien lo increpó con estas palabras: “Se terminó, no hay más plazo. Tienen que cerrar los bancos, declararse en default, esto no va más, no pongan más plata para asistir bancos”. La respuesta terminante de Batlle fue: “No lo voy a hacer”y no lo hizo.
También Tabaré Vázquez –que en ese entonces era aspirante a la presidencia por el Frente Amplio- presionaba en el mismo sentido que el FMI.
Para suerte de los uruguayos en general y para el Frente Amplio en particular –que gobierna desde el 2005- Batlle no se acobardó y actúo con firmeza frente a las dos calamidades mencionadas. Su conducta suscitó que a nivel internacional se percibiera a Uruguay como un país confiable y honesto, lo cual repercutió en la economía. Esta se recuperó con una rapidez pasmosa: entre 2003 y 2005 las exportaciones aumentaron 53,6 %; a partir del 2003, el PIB tuvo una tasa de crecimiento acumulativa anual de 5 %.
Fue tan grande la estatura moral de Batlle, que hasta la muerte lo honró. Falleció mientras estaba en una reunión con amigos. Cuentan que alzó la mirada al cielo y segundos antes de desplomarse, exclamó: “¡Qué noche tan linda!”…